Con el inicio de la dictadura de Rojas Pinilla en
1953, caracterizada por un populismo de tinte católico, apoyada tanto por
conservadores como por liberales, se reforzó la educación cívica en las
escuelas a través de la creación de la cátedra Bolivariana que tuvo vigencia
hasta 1963 y que se definió por su pregón nacionalista y conservador. Al
ingresar Colombia en 1954 al bloque liderado por Estados Unidos contra la Unión
Soviética, los intereses nacionalistas quedaron enmarcados en la geopolítica
internacional con un sesgo anticomunista, que, a principios de la doctrina
social cristiana, invocaba en los textos escolares el llamado del Papa Pío XI,
diciendo: “Que los fieles no caigan en estos y otros parecidos engaños. El
comunismo es, por virtud de su misma naturaleza, perverso, y no se puede
admitir en ninguno de los campos su colaboración, por parte de aquellos que
desean sinceramente salvar la civilización cristiana”
A
partir de los 60 en Colombia, el auge del Desarrollismo coincide con una
neo-conservadurización de la vida política y social que pronto se reflejó en
los textos escolares con el retorno a temas como la patria, la moral religiosa
y la urbanidad. En el programa analítico de Estudios Sociales y Filosofía para
el primer y segundo ciclo de educación media de 1962, se incluyó la asignatura
Educación Cívica y Social para el primer año, en el que se señalaba a la cívica
y a la urbanidad como vivencias en el ambiente de la escuela y como medios
permanentes de educación. El objetivo específico era brindar a los estudiantes
conocimientos básicos para orientarse en sus relaciones, comprender la
organización política del país y asumir actitudes deseables como normas de
conducta, así como desarrollar el sentido de responsabilidad individual y
social mediante la comprensión de los deberes y derechos de la persona humana y
de los buenos hábitos de comportamiento en las distintas situaciones de la vida
social. (Ministerio de Educación Nacional, 1962) Los temas contemplados eran:
La vida en sociedad; específicamente la conducta del buen ciudadano, la
familia, los deberes y derechos de padres e hijos, las virtudes sociales; como
la solidaridad humana, la generosidad, el altruismo, la honradez, la justicia y
la veracidad como base la convivencia, la patria; los símbolos y las
tradiciones de la nacionalidad, el tema del gobierno; la constitución política
y las leyes, el poder público en Colombia; su organización y función y los
deberes y derechos del ciudadano colombiano. La segunda parte del programa
estaba dedicada al comportamiento en general, a las normas de la sociedad, a la
conducta en diferentes espacios públicos y privados, a las relaciones sociales,
a la sanción social y al empleo honesto del tiempo libre. La reforma curricular
de 1989 suprimió definitivamente la asignatura de educación cívica fusionándola
a la nueva propuesta de ciencias sociales integradas, lo que desató varias
reacciones.
En la década de los 90, Colombia pasa por una reforma
constitucional y educativa. El “salto” de la democracia representativa a una
democracia participativa, señala un nuevo horizonte ético-político, aunque con
una vieja retórica sobre la justicia, la paz, la defensa común, el bienestar
general y la libertad dentro de un marco democrático y participativo. Sin embargo,
para Colombia las secuelas del fenómeno del narcotráfico que instaló una
“ética” propia, la consolidación del paramilitarismo como política de Estado y
como consecuencia, la agudización del conflicto armado, así como gobiernos
infiltrados por el narcotráfico y procesos de paz fallidos, constituyó una
paradoja con el entusiasmo democratizador y la visibilización de la pluralidad
del llamado tercer sector, las ONG.
Colombia ha vivido momentos delicados a lo largo de
su traumática historia, pero ahora parece estar recorriendo un camino
desconocido en al menos tres ámbitos distintos: la protesta social,
la economía y la representación política. El desenlace de la crisis actual
es desconocido y por eso es difícil entrar en comparaciones sobre su relevancia
histórica.
“No parece exagerado afirmar que una buena parte de
la crisis de nuestra sociedad, que se ha venido acentuando en los últimos años,
obedece al hecho irresponsable, por decir lo menos, de haber suprimido del
pensum educativo materias tan formativas como la cívica y la urbanidad,
orientadas a inculcar en la mente y en el corazón del niño, desde su más tierna
edad, el amor a la patria y a sus símbolos, el concepto de solidaridad, la
noción de orden, de libertad y de justicia y esa serie de conocimientos mínimos
que un colombiano con uso de razón está obligado a poseer acerca de la organización
del Estado, de los deberes y derechos que lo ligan a él y de las normas de
comportamiento que contribuyen al progreso de la comunidad. Se desplazaron
entonces las buenas maneras por la ordinariez, y el respeto a la autoridad por
conductas anárquicas que, estimuladas muchas veces por los mismos obligados a
dar ejemplo de acatamiento a la ley, han traído como resultado los continuos
paros y conflictos estudiantiles a que desafortunadamente nos hemos venido
acostumbrando (Acevedo, 1986:13)
Civilidad: En mi añosa vida nunca había visto al país
en una situación tan difícil como la que estamos viviendo hoy.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario