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domingo, 31 de julio de 2022

El chiflón mata

 

Para quienes no conocen el significado de “chiflón”, les diré que es el aire que circula por una hendija. En otras palabras, es una corriente de aire muy tenue. Yo siempre escuché muchas veces esta frase de mi abuela: “cierre bien esa ventana hijo que entró un chiflón helado a la habitación”.  Cuando mi Popayán era frío, no tanto como lo es ahora, mi abuelita colocándose un gran pañolón (chal) sobre sus hombros se envolvía de tal modo que sólo asomaba su cara, exclamando: “achicháis, que frío”, “cierren la ventana que el chiflón mata”.

Cuánta razón tenían mi abuela, haciendo tapar todas las rendijas y ranuras de puertas y ventanas contra el frío.

Cuando hace frío y sentimos molestias “en los huesos” no sabemos atinar si son debidas al cambio de temperatura, o son las articulaciones que, por la edad, nos producen contrariedades.  El frío y la humedad hacen que los músculos estén más contraídos y entumecidos, provocando más contracturas y dolencias, hasta llegar a los huesos; aunque algunos afirmen que no son los huesos los que duelen. Pero, “antualito”, considero a los que han tenido que reemplazar sus huesos por prótesis metálicas.  El frío empeora en las madrugadas, los vientos alisios y las lluvias, complican todo. Ahora tenemos noches tan frías, tan frías, más de lo normal y unas madrugadas tan heladas que vivimos acuscambados. Por estos días, ante esa inusual ola de frío en Popayán, alarma a las autoridades en salud. Y desde luego a las familias, porque el frío extremo es enfermizo. De allí el dicho agudo y sentencioso de uso común, de que, el frío mata.

Cuando yo era “kikato”, no existía el sistema de calefacción eléctrico, pues no había energía eléctrica. De muchacho, me enviaban con diez centavos a comprar a la tienda de la esquina, un guango de leña, equivalente a cinco rajas de leña. Ese guango alcanzaba para cocinar los alimentos, hacer el café y refugiarnos del frío en la tulpa (tres piedras). La tulpa ha representado desde la ancestralidad, la unidad familiar, ese espacio donde la palabra se abriga con el abuelo fuego, donde la comunicación fluida y la educación propia se hacía práctica. Allí en esa cocina, el dios fuego con sus chorros de llamas nos abrigaba del frío, permitiendo, además, escuchar las palabras, consejos, enseñanzas, refranes y cuentos de mis mayores.

Con mi prosa amable y ligera, logro sumergirme en esa historia de un modo tal que mis coetáneos no dejarán de leer hasta conocer el final. En las empedradas calles de mi amada Popayán, vi gente caminar ligero, ligero para guarecerse bajo las techumbres de la noble ciudad, de la pertinaz caída de partículas líquidas de agua en forma de gotas dispersas. También, conocí el tema de la moda a través de lo largo de los últimos 70 años en Popayán. Es cierto que ha ido evolucionando, modificando constantemente la forma en la que nos vestimos de acuerdo a la época, situación social o la temperatura. Ha cambiado la vestimenta con gran número de transformaciones, errores y aciertos. En los tiempos fríos de entonces, en las mujeres, sus faldones eran ajustados en las caderas y se iban ensanchando en forma de campana hasta llegar al suelo. En los hombres utilizaban el traje de tres piezas (saco-chaleco-suéteres sobre camisas).

Pero lástima, el clima cambió como resultado de la actividad humana. Hoy, son millones de colombianos los que han sentido en este primer semestre de 2022 que las temperaturas han bajado más de lo normal en distintas regiones del país. Por ello, está  vigente el consejo de mi abuela, cuando decía: “El chiflón mata”, al demostrar los científicos estadounidenses que han analizado que las bajas temperaturas conducen a mayor trasmisión de Covid-19

 

Civilidad: El sentido común y el consejo de viejos, nos hace llegar lejos.

 

 

 

sábado, 23 de julio de 2022

Ahora siento rabia

 

Hoy quiero contar de qué siento rabia. Son muchas las cosas que me causan ira e intenso dolor. Pero, lo que me genera esa sensación fuerte de molestia o disgusto, es saber leer y entender el contenido de lo que leo. A veces, las emociones se tornan furiosas, pueden ser intensas, hasta hacerme sentir fuera del control. La ira me propicia actos agresivos como cerrar el capítulo, resaltar páginas del libro o apagar mi computadora.

El enfado, la ira, la frustración... y todas esas emociones, generadas en mí, son a causa de saber leer. Pues, leer los mensajes es muy importante por lo que, en lugar de dejarme llevar por las alteraciones, me detienen para tratar de descifrar qué quieren decir, que significan las necesidades de todo cuanto nos rodea. Creo tener un corazón de cristal, porque soy una persona muy sensible, con alta empatía, pero también un alto contagio emocional. Me contamino en seguida de las preocupaciones, las angustias y las necesidades de los demás.  Ello me hace sentir mal porque no suelo tener claro el límite con los demás. Analizando en forma concreta y especifica, me pregunto: ¿qué tan feliz será una persona analfabeta?  ¿Los analfabetos son felices, solo memorizando sus deberes, obligaciones y conceptos que cada uno aprende a su ritmo sin ningún tipo de presión? ¿Han construido “un mundo feliz”?

La generación de nuestros abuelos pidió a sus hijos que se formaran para la vida, analfabetos, pero alegres; hoy, el camino a los nuestros está allanado. Uno de los retos más grandes de los seres humanos para ser felices y plenos, es romper con el analfabetismo emocional, sin permitir identificar lo que sentimos. Y es que, por lo general, ni siquiera tenemos el lenguaje adecuado para describir lo que sentimos y cómo nos sentimos. Y aunque la felicidad plena es imposible, la felicidad es “un estilo de vida en el presente, que garantiza el futuro y reconcilia el pasado a través de competencias, habilidades y actitudes sincronizadas y orientadas al crecimiento y plenitud”.

Así mismo, todos llevamos inserto el sentimiento de rabia que es útil, que empuja a la acción, pero que destruye a su portador si no se apaga a tiempo. Es una molestia que se manifiesta en el estado de ánimo con la alternativa de armar una bronca, digerir lo ocurrido dejándolo pasar o manejar el asunto sosegadamente.

Es fácil reconocer a las personas que parecen estar enfadadas constantemente. Se les ve tensas y notablemente preocupadas cada día sin importar si hay hechos positivos o negativos a su alrededor.

La irritabilidad en el mundo, se volvió constante, porque en lugar de propiciar una situación saludable, todo cuanto ocurre desencadena contra el propio bienestar. Lo que lleva a decir que el demonio existe y anda suelto. El problema está en saber qué es y cómo se manifiesta. Vivimos tiempos de una sensibilidad creciente por el espíritu de las tinieblas y su actividad en medio de nosotros, que es objeto de conversación y continua preocupación hoy por hoy. Esa maldad que llevan en su interioridad los hombres, es tarea del anticristo.

Muchas personas usan la palabra sótano para referirse a aquello que tienen en su interior y que no saben cómo definir. “Hay algo aquí dentro, en el sótano”, dicen algunos, mientras se tocan el pecho, “que no me deja tranquilo”. En realidad, el sótano sería aquello que desconocemos, nuestro inconsciente, todo lo que ocurre en nuestra vida y que lo codificamos emocionalmente, pero que, ahora no sabemos cómo nos afecta. El problema del mal es complejo. Se hacen lecturas desviadas sobre esta problemática; pero de allí a sostener que el bien y el mal son lo mismo, que no nos preocupemos del mal, o simplemente, para qué hablar de este último. Creo que son posturas con graves implicaciones negativas.

Al iniciar este escrito dije que sentía rabia por saber leer. Sí, porque ahora entiendo la diferencia entre globalización y globalismo que puede parecer insignificante, pero es importante.

Civilidad: La lectura nos lleva a mundos inexplorados e incomprensibles.

sábado, 16 de julio de 2022

La picaresca popayaneja

 

La fundación de este poblado que crecería para ser Popayán, fue un proceso que tuvo dos instancias o momentos. Porque la existencia de nuestra ciudad ya ha sido suficientemente referida y analizada por los estudiosos de la historia, pero poco se ha escrito sobre los episodios aquí narrados. El primero fue el teniente Juan Ampudia enviado por el capitán Sebastián (Moyano) de Benalcázar desde Quito para precederlo en el descubrimiento, conquista y para poblar este país, arribando al Valle de Pubén el 15 de diciembre de 1536. El segundo momento fue un año después, cuando Benalcázar pasaba hacia el norte de Colombia, decidió trasladar a esta Villa al sitio escogido por él y, que fue precisamente en los bohíos abandonados de Pubén de los aborígenes, dándose así la oficialización en forma personal de la fundación el 13 de enero de 1537 de la ciudad de Popayán, poniéndola bajo la protección de Nuestra Señora del Reposo o del Tránsito.

