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sábado, 7 de enero de 2023

Como han pasado mis años

 

 


Sin quitar puntos ni comas de mi existencia transitoria, cargo calendarios, que no son pocos. La vida es corta y los años vuelan. Sin perderle gusto a la vida, pasan mis días, en forma metódica y disciplinada. Venero la ancianidad, pues cada etapa tiene su placer. Conservo el virus refranero heredado de mi madre; educado con frases maduradas de su experiencia, que, con el talento de sus autores, tocan problemas de la filosofía. Soy adicto a la soledad. Sueño despierto y escribo sin monetizar mi estilo. Vivo sin hacerle daño a nadie. Escribo mi opinión, hace más de veinte años, tratando de obtener frescura intelectual. Me declaro escribidor -mal escritor- de libros, que regalo, porque no aprendí el arte de “vender”. 

De nada me arrepiento, ni nada pendiente tengo. Tengo convicción espiritual, alejado del más antiguo antagonista de Dios, expulsado de la felicidad del paraíso por su estúpida maldad. 

En mi caminar cardiaco con buenos hábitos, afronto las durezas de la existencia, permitiéndome ver para vivir; conocer al hombre que escucha a quien lo adula y respeta a quien lo insulta. Enemigos, ni muchos ni pocos, en la medida exacta. En su peregrinar, algunos se fueron. Los que pudieran subsistir, comparten conmigo esa inevitable fila que nunca lograremos eludir. Paciente aguardo el desenlace feliz para buscar la Casa del Señor.  

En correcta dirección de mi larga y repetida suma de esfuerzos laborales, salí de los cargos sin cargos. La clave de mi filosofía, fue la honestidad. Mantengo la mente joven y, en los años que restan, desprendido de lo no esencial, minimizo la importancia de la imagen. Ella, vende mucho para quien realmente gente es, pero no para quien se arropa del envoltorio (narcisismo) deslumbrante de lo que no es. En este mundo, reina la envidia y la codicia, las que sin vacilar liberé, dejándolas morar a solas en el archipiélago del mar desconocido.

Alegre, pero afligido cumplí 29200 días. Mis ojos se abrieron, por primera vez, el 5 de enero de 1943 en el pabellón “Primo Pardo” de la añeja Popayán.  Estoy donde estoy, sin haber escogido donde vivir mejor que aquí. Amo a mi madre que me dio la vida, obligándome a ser más de lo que podía. Aún me falta ser mejor persona de lo que soy.

Sensible, nostálgico y romántico, elegí al tesoro más valioso de mi vida: la tierna compañera de mi vida. Derivado del amor, levantamos una hermosa familia. Gozamos, fuimos muy felices en el arte del amor. A esa alegría le siguió un gran dolor porque su vida se transformó en el recuerdo. No he podido aceptar la ausencia del ser amado ¡Duele el alma! Hace falta su presencia, porque cuando hay amor de verdad, el paso del tiempo no lo debilita. La siento, escucho su voz y aunque esté fría mi cama, sigue a mi lado. No he vuelto a verla; me aferro a sus acciones amorosas, a su sonrisa como la mejor ofrenda para mi memoria. ¡Nunca dejaré de amarla! Me casé con ella tres veces. La primera vez, el 21 de diciembre de 1968; la segunda, 25 años después, en 1993 y, la última vez, más enamorado aún, el 21 de diciembre de 2018. Y, si volviera a vivir, de nuevo me casaría otra vez.  Las hojas en otoño caen, pero abundan los frutos. Agradezco a Dios dejarme conocer mi cuarta generación: tres hijos custodian mis días; cuatro nietos y, un tierno bisnieto alegran la transición de mi existir. 

 Civilidad: Hoy la tristeza me embarga. Quisiera que todo fuera un sueño y que, al despertar, Alix estuviera a mi lado para nunca separarnos.

 

 

 


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