En el mundo ninguna ciudad, puede decir que ha quedado terminada. Siempre
habrá modificaciones, mejoras que hacerle. Popayán no es la excepción, está en reconstrucción,
continúa su desarrollo vial con éxito con obras bien ejecutadas. Desde la
administración pasada, avanzan las obras, entre ellas, la doble calzada de
Bella Vista, reflejando una ciudad más avispada. No cabe duda, el alcalde Juan
Carlos López Castrillón, indudablemente, le ha puesto perseverancia,
recorriendo los tramos para impulsar el cumplimiento de obras viales por toda
la ciudad. Agrada a la población ver los Impuestos convertidos en obras con un
interesante modelo de relacionamiento gana-gana entre nación-municipio que
alienta la relación con los gobernados.
No
es una exageración idealista la ciudad, en las afueras, tiene otro color. Pienso que el blanco de sus paredes nos sitúa en ámbitos de calma,
soledad e incertidumbre. Algunas veces, también juzgo que la ausencia del
blanco nos trae a colación el vigor y la energía de escenarios populares, la
decoración de fachadas, discotecas, los campos deportivos, centros comerciales,
restaurantes, bares, entre otros.
Para algunos como yo, es
necesario mantener contacto permanente con la ciudad, ya sea recorriéndola,
observándola, dejándose permear por la experiencia de sentirla con el cuerpo;
captando fragmentos de las múltiples realidades que se encuentran en constante evolución.
La ciudad creció, es otra hacia el norte. Circula en mi retina que, ya no se elige
como domicilio el centro de la ciudad; que lo ideal es conservar su propio estilo,
su identidad de ciudad colonial, de lo que vive Popayán. No es ficción, la
ciudad saturada con la disposición de ventorrillos, chucherías, avisos, grafitis
y publicidad en sus calles; una vez terminadas las obras, desaparecerán del núcleo urbano más antiguo de
la ciudad.
Todos
somos prescindibles y la ciudad seguirá moviéndose con o sin nosotros. Pero, la Ciudad
Colonial, no debe desvirtuarse como destino turístico de Colombia. El
sino trágico de esos inarmónicos “adefesios” que no edificios, que atentan
contra la historia de la ciudad, no debe ser una constante. Quienes amamos la ciudad
nos aferramos a las fachadas de valores históricos. Si los dueños del dinero
derruyeran las fachadas; si desbastaran las techumbres dando paso a los altos
edificios en su afán de “desarrollar” la ciudad. Tal vez, los turistas no
volverían a Popayán, por haber perdido su originalidad, su entorno, los bellos
portalones con sus antiguos aldabones. No podemos aceptar que las viejas
casonas de legendarias historias, pierdan su encanto arquitectónico.
No es tanto la analogía
amorosa lo que interesa, sino más bien cómo se compaginan las dos maneras de
enfocar la conciencia histórica respecto a la fisonomía arquitectónica de Popayán
“santuario de la patria”. Pienso la ciudad desde dos posiciones distintas. La
optimista, conservando su belleza diseñada, su vida cultural y su incomparable
marco antiguo. Con un poco de ficción, a modo particular de entender la realidad y
de escribir sobre ella: contemplo la nueva Popayán, nerviosa con una tendencia alarmante a sentirse
eternamente insatisfecha de sí misma. La ciudad de nuevos habitantes, atractiva,
dinámica, enormemente mutante, bajo múltiples máscaras, que alimentan tantas
versiones sobre ella misma, surgidas de la propia experiencia de quienes la
habitan.
Civilidad: Ciudad híbrida, género que las grandes ciudades
inventaron para narrarse y explicarse a sí mismas.
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