Ciertamente, un año antes, (24 de diciembre de 1536) el teniente Juan de Ampudia,  había llegado al mando de una excursión enviada por el Sebastián (Moyano) de Benalcázar y, al contemplar con los expedicionarios blancos el hermoso Valle de Pubén y observando el reducido poblado que habitaban sus naturales, en el lugar donde hoy se encuentra "la Ciudad Blanca", vio los dos albergues o caseríos indígenas, -de palmas, troncos y bejucos- sede del Cacique de Payán, llamados “Pupayam”, nombre que adoptaron los españoles para la ciudad fundada donde resolvieron prontamente sentar plaza. Allí instalaron por primera vez su cuartel militar, ubicado en el sitio que hoy conocemos como “La loma del Azafate”. Por lo que, la fecha preferida por historiadores y cronistas como fecha de fundación de la ciudad seguirá en discusión, porque ese día también, se llevó a cabo la primera misa cantada del poblado, a cargo del capellán de sus tropas, presbítero García Sánchez, en un humilde Templo levantado como Catedral sobre el costado sur de la futura plaza.  

El caserío que fue refundado en 1537 aún cuenta con retazos de arquitectura colonial y religiosa que ha prevalecido pese a los terremotos. Y predomina, aunque los inmisericordes devastadores de la zona céntrica de Popayán la demuelan a diario.  Esta bella, entre las bellas ciudades de Colombia, se reconoce no solo como la capital del Cauca, sino por el color de sus caserones, casas y edificaciones que blanquean su arquitectura colonial designándola como la “Ciudad Blanca”.

La razón se remonta a hace más de 200 años, cuando a causa de una epidemia causada por un insecto “familiar” llamado 'nigua', que, según registros históricos, se metía entre los dedos de los pies de la gente, provocándoles infecciones de agradable hormigueo e irritación de la piel que inducía el deseo de rascarse en las piedras y ladrillos de las esquinas de las casas, hasta sacarse sangre. Cuentan que era tal la inflamación de los dedos que hacía que quienes las padecían caminaran como “patojos” (loros) de donde proviene el sobre nombre de los lugareños por su balanceo al caminar adoloridos. En consecuencia, se dice que las autoridades de la época decidieron cubrir y pintar todas las fachadas de las casas con cal viva, presentándola como uno de los mejores bactericidas para desinfectar, ya que decían que esta servía para matar la "bacteria", la que después de varios años lograron erradicarla.

Después del terremoto de 1983, al reconstruir las casas, en especial la parte de la arquitectura del sector colonial de Popayán, se descubrió que en otras épocas las edificaciones habían sido enlucidas con picarescos dibujos -adornos en colores- y con zócalos en sus muros. Pues, el sistema de zócalo representaba un elemento fundamental para proteger la parte inferior de los muros de los golpes, de las abrasiones y las salpicaduras del agua y el lodo, para esconder eventuales irregularidades o imperfecciones presentes entre la pared y el suelo. Hasta mediados del siglo pasado, los pintores de brocha gorda encargados del enlucimiento de las paredes, usaron el método en la vida antigua del “homo popayanensis”, consistente en la piola templada y humedecida de color ocre oscuro que, al soltarla marcaba la línea en la altura precisa para pintar con uniformidad el zócalo.

Civilidad: Escribir el sacudón nostálgico del pozo de olvido.

 

domingo, 10 de julio de 2022

El origen de los apellidos

 

A través de los nombres y apellidos nos identificarnos y nos diferenciarnos de los demás. Son un legado que nos dejan nuestros padres; por ello, estamos obligados a honrarlos, ya que representa a toda la familia.

