La hipocresía
social y religiosa en torno a la muerte siempre existirá. De allí, la conocida
frase: “todo muerto es bueno”. Quien repentinamente muere, de un soplo se
vuelve bueno. En ese instante, todos
hablan recordando, lo buena persona que parecía "en el fondo" y, van a los entierros a desaguar lágrimas de
cocodrilo, en un ritual de hipocresía.
Con cierta nostalgia, reitero que rendir
homenaje a los que se han adelantado en el misterio de los caminos deambulando
por el sendero de los tiempos, son costumbres ancestrales de ritos religiosos. Aunque
la gente podría ser honesta y decir
simplemente: “que descanse en paz”, sin abundar en elogios que no corresponden
a la realidad. En fin…existe la tendencia
a que en el momento de morirse alguien, por un cierto conservadurismo social y
moral siempre se habla bien del fallecido, destacando calidades humanas y, sus
obras. Suele pasar, cuando alguien muere, escuchar a la gente hablando con tal naturalidad en bien del muerto,
comentando su figura con una hipocresía social que roza hasta extremos de la
ridiculez.
Pero, la vida nos enseña a distinguir la
diferencia entre la realidad y la hipocresía, entre el recuerdo y el olvido. Recordar
al ser querido tiene un gran poder de influencia en el estado de ánimo. Cuando
recordamos a nuestros seres queridos fallecidos nos centramos en el pasado y,
pensar en el pasado es símbolo de nostalgia y tristeza, pero también de alegría.
Entonces, debemos aprender a mitigar el sufrimiento, colocándolo en una historia.
Un día al
ir a visitar la tumba de mi amada, pregunté por un ramo de flores en forma de corazón;
la vendedora me las ofreció a un precio no razonable. Con sentimiento de
complacencia, las compré, a ese su precio. Alejándome del lugar, sin molestia
alguna, pensé: la culpa es mía, por hipócrita, porque estas flores debí habérselas
entregado en vida, - aunque a ella nunca le agradó que le regalara flores- pues
siempre decía: “las flores en el jardín y en el jarrón”
Todos
los días aprendemos, quiénes somos los que quedamos en el paraíso terrenal y
quiénes fueron nuestros seres queridos en la vida, los que partieron al reino celestial.
Aunque parezca extraño, la sanación nos acerca más a esos seres queridos que se
fueron. Sanar el duelo representa el final de una conexión, pero que nunca se
olvida, porque comienza una nueva relación puramente espiritual. Es decir,
aprendemos a vivir con el ser querido que perdimos. Las emociones se
presentan al principio de forma brusca, nos cambian la vida; pero poco a poco,
a medida que nos adaptamos a la pérdida, va perdiendo intensidad. Comenzamos a reconstruir la propia vida,
tratando de recuperar las piezas que fueron quitadas por la muerte. Afrontamos el conflicto de
sentimiento con la realidad misma.
Por mi
parte, continúo visitando la sepultura de mi madre y de mi esposa, poniéndoles flores,
recordándolas en lo profundo del alma, porque ellas, en vida llenaron de amor
mi corazón. He quedado con todo lo que aportaron esas personas en mi vida. Hoy,
ya no siento sus besos y abrazos, pero todos los días, recibo sus bendiciones
desde otros confines.
Civilidad: Aún ruedan
lágrimas, porque no es fácil olvidar a quienes partieron a otros mundos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario