La gente que ama a Popayán
debe sentirse inclinada a dibujar en su imaginación una idea de porvenir con su
plaza, sus árboles, sus bancas y caserones, sus autoridades y sus habitantes.
Es decir, la gente que ama a una ciudad debe pensar en sí misma, y se piensa
viviendo en la ciudad de sus sueños. Aunque la realidad pase luego factura y rompa
las paredes y que las lluvias del invierno no dejen transitarla para observarla
en su belleza. Resulta difícil evitar en las imaginaciones un viento de
perfección, un anhelo de felicidad completa. Se pone y se quita, se borra y se
pinta la ciudad con sus costumbres, sus fiestas, y sus tradiciones.
Desde luego, no todos
tenemos una misma idea de ciudad perfecta. Muchos popayanejos seguimos pensando
que el ideal de plenitud suena a banda de trompetas y cornetas, con unas calles
cubiertas de azahares, geranios y penitentes, y un calendario marcado por las
bendiciones de los obispos y las cofradías de nuestra Semana Santa. Otros payaneses
se acuerdan del Maestro Valencia, el pintor Efraím Martínez. Algunos brindarán
por los suelos recalificados, las grúas oliendo a mar, los concejales
olfateando noticias buenas y malas, hasta la felicidad de los constructores. Y
hay quienes más, se enorgullecen de “Chancaca”, “Guineo”, “Zócalo”, prefiriendo
a los habitantes de la generación capitaneada por los próceres. Hay que admitir que a los patojos raizales no
les falta ambición, ya sea para llenar de penitentes los templos y de bloques
de pisos en sus barrios.
La falta de
ambición no tiene siempre que ver con los términos medios. En “Popaiam”, hay
que aceptar que no se identifica con la parálisis. Los términos medios son más bien las
consecuencias de la realidad, la factura que pasan los paros cívicos e
incívicos sobre las fachadas de nuestra ciudad. A trancas y trancones, los
penitentes hemos aprendido a convivir con resiliencia. El problema resulta más
grave cuando la falta de ambición se convierte en un manto de tristeza, de
medianía insoportable, que paraliza la ciudad. Pero, eso no es lo que le ocurre
a mi “Popaiam”
Se aproxima la
ciudad a celebrar la fecha de su fundación y de democracia, oportuna también, para
hacer un ejercicio de memoria del nefasto resultado catastrófico de 1983. En mi
bella ciudad hay paisanos que confunden el amor a la tierra con el discurso exaltado,
abundando también, los que encauzan sus rencores personales para despreciar a
todo lo que brota en la ciudad. Los popayanejos, payaneses y patojos debemos prevenirnos
contra la antipatía a la ciudad. Es de esperar que ese defecto de los habitantes
sea lo contrario en el año venidero. Dejar la tirria para vivir con algo de
ilusión en la ciudad. El alcalde Juan Carlos López,
está cumpliendo con uno de los grandes retos que enfrenta para aterrizar la
agenda en políticas concretas, que permitan tener un mayor impacto a la luz de
los compromisos establecidos que tienen especial énfasis en lo social: disminución
de pobreza, desigualdad y, en general, mejores condiciones de vida de la
población.
La amada Popayán no
está mal, en economía, e infraestructuras, pues, ha empezado la construcción de
la doble calzada Cali- Popayán. Las
obras viales en la ciudad avanzan para mejorar y salir del subdesarrollo, pues
ya no se vive de un provincianismo hiriente, hay indicios deslumbrantes de
adelanto que se ha sabido aprovechar. La ciudad se ha extendido, por doquier
hay comercio, se nota que hay muchos recursos económicos, las calles atestadas
de motores de alta gama lo demuestra. Parecemos contentos de vivir ya no en un
pueblo de quinta categoría. Popayán se identificó con el progreso y simbolizó cambios
de diverso tipo, sean sociales, técnicos, económicos o culturales. Y desde
luego, constituye un fenómeno complejo, cuya comprensión exige el análisis de
diferentes facetas.
Civilidad: Quienes no pueden vivir en la
ciudad de sus sueños, esos ciudadanos en el 2023, deben procurar, no vivir en
la ciudad de sus pesadillas.