Yo no sabía esto y, por parecerme muy interesante, trasmito este escrito. En tiempos inmemoriales, los apellidos no existían, tan solo bastaba con tener un nombre. Por ello, a los personajes del Antiguo y Nuevo Testamento los conocemos solo por su nombre: Abraham, Moisés, Pedro, Juan, Mateo, Jesús, María y José. Lo que indica que en la antigüedad no existían los apellidos; nada de Abraham Pérez, Mateo Delgado o José García. Con el paso de los años, la tierra se pobló de tal manera que, surgieron las dudas como identificar a las personas.

“En la Edad Media era raro que alguien que, sin pertenecer a la realeza o nobleza, tuviese una vivienda o tierras en propiedad. Solo a partir del momento en el que la burguesía tuvo acceso a bienes inmuebles, por lo tanto, generó la necesidad de acreditar la propiedad. Entonces, apareció la conveniencia de poder identificar a quién pertenecía cada cosa. Fue así como el solo nombre de pila se convirtió en insuficiente, por eso comenzó a añadirse en la documentación, y junto al nombre, alguna particularidad que identificara al propietario fácilmente a fin de poner orden al caos administrativo para identificar las personas por familias. Así, que, al momento de comunicarse, decían: “llévale este mensaje a Juan”. Pero, ¿cuál Juan? preguntaba el mensajero. Pues Juan, el ‘del valle’, explicaba para distinguirlo del otro Juan, el ‘del monte’. En este caso, los apellidos ‘del Valle’ y ‘del Monte’, tan comunes hoy día, surgieron como resultado del lugar donde vivían estas personas. Estos se llaman ‘apellidos topónimos’, porque la toponimia estudia la procedencia de los nombres propios de un lugar. En esa misma categoría están los apellidos Arroyo, Canales, Costa, Cuevas, Peña, Prado, Rivera (que hacen referencia a algún accidente geográfico) y Ávila, Burgos, Logroño, Madrid, Toledo (que provienen de una ciudad en España).

Otros apellidos se originan de alguna peculiaridad arquitectónica con la que se relacionaba una persona. Si tu antepasado vivía cerca de varias torres, o a pasos de unas fuentes, o detrás de una iglesia, o al cruzar un puente, o era dueño de varios palacios, pues ahora entiendes el porqué de los apellidos Torres, Fuentes, Iglesia, Puente y Palacios.

Es posible que hayas tenido algún ancestro que tuviese algo que ver con la flora y la fauna. Quizás criaba corderos, cosechaba manzanas o tenía una finca de ganado. De ahí los apellidos Cordero, Manzanero y Toro.

Los oficios o profesiones del pasado también han producido muchos de los apellidos de hoy día. ¿Conoces a algún Labrador, Pastor, Monje, Herrero, Criado o Vaquero? Pues ya sabes a qué se dedicaban sus antepasados durante la Edad Media.

Otra manera de crear apellidos era a base de alguna característica física, o un rasgo de su personalidad o de un estado civil. Si no era casado, entonces era Soltero; si no era gordo, era Delgado; si no tenía cabello, era Calvo; si su pelo no era castaño, era Rubio; si no era blanco, era Moreno; si tenía buen sentido del humor, era Alegre; si era educado, era Cortés.

Quizás la procedencia más curiosa es la de los apellidos que terminan en -ez, como Rodríguez, Martínez, Jiménez, González, entre otros muchos que abundan entre nosotros los hispanos. El origen es muy sencillo: -ez significa ‘hijo de’. Por lo tanto, si tu apellido es González es porque tuviste algún antepasado que era hijo de un Gonzalo. De la misma manera, Rodríguez era hijo de Rodrigo, Martínez de Martín, Jiménez de Jimeno, Sánchez de Sancho, Álvarez de Álvaro, Benítez de Benito, Domínguez de Domingo, Hernández de Hernando, López de Lope, Ramírez de Ramiro, Velázquez de Velasco, y así por el estilo.

Es así como, poco a poco, durante la Edad Media, comienzan a surgir los apellidos. La finalidad era, pues, diferenciar una persona de la otra. Con el tiempo, estos apellidos tomaron un carácter hereditario y pasaron de generación en generación con el propósito de identificar no solo personas, sino familias”.

 

Civilidad: Popayán no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos, ¡cuídala!

