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sábado, 10 de junio de 2023

Aprendiendo a sanar

 



La hipocresía social y religiosa en torno a la muerte siempre existirá. De allí, la conocida frase: “todo muerto es bueno”. Quien repentinamente muere, de un soplo se vuelve bueno. En ese instante, todos hablan recordando, lo buena persona que parecía "en el fondo" y, van a los entierros a desaguar lágrimas de cocodrilo, en un ritual de hipocresía.

Con cierta nostalgia, reitero que rendir homenaje a los que se han adelantado en el misterio de los caminos deambulando por el sendero de los tiempos, son costumbres ancestrales de ritos religiosos. Aunque la gente podría ser honesta y decir simplemente: “que descanse en paz”, sin abundar en elogios que no corresponden a la realidad.  En fin…existe la tendencia a que en el momento de morirse alguien, por un cierto conservadurismo social y moral siempre se habla bien del fallecido, destacando calidades humanas y, sus obras. Suele pasar, cuando alguien muere, escuchar a la gente hablando con tal naturalidad en bien del muerto, comentando su figura con una hipocresía social que roza hasta extremos de la ridiculez.

Pero, la vida nos enseña a distinguir la diferencia entre la realidad y la hipocresía, entre el recuerdo y el olvido. Recordar al ser querido tiene un gran poder de influencia en el estado de ánimo. Cuando recordamos a nuestros seres queridos fallecidos nos centramos en el pasado y, pensar en el pasado es símbolo de nostalgia y tristeza, pero también de alegría. Entonces, debemos aprender a mitigar el sufrimiento, colocándolo en una historia.   

Un día al ir a visitar la tumba de mi amada, pregunté por un ramo de flores en forma de corazón; la vendedora me las ofreció a un precio no razonable. Con sentimiento de complacencia, las compré, a ese su precio. Alejándome del lugar, sin molestia alguna, pensé: la culpa es mía, por hipócrita, porque estas flores debí habérselas entregado en vida, - aunque a ella nunca le agradó que le regalara flores- pues siempre decía: “las flores en el jardín y en el jarrón”

Todos los días aprendemos, quiénes somos los que quedamos en el paraíso terrenal y quiénes fueron nuestros seres queridos en la vida, los que partieron al reino celestial. Aunque parezca extraño, la sanación nos acerca más a esos seres queridos que se fueron. Sanar el duelo representa el final de una conexión, pero que nunca se olvida, porque comienza una nueva relación puramente espiritual. Es decir, aprendemos a vivir con el ser querido que perdimos. Las emociones se presentan al principio de forma brusca, nos cambian la vida; pero poco a poco, a medida que nos adaptamos a la pérdida, va perdiendo intensidad.  Comenzamos a reconstruir la propia vida, tratando de recuperar las piezas que fueron quitadas por la muerte. Afrontamos el conflicto de sentimiento con la realidad misma.  

Por mi parte, continúo visitando la sepultura de mi madre y de mi esposa, poniéndoles flores, recordándolas en lo profundo del alma, porque ellas, en vida llenaron de amor mi corazón. He quedado con todo lo que aportaron esas personas en mi vida. Hoy, ya no siento sus besos y abrazos, pero todos los días, recibo sus bendiciones desde otros confines.

Civilidad: Aún ruedan lágrimas, porque no es fácil olvidar a quienes partieron a otros mundos.

 

 

 

 

 

 

 

 

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