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domingo, 28 de enero de 2024

Calores sofocantes y más...(1a. parte)

 



La crisis climática ya no es una amenaza inminente. Ya estamos viviendo las consecuencias de años de emisiones de gases de efecto invernadero. Aunque, todavía podemos luchar para combatirla. ¡Mitigar la crisis! Todo depende de las decisiones del mundo, de lo contrario habrá enormes repercusiones para las generaciones que aún no han nacido.

En el libro “Cómo salvar nuestro planeta, se exponen dos visiones diferentes del futuro. Una en la que hacemos muy poco para afrontar el cambio climático, y otra en la que hacemos todo lo posible. Al ser un tema de actualidad, transcribo apartes a fin de tomar conciencia de esta triste pesadilla.

 

No hay que dejar que el siglo XXI llegue a su fin sin que se hayan tomado medidas para aminorar el cambio climático. Las temperaturas globales han aumentado más de 4°C. En muchos países, las temperaturas estivales se mantienen  por encima de los 40°C. Las olas de calor con temperaturas de hasta 50°C se han vuelto comunes en los países tropicales. En Colombia, por estos días, la temperatura más alta se dio en el municipio de Jerusalén, Cundinamarca con un registro superior de 40.4° C.

Cada verano, los incendios forestales hacen estragos en todos los continentes excepto en la Antártida, generando columnas de humo acre que hacen insoportable respirar al aire libre, provocando una crisis sanitaria anual. Las temperaturas de los océanos han aumentado drásticamente. Las sequías frecuentes y prolongadas asolan vastas regiones de la tierra. Los desiertos del mundo se han expandido, desplazando a muchos millones de personas. Alrededor de 3.500 millones viven en zonas donde la demanda de agua es superior a la disponible. La contaminación del aire tiene una nueva causa importante fuera de las ciudades atestadas de tráfico: el polvo que se levanta de las tierras de cultivo, ahora estériles. El océano Ártico está libre de hielo cada verano. Como resultado, las temperaturas medias en el extremo norte han aumentado más de 8°C. Las capas de hielo de Groenlandia y de la Antártida Occidental han comenzado a derretirse, liberando una enorme cantidad de agua dulce en los océanos. La mayoría de los glaciares de montaña se han derretido completamente. El esquí es ahora un deporte de interior que tiene lugar en enormes pistas artificiales. La mayor parte del hielo de la meseta del Himalaya ha desaparecido, lo que ha reducido los caudales de los ríos Indo, Ganges, Brahmaputra y Yamuna, de los que dependen más de 600 millones de personas para obtener agua. Los glaciares tropicales, también conocidos como ecuatoriales por su ubicación geográfica, son muy raros y especiales. En el mundo solo se encuentran en Suramérica: en Ecuador, Venezuela y, en Colombia el monstruo de la cabeza brillante, volcán de Puracé como glaciar fue el primero en desaparecer. 

Según investigadores, gracias a los glaciares, los científicos han podido monitorear e identificar de manera más clara el avance del calentamiento global. Sin embargo, la noticia es triste porque eso ha podido saberse por el derretimiento de las masas de hielo que los conforman. En el caso de los glaciares ecuatoriales, esto ha sucedido a una velocidad mucho más rápida. Y es preocupante, porque ellos tienen un papel muy importante en la regulación del clima, pero también y, sobre todo, son fundamentales en su aporte hídrico a los ríos que nacen en la alta montaña. 

El océano se ha expandido debido al calor. En combinación con el agua procedente del deshielo, el nivel del mar ha subido más de un metro. Muchas ciudades importantes, como Hong Kong, Río de Janeiro y Miami ya están inundadas y son inhabitables. Las Maldivas, las islas Marshall, Tuvalu y muchas otras pequeñas naciones insulares han sido abandonadas.

Civilidad: ¡El planeta está en riesgo! Aumentan con los incendios forestales que afecta la salud, la disponibilidad de agua para el consumo, la producción, la generación de energía, se deteriora el aire y el sustento vital de miles de especies de la fauna silvestre.

 

sábado, 20 de enero de 2024

¿Qué celebramos?

 





¡487 años de Popayán!  Aquí la gente se enorgullece de ser: “patojo”, “payanes” o “popayanejo” con esencia o sabor localista. Aunque, siendo honestos, con la amada Popayán, desde cuando llegó la democracia, hace 214 años, la ciudad vive de besos, y piropos, pero nada de aquello… que se llama amor. Así que, con positivismo, el cumpleaños de la ciudad, es una excelente excusa, un motivo para celebrar, hasta para depositar una ofrenda floral.  Pero, no más…

Entonces, digamos, cuando será ese cuando y esa dichosa mañana en que las calles se transforman en corredores peatonales históricos y culturales.  Cuando saldremos de la angustia urbana. Cuando seremos testigos del progreso y cambios que desde sus inicios quiso la ciudad, para que lugareños y fuereños, no solo viviéramos de su pasado glorioso, otrora orgullo nacional. Los viejos portalones no bastan y los caserones no dialogan.

Siempre he creído y estoy convencido que es cierto, aquello que se dice en los mentideros retóricos que, en Popayán, hay más escritores que lectores y, que sus habitantes residen plagados de innoble infidelidad y, de amor…, solo de labios para fuera.  

Por mi parte, no doy tregua o descanso a las musas que me huyen despavoridas ante tanta ocurrencia. Seguiré narrando, aunque temeroso de no dar en el clavo. Refiriendo ideas acumuladas a través de los años, sin opiniones de choque. Proponiendo, antes que festejar, dando a conocer todos los rincones, aspectos o pliegues donde se esconde el alma de esta ciudad.

Y es que, Popayán no debe tener solo dos aspectos: uno, para quien llega con dinero y otro para quien llega a buscarlo. Esta ciudad de mil nombres, de tantos calificativos, podríamos también llamarla: “ciudad de Pubenza”, la india del romance de Belalcázar. La ciudad de Caldas, el sabio mártir; de Torres, el jurista de la independencia; de José Hilario de meritísima ascensión, de simple soldado a general, en la magna guerra hasta abolir la esclavitud; de Valencia, el poeta sin fronteras. Linda ciudad con nombre de cacique de indios, donde el concepto de aristocracia quedó congelado entre las suaves ondulaciones que la coronan hacia el oriente y, de planicies extendidas hacia el sol poniente. Mi Popayán, que, a lo largo de sus calles, en la visión nocturna, sus faroles iluminan la ciudad y sus verdades a medias.  

Sobre el Morro, frente al Valle de Pubenza, situaron la estatua ecuestre del “conquistador” Sebastián Moyano en contemplación perdurable; pero contrariando su ubicación, de la plazoleta San Francisco, donde hoy posa el espíritu emancipador de Camilo Torres, quien hecho prisionero después de la derrota en la Cuchilla del Tambo, lo condujeron a Santa Fe, donde lo pasaron por las armas, lo colgaron en la horca, para luego fijar su cabeza en paraje público.  

Andemos más. La ciudad sigue quieta y dormida. Estos pasos míos y curiosos, para invitar a mis lectores, a preservar aquellas vigilantes colinas que por el oriente enmarcan la ciudad. “El Morro de Tulcán”, el más sublime y alto, hasta llegar a creer que fue construido con propósito antiguo por los indios a juzgar por las huellas que aparentan una pirámide.   

La efigie del “conquistador”, en efecto, no fue concebida por Victorio Macho para lucirla en campo abierto y menos, en el que aparece, sin poderse admirar en todos sus detalles. El escultor pensó en la plazuela de San Francisco y, en cambio las figuras del Cacique Pubén y sus hijos Payán y Calambás, podrían erigirse en cualquiera de las otras colinas que rodean la ciudad.

