Ayer se cumplieron
40 años del terremoto ocurrido en la mañana de Jueves Santo, 31 de marzo de 1983 en Popayán. La cifra
de muertos durante el terremoto se calcula que mató a trescientas personas. Dejando en
18 segundos, a más de quince mil sin techo donde vivir.
Tenía razón el periodista Ovidio
Hoyos al anunciar que el sector histórico de Popayán, construido en adobe y
tapia pisada se había derribado sin dejar donde colgar tantos títulos
nobiliarios. Aquellos edificios públicos, gran parte de iglesias y tempos
construidos en la época de la colonia se desplomaron. La cúpula de la Catedral
al desmoronarse, había dejado bajo los escombros a noventa personas que habían
acudido a la eucaristía en ese tenebroso día. Los muertos no resucitaron, se
abrieron las tumbas, saliéndose de las bóvedas del cementerio, cientos de
cadáveres, dejando restos humanos expuestos a la vista, presentando una imagen
dantesca. En toda tragedia, los
pobres como siempre marginados, -no es nada nuevo- sino tan antiguo como los
mismos pobres. Por el hecho de ser pobres, en este funesto acontecimiento sus construcciones mal construidas
quedaron derruidas; 2.580 viviendas perteneciente a familias de bajos recursos
y, otras 6.680 sufrieron enormes daños. Así
que, barrios como: El Cadillal, Pandiguando, La Esmeralda y el conjunto de
condominios de Bloques de Pubenza donde habitaban unas 150 familias, ante las
débiles infraestructuras y por la magnitud del sismo, provocó su derribamiento,
sumado al número considerable de pérdidas humanas.
Lo demás, fueron, rescate de
muertos y heridos por parte de la Cruz Roja, Defensa Civil, Cuerpo de Bomberos,
Policía Nacional, Ejército y otras asociaciones voluntarias apoyando el rescate
y transporte de heridos al Hospital Universitario San José de Popayán.
Lo cierto es que, la ciudad se
superó de este fracaso renaciendo como el ave Fénix de los escombros. Ha sido
dificil amigarnos de ese momento dificil, pero diez años después de los
destrozos sufridos, Popayán resurgió. Rescató su esplendor y la belleza de su arquitectura
colonial.
Ese suceso traumático, que
irrumpió con la fuerza de la naturaleza en la vida de las personas, trastocó
también la vida de Popayán. Se suponía, entonces, un “antes y un después” en la
misma. Tal situación, nos desbordó, haciéndonos
entender el grado de absoluta indefensión y vulnerabilidad en nuestra condición
corporal y mortal. Los “golpes de pecho” de aquel instante, nos hizo suponer cambios
muy importantes a nivel espiritual, actitudinal, psicológico, de identidad con
los demás y con la ciudad.
Civilidad: Que esta temporada de reflexión, con la capacidad de sentir y pensar, de ser con otros, nos deje ver una
conciencia sana para introducir freno en
nuestras vidas para “volver a empezar”.
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