 

sábado, 2 de julio de 2022

Las cárceles colombianas

 

Avergüenza lo que se ve y, oye, tanto, adentro como afuera de las cárceles de Colombia. Se sabe que bandidos de toda laya, no todos van a las cárceles, porque son de “cuello blanco”, con el privilegio de “la casa por cárcel”. A sus anchas, porque no hay suficientes controles ni funcionarios para hacer cumplir el “encierro”, con todas las garantías. Y los famosos brazaletes de seguridad para arresto domiciliario, no son más que adornos invisibles. Las cárceles de Colombia son universidades del hampa, desde donde se aprende a delinquir digitalmente. La cárcel es el lugar de aprendizaje de nuevos delitos. Las hay de diferentes categorías, de “alta seguridad” de donde es factible fugarse dependiendo de la capacidad económica del delincuente que se pasea como “Pedro por su casa” con servicios incluidos: TV, confortable habitación y alimentación y hasta con seguridad privada. Además, con permisos frecuentes a la calle, casos se han visto bartoleando por centros comerciales. Pero, claro todo privilegio tiene un precio ¡Qué tal!

La estratificación social dentro de los presidios es una verdad de a puño. Y las diferencias se notan. Montoneras de presos en los patios, corredores y espacios donde dormitan. El hacinamiento humano permite desarrollar sin escrúpulos diversas relaciones de sexualidad. No tener cómo pagar protección o lugar donde dormir puede ser un riesgo para su integridad. Proliferan las riñas, disputas por la frontera de espacios, se conforman pandillas para extorsionar desde los celulares a comerciantes, ganaderos y personas con algún patrimonio, convertidas en “clientes” para obtener sus ganancias, aunque estén confinados.

Esto y mucho más, se realiza en connivencia con guardianes, carceleros, cuya infraestructura, además es deficiente. El número de funcionarios disponibles en planteles penitenciarios es bastante bajo (17.000 personas) en relación con el número de presos que aumenta exponencialmente al igual que las necesidades del sistema. Este número no garantiza una adecuada gestión penitenciaria y un trato digno a las personas detenidas. Pero, aunque hubiera presupuesto para crear nuevas plazas de guardianes, siempre habrá necesidad de nuevas cárceles y más personal para atender los reclusos que crecen a diario. Una de las grandes problemáticas, es el hacinamiento en los establecimientos penitenciarios. Colombia tiene 138 centros penitenciarios para 97.397 privados de la libertad que le cuestan al Estado 3 billones de pesos anuales. Alarmante la ausencia de infraestructura apropiada para cumplir con los fines resocializadores de la pena, no es noticia nueva. ¿Colombia debe seguir construyendo cárceles? ¿Se invierte presupuesto en políticas eficientes en prevención del delito?

Aquí cabe recordar que entre 1954 y 1959 de aproximadamente 600.000 delitos cometidos, tan solo 5.309 personas fueron condenadas y un número superior a 300.000 casos quedaron sin definición por parte de los jueces. La pésima imagen que reflejaba el sistema penitenciario colombiano aumentaba la sensación de inseguridad dentro del marco de violencia que vivía el país. Así pues, la medida extrema que “solucionaría” esta situación era instalar un penal en un lugar del que sería imposible escapar y que acabaría con todas las críticas a la Dirección General de Prisiones y al Ministerio de Justicia. Para lo anterior, con el Decreto Ley No. 0485 del 27 de febrero de 1960, en el gobierno de Alberto Lleras Camargo (1958-1962), se abrió la prisión Gorgona. Este gobierno, al apropiarse las islas con el pretexto de que al ser de la nación no podían pertenecer a particulares –para ese entonces Gorgona le pertenecía a la familia D´Cross y a los Payán–, ordenó erigir allí la prisión que debía cumplir con ciertos criterios impuestos por él mismo: el aislamiento psicológico para que se agravara el castigo y el máximo grado de seguridad.

Hoy en día la situación sigue igual o peor. Prueba de ello, el amotinamiento y posterior incendio en la cárcel de Tuluá, ocurrido el pasado 28 de junio, dejando un saldo tenebroso de 51 muertos y una treintena de heridos. He allí, un elemento de importancia para un efectivo proceso de rehabilitación del delincuente, mediante escuelas correccionales y no en universidades del crimen para combatir la ociosidad, donde se eduque al privado de la libertad en actividades productivas, que les sirva dentro del penal para que encare los retos de la vida en libertad.

Civilidad: La prisión debe mantener al recluso con la mente ocupada, para cuando salga a la libertad, sea un hombre culto y responsable.