Especulando en el marco histórico peatonalizado, la ciudad sería más atractiva, turística e histórica, si se atrevieran, sin sepultar el pasado a reestructurar el presente, reubicando los iconos de la historia, en la “Plaza de los héroes”, donde antes era el centro comercial “Anarkos”. Y allí, en la plaza Carlos Albán del barrio Bolívar, levantar una edificación con parqueadero subterráneo y varios pisos para darle estabilidad a los vendedores callejeros porque Popayán no debe seguir siendo un mercado persa y cada esquina en desorden.  

Civilidad: A falta de tiempo y de lectores para divulgar la historia, que mejor que esta jornada conmemorativa para reeditar una nueva versión del presente.

 

sábado, 13 de enero de 2024

Un cuarto de siglo escribiendo

 



Desde cuando el Dr. Guillermo Alberto González Mosquera (q.e.p.d.) me pidió que escribiera una columna, disfruto del placer de escribir. Todos tenemos algo que escribir, aunque sea de nosotros mismos, me dijo hace 25 años. Y aquí me tienen, sin fallar un solo día con mi escrito dominical.  

Con el paso de los años, aprendí de la escritura creativa y propositiva con la práctica de redacción clara y bien estructurada. Soy un apasionado escribiendo sobre mi amada ciudad, porque es escribir sobre nosotros mismos. Al fin y al cabo, la ciudad en que vivimos, la que habitamos, acaba formando parte de nuestra identidad. No hay duda, que, al interactuar durante un tiempo largo con ella, inevitablemente se vuelve parte de nuestro ser. Es mucho, lo que podemos decir sobre mi venerada Popayán. Su pasado y su silencio. El presente con sus ruidos.  Sus crepúsculos al caer la tarde. La sociedad y su suciedad. Su estructura colonial con el arreglo de los adefesios que no edificios. Escribir de todo cuanto nos rodea y las múltiples características que nos moldean según su antojo. Podría escribir muchas líneas para relatar los valores naturales de este excepcional terruño en el que moramos y que absorbemos de ellos, en la obligación presente más larga que de costumbre conforme nos encontremos. Escribir sobre la corrupción que cada vez se vuelve más profunda y peligrosa. Lo positivo es condenado y las cosas negativas son más respetadas por el mundo. La humanidad se volvió más del lado de la maldad. 

Escribo tejiendo ideas en la urdimbre de mi mente tratando de adornarlas, pero una vez salen de mi computadora hacia el “Nuevo Liberal”, la historia deja de pertenecerme, y el lector puede darle una interpretación diferente a la que yo pretendía. En mi mente hay textos más duros en los que como escritor debo ir más al grano, y otros tantos, que me permiten divagar más, irme y volver. Dar vueltas al estilo de paseo por las hidalgas calles de Popayán. Así que, prefiero abordar espacios desde planos muy diferentes: el histórico, el real, el político en el reino imaginario de esta encantadora ciudad. Me solazo escribiendo sobre sus hidalgas calles, sus caserones y portalones. En general termino regresando siempre a los mismos puntosSon lugares que me hablan directamente. Para algunos pueden ser feos, pero yo siempre les encuentro la belleza, lo que denomino el perfil de mi ciudad. Escribo para agradecerle a la capital del Cauca, el altísimo honor de haber nacido, crecido y estudiado en su rumoroso recinto universitario. En mi cuarto de siglo escribiendo, he llevado de la mano a mis hijos y a mis nietos, en ese filial proceso de devolverle el mérito a la bella ciudad pubenzana decretándole la mayor admiración y amor por ella con cierto fervor contemplativo. Algo que tiene que ver con mi personalidad. En definitiva, escribo sobre los lugares que hablan de la historia de mi bien amada ciudad, pero que también configuran su presente. Y, al igual que lo hago escribiendo sobre mi ciudad y sus entrañas, también se mostrar la parte menos turística, menos agradable.

