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sábado, 31 de diciembre de 2022

Amor a mi ciudad


La gente que ama a Popayán debe sentirse inclinada a dibujar en su imaginación una idea de porvenir con su plaza, sus árboles, sus bancas y caserones, sus autoridades y sus habitantes. Es decir, la gente que ama a una ciudad debe pensar en sí misma, y se piensa viviendo en la ciudad de sus sueños. Aunque la realidad pase luego factura y rompa las paredes y que las lluvias del invierno no dejen transitarla para observarla en su belleza. Resulta difícil evitar en las imaginaciones un viento de perfección, un anhelo de felicidad completa. Se pone y se quita, se borra y se pinta la ciudad con sus costumbres, sus fiestas, y sus tradiciones.

Desde luego, no todos tenemos una misma idea de ciudad perfecta. Muchos popayanejos seguimos pensando que el ideal de plenitud suena a banda de trompetas y cornetas, con unas calles cubiertas de azahares, geranios y penitentes, y un calendario marcado por las bendiciones de los obispos y las cofradías de nuestra Semana Santa. Otros payaneses se acuerdan del Maestro Valencia, el pintor Efraím Martínez. Algunos brindarán por los suelos recalificados, las grúas oliendo a mar, los concejales olfateando noticias buenas y malas, hasta la felicidad de los constructores. Y hay quienes más, se enorgullecen de “Chancaca”, “Guineo”, “Zócalo”, prefiriendo a los habitantes de la generación capitaneada por los próceres.  Hay que admitir que a los patojos raizales no les falta ambición, ya sea para llenar de penitentes los templos y de bloques de pisos en sus barrios.

La falta de ambición no tiene siempre que ver con los términos medios. En “Popaiam”, hay que aceptar que no se identifica con la parálisis.  Los términos medios son más bien las consecuencias de la realidad, la factura que pasan los paros cívicos e incívicos sobre las fachadas de nuestra ciudad. A trancas y trancones, los penitentes hemos aprendido a convivir con resiliencia. El problema resulta más grave cuando la falta de ambición se convierte en un manto de tristeza, de medianía insoportable, que paraliza la ciudad. Pero, eso no es lo que le ocurre a mi “Popaiam”

Se aproxima la ciudad a celebrar la fecha de su fundación y de democracia, oportuna también, para hacer un ejercicio de memoria del nefasto resultado catastrófico de 1983. En mi bella ciudad hay paisanos que confunden el amor a la tierra con el discurso exaltado, abundando también, los que encauzan sus rencores personales para despreciar a todo lo que brota en la ciudad. Los popayanejos, payaneses y patojos debemos prevenirnos contra la antipatía a la ciudad. Es de esperar que ese defecto de los habitantes sea lo contrario en el año venidero. Dejar la tirria para vivir con algo de ilusión en la ciudad. El alcalde Juan Carlos López, está cumpliendo con uno de los grandes retos que enfrenta para aterrizar la agenda en políticas concretas, que permitan tener un mayor impacto a la luz de los compromisos establecidos que tienen especial énfasis en lo social: disminución de pobreza, desigualdad y, en general, mejores condiciones de vida de la población.

La amada Popayán no está mal, en economía, e infraestructuras, pues, ha empezado la construcción de la doble calzada Cali- Popayán.  Las obras viales en la ciudad avanzan para mejorar y salir del subdesarrollo, pues ya no se vive de un provincianismo hiriente, hay indicios deslumbrantes de adelanto que se ha sabido aprovechar. La ciudad se ha extendido, por doquier hay comercio, se nota que hay muchos recursos económicos, las calles atestadas de motores de alta gama lo demuestra. Parecemos contentos de vivir ya no en un pueblo de quinta categoría. Popayán se identificó con el progreso y simbolizó cambios de diverso tipo, sean sociales, técnicos, económicos o culturales. Y desde luego, constituye un fenómeno complejo, cuya comprensión exige el análisis de diferentes facetas.

Civilidad: Quienes no pueden vivir en la ciudad de sus sueños, esos ciudadanos en el 2023, deben procurar, no vivir en la ciudad de sus pesadillas.

  



domingo, 25 de diciembre de 2022

¡Q'hubo prócer!

 


Así se saludaba en el viejo “Popaiam”, cuando éramos pocos. Y cuando algunos se creían de sangre azul, descendientes insignes de las cenizas del Panteón de los Próceres y como tal, personas distinguidas, valerosas y de alta dignidad.
 

En mi recorrido de hoy, me entero que nuestros próceres, encontraran por fin, descanso en su amplio espectro. Con alegría navideña, advierto aquel transeúnte indiferente, demasiado ocupado prestándole atención a la historia, hasta el erudito, el aficionado de los datos y los cuentos de antaño, dictando cátedra sobre las hazañas de generales que nunca mueren en el campo de batalla. Me topé, también con un hombre que, con un poco más de imaginación, me indica: “Yo me llamo Simón, pero no Bolívar”. Después del saludo se larga a contarme la historia del Libertador que concibió la emancipación como una insurrección general de las masas populares de América.

Y me encuentro con la sorpresa de que el Centro Histórico de Popayán, entendiendo por sector antiguo las calles, plazas, plazoletas y demás inmuebles originarios de los siglos XVI, XVII, que mediante el Plan Especial de Manejo y Protección PEMP, será modificado. ¡Óigase bien, será modificado!

De allí, la ilusión que nubla mi testa al enterarme de ese proyecto para poner a rodar la historia por las calles de la capital. Casi literalmente hablando, es el empuje de las directivas del bicentenario que buscan reubicar las estatuas de héroes ilustres, con la importancia de los grandes acontecimientos y de sus actividades para conmemorar la próxima fecha patria.

Estatuas de los grandes hombres, se consiguen en Popayán en todos los metales, tamaños y distintas posturas. Un escuadrón de cuenteros y asesores de imagen se devanan los sesos para reubicarlas. Para ello, recorren centros comerciales, parques públicos, zonas de restaurantes y, todos los espacios públicos, que con sus facetas concentre la atención de los próceres ¿Qué sería de Popayán sin sus próceres? ¿Qué sería de la ciudad sin ciudadanos? Nos declararíamos insatisfechos, en la ciudad sin las masas populares, que en las guerras son los que ponen las bajas que siempre son altas.

Tuvieron que pasar muchos años para salvar los recuerdos, y para velar por la conservación de las estatuas, del general Tomás Cipriano de Mosquera y su enemigo mortal José María Obando para que pudiéramos admirarlos, frente a frente, blandiendo sus hojas triunfales, en el parque que lleva el nombre del cuatro veces presidente de la república. Y en el lugar que desocupa Obando, erigirán la figura de Camilo Torres Tenorio, mártir de la revolución, quien redactó en 1809, el valeroso documento llamado de igualdad que los criollos le hicieron a las autoridades españolas. Al quedar libre la plazoleta del hermoso templo de San Francisco, convinieron darle hospitalidad a don Sebastián Moyano, quien tomó el nombre de su lugar de nacimiento, la población de Benalcázar o de Belalcázar, habiéndose formado como conquistador, además de analfabeto, que dicen fundó a Popayán.

Y, en la colina que por el oriente domina la ciudad y que al parecer fue construida por los indios a juzgar por los vestigios allí encontrados, se impondrá la figura del cacique Payán, en homenaje al jefe de la tribu indígena que habitaba el área alrededor del monte hoy conocido como el “Cerro de la Eme” cuando llegaron los conquistadores españoles.

Civilidad: Los rincones de esta leyenda serán realidad, en un futuro cuando no sea día de los santos inocentes.

 

sábado, 17 de diciembre de 2022

Mi escrito de Navidad

 



Los tiempos cambian, y con ellos, las costumbres. Más, el espíritu navideño debemos mantenerlo igual. Navidad significa “nacimiento” dando así origen a la fiesta que se realiza con motivo del nacimiento de Jesús. La Navidad alegre y brillante, se volvió popular, cargada de tradición, de rebosante festividad cristiana y, se celebra en la mayor parte del mundo el 25 de diciembre, para conmemorar el adviento que, en lenguaje cristiano significa, la venida del redentor del mundo.

No se concibe hablar de Navidad, sin considerar la reunión en familia. Navidad es tiempo para disfrutar la unidad familiar. Nada mejor que disfrutar de las fiestas en familia. Tiempo propicio para enseñar a nuestros hijos a vivir con alegría las reuniones, aprovechando el tiempo compartido con abuelos, tíos y, con los familiares más cercanos. La decoración del hogar con arreglos navideños, sin olvidar los aguinaldos se volvieron una costumbre de dar y recibir. Navidad no es una temporada, es un sentimiento que esperamos con gran expectativa el nacimiento del Niño Dios, la llegada de Papá Noel y los Reyes Magos.  Con espíritu navideño montamos el Pesebre y el árbol de Navidad, decoramos la sala, el comedor, las ventanas, puertas y paredes con guirnaldas, campanas, velas ángeles y con las figuritas de moda navideña.

Pero  también,  hay que reflexionar sobre lo que está ocurriendo a lo largo y ancho del mundo en donde se viven situaciones conflictivas y de extrema pobreza. Por eso, cuando se aproxima la Navidad, con ella debe llegar la fe y la esperanza por la tan anhelada paz del mundo. La generosidad debe apoderarse de nuestros corazones como una muestra de renacimiento. Tendiendo la mano hacia los desprotegidos de la fortuna, haciéndoles sentir momentos de alegría navideña a aquellas familias que no gozan del calor de un hogar.  Para prestar atención al entorno, solo basta, buscar esas personas que por desgracia están recluidas en un hospital, en un asilo, en la cárcel, hasta en la calle para apiadarse del dolor ajeno en esta temporada de plena alegría. El solo sentir el frio que cala los huesos, debe inquietar en lo más profundo de nuestro ser, para ayudar. La Navidad está a la vuelta de la esquina. Es el momento de pensar en que valores infantiles vamos a trabajar con los hijos y familiares en esta época del año. Ser solidarios, ayudando a quien más lo necesita. Las fiestas navideñas nos brindan una buena ocasión para enseñar a los hijos valores tan importantes como el respeto, la igualdad, la solidaridad y la paz del hogar, de Colombia y del mundo. 

¡Que esta Navidad, nos recuerde aquellas ilusiones de nuestra infancia! Que nos permita enseñar a los niños de hoy, que acumulan juguetes que ya no utilizan, donándolos a otros que no reciben ningún regalo.  Sería un bonito acto para conmover nuestra ternura y solidaridad con los pobres. Nada más triste en este mundo, que, al despertar de un niño, en la mañana de Navidad, no posea un juguete.  Meditemos porque en buena parte de Colombia las Navidades serán tiempos de desdicha por la época de fuertes lluvias que estamos padeciendo, con bajas temperaturas y muchas desgracias humanas, de forma tal, que el motivo de trastorno afectivo estacional no sea tan trágico.

Civilidad: Algunos estaremos nostálgicos en esta época, pero nuestros descendientes con la magia navideña, nos motivan a ser felices.  

 

 

 

sábado, 10 de diciembre de 2022

Pisando calles y callos

 



Levanto la mirada al cielo agradeciendo haberme permitido nacer en este terruño de mis amores. De verdad, es una bella ciudad. Podríamos disfrutarla mejor si la agitada vida diurna y nocturna nos permitiera conocer su pasado glorioso. Tengo el privilegio de haber pisado sus calles empedradas y de conocer la “aplanadora”, máquina de carbón que rejuveneció la vieja Popayán. Muy cerca del centro histórico, de esta ciudad moderna, se erigía la imponente “estación del ferrocarril”, construida en 1924, que dejó llegar el tren hasta 1967. Siete cuadras abajo del centro, también disfruté de las ricas historias de la plaza de toros “Francisco Villamil Londoño”, de autentico tipo español, con capacidad para 6.500 espectadores. Lástima grande, hoy en ruinas, en proceso liquidatorio desde hace varios años.

Como escribo, no faltará quien diga: “es hora que Popayán, deje de vivir su historia y empiece a evolucionar, es necesario un cambio” Entonces, para agrado de quienes esto pregonan, ciertamente, la ciudad cambió. Modernizaron las techumbres de teja por Eternit. Surgieron racimos de niños mendigando limosnas en la calle. Cambiaron los carteles pegados con engrudo en las esquinas que invitaban a funerales o funciones de cine por estruendosos anunciantes motorizados. Cambiaron los bronces de “Pare” por semáforos invadidos de saltimbanquis. Motociclistas como verdolaga en plaza, posesionados de las esquinas sin permitir ni el tránsito ni la visibilidad. Florecieron ávidos vendedores extendiendo sus mercaderías, junto a soñolientos habitantes de calle, invadiendo los andenes para peatones. Y como estatuas, jóvenes policías embebidos de su celular olvidando su oficio.     

Cómo quisiera, en esa ciudad de leyendas, caminar las calles de antaño, para echar una mirada al pasado colonial; aquel trayecto que para los escolares era una legítima clase de historia. Claro, cuando no existían el internet ni el celular. Era la arcaica ciudad, pensada para el descanso para viajeros que iban y venían del cono sur con destino a la corona española. Aquella ciudad, que, durante más de un siglo, grandes terratenientes la hicieron prosperar de la mano esclava; pero que, al ser abolida la esclavitud por la Ley del 21 del año 1851, sancionada por el presidente José Hilario López, declarando libres a todos los esclavos que existieran en Colombia, se quedaron sin brazos.

Desde entonces, Popayán sobrevive en constante promesa de cambio. Prosperidad que se desvanece a cada instante, cohabitando sus pobladores como esclavos blancos. La ciudad no puede ser reconocida como una urbe de vanguardia, por sus investigaciones ni por el desarrollo de las tecnologías, ni por su inteligencia; aunque en cada esquina tenga una universidad y una iglesia.  Los ventanales que antes miraban hacia la calle, ahora lo hacen hacia adentro. Popayán, ya no es ese pueblo colonial, de casitas bajas y pajizas, plazas pequeñas, calles empedradas, portalones con grandes aldabones. Las cambiaron, por el inmobiliario residencial que está en pleno auge. Le trocaron su tradicional nombre por la etiqueta de “capital blanca” ¡Cambió la ciudad!  Ahora posee muchos comederos de comidas extranjeras. Popayán tiene comensales para todos los gustos: comida mexicana, órale, tacos, Pizza, hot dog, sushi…, la ciudad se transformó.  Vivimos un panorama totalmente distinto.

Civilidad: Cali y Popayán, conectadas a la montaña por una vía de alto riesgo y en pésimo estado.



 

sábado, 3 de diciembre de 2022

La brecha generacional


 Datos estadísticos, mal contados, aseveran que Colombia tiene 48.2 millones de habitantes. Pero, no solo se ha aumentado el número de habitantes, sino que, en la pirámide poblacional, las personas mayores de 60 años están creciendo y, disminuyendo el grupo de 0 y 14 años; lo que, a su vez, ha cambiado las dinámicas sociales. La brecha generacional es más grande, porque la tecnología domina todos los aspectos del día a día. Los antiguos que fuimos educados con herramientas rudimentarias, hoy nos vemos, alejados cada vez más de las generaciones jóvenes. Paradojalmente, la clave para achicar la brecha generacional entre los de la tercera edad y los adolescentes radica precisamente en la tecnología.

Ya no hay transmisión de valores en los hogares, que son cada vez más pequeños, de allí la demanda de viviendas multifamiliares. Pasamos por una contracultura parecida al movimiento hippie de la década de 1960. Contracorriente rebelde, que se caracterizaba por su manera de vestir, peinados y música, reclamando cambios en la sociedad, acuñando sus propias expresiones. La brecha generacional se agranda cada día, por el tipo de valores que los jóvenes quieren transmitir.

Pese a esa distancia, debemos mantener una relación en el rol de abuelos en la vida de los nietos, promoviendo la diversión de estos, siendo compañeros y guía para ellos. Todo debido al avance tecnológico como el principal obstáculo comunicacional entre generaciones, con diferente estilo de vida sin valores y otras visiones del mundo.

¡Perdimos el derecho a ser viejos!  Aunque, bien podría ser un punto de unión en que los jóvenes enseñaran a los ancianos el uso de la misma. En ese contacto intergeneracional, se da una discriminación hacia los adultos mayores por los distintos medios de vinculación con la tecnología. De allí, la crisis familiar y crisis de valores, porque el tiempo en que el abuelo inculcaba valores ético-morales ligados a la experiencia de vida, parece haber quedado atrás en esta generación. Entonces, en que queda aquel espíritu de la sociedad, de la dedicación al trabajo, la tolerancia, el respeto por los demás, la honestidad y la humildad. En verdad, las familias tradicionales como se conocían en el pasado, hoy cambiaron.

El manejo de las redes sociales, comprueba la crisis emotiva-afectiva, porque deterioran las relaciones interpersonales en lugar de unirlas. Enfriaron los sentimientos y abreviaron las emociones internas, al cambiar el lenguaje verbal y escrito por gráficos. Ahora la postura afectiva, es a través de “emoticones”, cuyo objetivo es resumir frases o palabras. La interacción del “señor profesor” que llenaba tableros, no existe. Ahora es el “profe” abreviado, por el analfabetismo funcional, porque sabiendo leer, no comprenden lo leído. O pasan por alto una palabra que no saben su definición.  Todo es con emoticones y emojis, reconocidos y procesados por el cerebro como información no verbal, lo que significa que los “leen” como parte de la comunicación emocional. El amor expresado con serenatas de tríos musicales, con poemas y, cartas de amor son cosa del pasado. La emoción juega un papel fundamental; pero, teniéndolas no las desarrollan. De ahí, las dificultades para tomar decisiones. En el rosto no reflejan el estado físico, no lo verbalizan ni gestualizan, porque ahora identifican la alegría con un emoticón de carita feliz o la tristeza con una cara aburrida. Ya no expresan emociones ni comparten actuaciones que tengan consecuencias positivas

Civilidad: El desequilibrio o inestabilidad emocional, afecta profundamente el estado de ánimo.