En política siempre habrá personas
y fuerzas que se muevan en diferentes direcciones. Unas persiguiendo fines personales
y otras queriendo realizar tareas objeto de discusión colectiva, para convertirlas
en políticas de gobierno. En esa pluralidad
de individuos estamos; asimismo, entre dos direcciones políticas, pero ambas, generando
un buen margen de incertidumbre. La desconfianza
política es propia de la condición humana, por estar siempre en movimiento. En lenguaje coloquial,
se dice que “la política es dinámica”, referido más que todo a las decisiones
de algunos dirigentes respecto del transfuguismo político.
La dirección de la sociedad está
errada, lo que debemos cambiar está por venir. Se pregona a gritos, una
transición política, económica y social porque más del 85% de los colombianos
piensa, que el país va por mal camino. Desde el momento más agudo del conflicto
armado, (1990) no se reportaban números de tan alto pesimismo. Pese al récord
de violencia y a sus ingentes problemas, Colombia tiene la política más estable
de América Latina y, nunca ha sido gobernada por movimientos de izquierda o
líderes socialistas. Pero, innegable, el malestar social,
se debe a que los partidos políticos fueron incapaces de canalizar las
preocupaciones y aspiraciones de los colombianos.
Hemos estado en manos de una
casta política sin sensibilidad social y sin preparación para ejercer este tipo
de actividad. Desnaturalizaron la política, la privatizaron e incumplieron su
rol como instrumentos de interpretación de los diferentes sectores sociales. La
violencia y la desigualdad social, la han sostenido gobiernos
"oligárquicos" y "corruptos". De allí que, los colombianos,
contra todo pronóstico, hayan decidido que hay que cambiar. Por eso, hoy 19 de
junio, no se juega un “cara o sello”. Esta no es una elección cualquiera, estamos
ante la elección presidencial que promete ser histórica, por la dimensión de
cambio que puede significar.
En
este país de virajes caprichosos, cunde la frustración por la política
camorrista, por la inmundicia que la rodea, por la corrupción que la aprisiona,
por la falta de transparencia. Hastía la política
de disputas individuales. Hartos estamos de las rivalidades personales y
partidistas que les quitan espacio a temas de interés de la comunidad. Por eso, hay que acabar con la continuidad, la
contaminación, con todo nexo del mundo hediondo del clientelismo que unido al
narcotráfico y a las artimañas que mantienen la violencia. ¡Muchos cambios reclama
Colombia!
Dos candidatos
proponen un giro, radical o moderado. Colombia envejeció en medio de la polarización
y la corrupción. Hoy, el país político presenta dos opciones de cambio. Un
gobierno de izquierda como el que él plantea por tercera vez desde la tarima,
el acartonado economista Gustavo Petro, aliado con políticos
de todas layas, algunos zarandeados en el pasado por él mismo. Es el mejor
programa, y de ser ejecutado, supondría un choque con ese modelo económico que a
gritos exige cambios. Su mensaje ilusiona a unos y asusta a otros. Sería un
hito histórico en esta Nación sin experiencias realmente progresistas o
revolucionarias del poder. Al final de la campaña, los ataques fuertes y
perversos de algunos de sus seguidores profundizaron la división.
La otra
forma de cambio, estrepitosa, pero, novedosa la encarna el ingeniero Rodolfo
Hernández empresario de finca raíz, quien, en agresiva campaña sietemesina se
atrevió a desafiar a la clase política, declarando el cansancio hacia los
gobernantes "de siempre". Se valió de su lenguaje desabrochado, que agrada
y convoca a los colombianos, vaticinando que no habrá ingobernabilidad. Indudable que, este fenómeno político, a su edad, se haya convertido
en “old Powers”.
El último proceso eleccionario
demostró que la gente no ha perdido del todo, la fe en la política. Ese ciudadano que no quería saber nada de
política, se ha puesto a repensarla, para no permitir que ésta se convierta en
una actividad especializada, de “expertos”, “profesionales”, “técnicos” o de
“élites”, alejada de los ciudadanos sin sentirse identificados, ni con los
políticos que dicen representarnos, ni con las instituciones públicas prestadores
de ineficaces servicios sociales.
De allí que, no podemos dejar al
Estado y sus instituciones en poder de los que quieren imponer unidireccionalmente
sus puntos de vista. Digamos aristotélicamente que la política en “tiempos de
oscuridad” donde “todos pierden, hasta los triunfos son dolorosos”. Hagamos conciencia política para que se
conjugue: pensamiento y acción, con la posibilidad real de dar luz y claridad a
los graves problemas sociales que atraviesa la Patria. Sigamos soñando con la
vía del progreso, con buenas formas de gobierno y, de hermandad entre
colombianos.
Civilidad: En “tiempos
de oscuridad”, los hombres normales, debemos pensar y obrar con lucidez.
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