Y quizás, algo que también tiene que ver con mis escritos, me obliga a ficcionar muchas veces en el caminar de la vida, en el intento de contar mi propia biografía. Escribo de la mujer que amé, mi compañera en el vuelo de la vida. De allí que, en los últimos tres años, haya escrito ante la imperiosa necesidad de liberar mi interior, para poner en orden mis pensamientos, pues escribiendo, combato la soledad en medio de la gente que me ayuda a comunicarme con los demás. Escribo en la línea divisoria entre el bien y el mal, franja gris cada vez más ancha y eso es inadmisible.

Civilidad: Escribir en oración, sin perder nunca la fe, porque las moléculas se fusionan con el todo; pues creer en Dios hablándole, nos responde y nos ayuda.

 

sábado, 6 de enero de 2024

Confidencias de un octogenario

 

¡Gracias Dios por el milagro de la vida! Esta es la confesión de un octogenario cuando no hay marcha hacia atrás. El reloj se para, pero nunca se devuelve.  Sigue marcando el tiempo, pero no se puede devolver al pasado.

Con la vida concentrada en el presente y en la cosecha de canas, no vivo solo. Me acompañan Dios y la Virgen Santísima, en medio de mis recuerdos, que se hacen más trasparentes al cumplir años. Gozo del envejecimiento saludable con equilibrio emocional, rodeado del cariño y el apoyo de hijos, nietos, bisnietos y de otras personas más. Así que, en la vida uno puede actuar como un merengue o como un resorte de acero.

¡La vida es bella, aunque a veces duele!  El tránsito a la eternidad del ser amado de toda la vida, cuando más falta nos hace, es doloroso y perturbador. Ese síndrome del “nido vacío”, es el instante de la vida que más duele. ¿Quién no ha sentido alguna vez que la vida duele?  Dicen que, el tiempo, sana todo ¡No es cierto!, los males se pueden superar más no la adversidad.

 

Con los golpes que da la vida, se asimilan las emociones. En la juventud aprendemos a caminar y, en la ancianidad, con la cabeza inclinada, damos pasos seguros para ganar la última meta: la tumba. Esta es la confesión de un viejo que ya tiene escaso auditorio. En las largas calendas, uno se vuelve experto en el manejo de las emociones negativas. Los achaques mal manejados de la vejez no son para nada seductores. Pero, se la goza siendo más feliz, escribiéndolos que sintiéndolos. ¿Cómo? con actitud mental positiva. Si la edad lo jubila, no hay porque retirarse, enterrándose en vida, convirtiéndose en un viejo triste. Hay que entender que cargar bajo el brazo una carpeta, con un juego de radiografías e historias clínicas, es propio del desgaste de la maquinaria interior. La naturaleza es sabia al producir cambios con el paso de los años.

¿Cuándo se llega a la vejez? cuando se quiere más a las pantuflas que a los zapatos de baile. Cuando se cumple el papel de la cenicienta, llegando a casa antes de las doce; cuando se libra de la tiranía del sexo y, cuando la razón enseña que con la vejez se practica la sabiduría.

Después de este desahogo, pregunto: ¿se resignaría usted amable lector a ser un pobre viejo? ¿Un anciano sin sueños, sin proyectos? ¿Quiere quedarse sentado esperando la muerte?

¡No! Entonces, resucite y, nunca olvide que a los 80 o más años, es siempre mejor mirar la vida por el parabrisas que por el espejo retrovisor. Quienes tenemos el infatigable privilegio de pertenecer a esa pequeña y selecta minoría de sobrevivientes, el corazón no envejece, muere dejándolo entre ruinas. Pues, la senectud es una recompensa por haber llevado una vida sana. Con ella, se aumenta el grado de libertad para expresar opiniones sin temor a incomodar a nadie.

 

Civilidad: Quienes tienen la dispensa de alcanzar una longevidad placentera en el bello crepúsculo de la vida, sáquenle, en sus últimos años, jugo hasta el final ¡No hay que parar hasta los 90!