El péndulo de la
democracia se mueve como lo hace un reloj de péndola, y, su oscilación se amortigua
mediante un sistema de pesas y contrapesas. En el cono sur de América, hemos a gobernantes
verdaderamente convencidos de las bondades de la democracia; pero, también, mandatarios
con tendencias a perpetuarse en el gobierno, -en contra de reglas básicas del
sistema político basado en el equilibrio de poderes- como el recientemente elegido
presidente de Chile, Gabriel Boric. De allí que la principal característica
de un régimen democrático es la incertidumbre, circunstancia que produce inquietud
y desconfianza en el acontecer político.
Colombia como nunca, hoy
está cerca de un giro inédito. Por primera vez, se perfila la posibilidad de que
un candidato de izquierda llegue a gobernar. La dinámica política, electoral e
ideológica representa la natural competencia por la disputa del poder y que la
orientación ideológica de un grupo predominante pretenda desarrollar su plan de
gobierno. Pero en realidad, lo que nos interesa es la democracia, (poder
del pueblo) aunque imperfecta en que se respetan las normas y la separación de los poderes
establecidos en la constitución y, no la autocracia en que gobierna uno solo.
El
13 de marzo, la opinión mayoritaria de las personas que votaron, encontraron en
el voto, el lenguaje apropiado para pedir un cambio drástico, inédito, incierto,
aplazando al zurdo Gustavo Petro y, al candidato de centro derecha Rodolfo
Hernández para una segunda jornada electoral, el venidero domingo 19 de junio.
Aunque
nada está definido hasta ahora, lo cierto es que, la mayoría de colombianos no
quiere "más de lo mismo", Los electores declaran cansados de
eufemismos en este país que no da giros bruscos hace décadas. Estamos ante un hito
histórico, porque por primera vez pasan a segunda vuelta dos candidatos que,
perteneciendo al mismo sistema, ahora irónicamente reniegan de él. Ambos lanzan
como gancho electoral, mano dura contra la corrupción, sin agitar con el mismo delirio,
la bandera blanca de la paz con la que otros se eligieron. Eso es, lo que, sin
duda, ha vivido el país desde hace doscientos años. Así que, desfilamos hacia
un cambio con pocos antecedentes, solo comprable con lo ocurrido en 1990 para
la Constituyente.
Ante
el anhelo de lo que muchos exigen y esperan: el verdadero cambio, digamos que el
resultado es imprevisto para el domingo próximo. Ello, porque sin duda, ambos candidatos
generan muchas e inevitables preguntas: ¿Cuál cambio? ¿Cómo proceder el cambio?
Además, en la dura y desleal competencia, hay lugar al temor de que un
resultado muy cerrado, el perdedor lo vuelva un huracán, dadas las dudas ya
sembradas sobre la credibilidad del escrutinio.
Confesando que soy víctima de una ilusión óptica
borrosa, llegó Colombia al ¿anti-uribismo o al anti-petrismo? ¿Se
eliminará la polarización? Los estacionados
en el centro, apostándole a las reglas del establecimiento, ¿comprenden el
escenario que hoy estamos viviendo?
En mi sentido filosófico, no partidista, pienso y
opino que la unión de los colombianos es lo más indispensable para lograr el
cambio que necesita la Nación. Urge, para enfrentar desafíos aún no resueltos
como: el narcotráfico y las graves secuelas en la vida de millones de
colombianos. Es el momento preciso para enfrentar con carácter recio para dar solución a los peligros crecientes
de la corrupción, la violencia, la carencia de justicia y la resistencia al cambio
que desacredita al Estado de Derecho. De allí que, los colombianos debemos tomar
la decisión de elegir al más idóneo para enderezar el curso que llevan nuestras
instituciones, en estos momentos de la peor desconfianza de todos los tiempos.
Con enorme simpleza y despiste, algunos anuncian su
voto en blanco. Pero, “La doctrina del Consejo Electoral es que hay que
incluir la casilla del voto en blanco, pero no tiene ningún efecto frente al resultado. En caso de que llegara a ganar el voto
en blanco no se aplica el efecto. Se mantiene la casilla, pero no tiene efecto
jurídico”.
Civilidad: “Los malos gobernantes
son elegidos por los buenos ciudadanos que no votan.”:
George Jean Nathan.
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