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sábado, 5 de febrero de 2022

La otra plaga galopante

 


Vuelve y juega. Nuevamente aparece y, con más fuerza la disputa por el poder, prometiendo combatir la maldita corrupción. Histórico, una veintena de colombianos, casi todos exfuncionarios nacionales. Encaramados en el bus de las pre candidaturas presidenciales, soñando despiertos que tienen soluciones para los angustiantes y múltiples problemas del país, entre otros, la pandemia de la corrupción.  Encienden las alertas, porque los avances en ese tema, no se ven y los resultados, siguen enclenques frente a la dimensión alcanzada por tanta pudrición.  Desde que tengo uso de razón, he escuchado los resbalones verbales, tales como: “Por la restauración moral, a la carga”; “Reducir la corrupción a sus justas proporciones”; “El que la hace la paga”. Más y más palabras que se las lleva el viento con la alta probabilidad de que, pasado el proceso electoral se convierten en los mismos embustes demagógicos de siempre.

En conciencia, la lucha contra la corrupción requiere que no haya hipocresías en la sociedad. Pues, no hay día, que Colombia no padezca los efectos de esta realidad multifacética. Es un fenómeno complejo, difícil de erradicar, que transmuta y que se reinventa diariamente. La corrupción –privada y pública– es un tema cotidiano. Es el jinete apocalíptico que surge en medios de prensa, redes sociales, círculos de amigos y reuniones familiares.

La Contraloría General de la Nación ha dicho que el flagelo de la corrupción le cuesta al país 50 billones de pesos al año. O sea, que el saqueo diario es de casi un billón de pesos por semana. 50 billones de pesos, que servirían para cubrir varias reformas tributarias, ¡no es una bicoca lo que los corruptos se embolsillan!

Dolores de Cospedal, en un perfecto compendio de la filosofía hobbesiana, ha escrito que la sociedad es tan corrupta como los partidos políticos, dado que el mal está arraigado en cada individuo. Según Dolores de Cospedal, la corrupción es «patrimonio de todos» ya que «si en una sociedad se realizan conductas irregulares, se realizan en todos los ámbitos».

Ciertamente, todos somos proclives a ser parte del engranaje de la corrupción como mecanismo para agilizar trámites u obtener beneficios. El “pago facilitador” es el modus vivendi, que permite en empresas públicas y privadas realizarlos como un tributo autoimpuesto, por y para el mismo ciudadano, haciendo que al final, los trámites sean más caros, pero realizables.  La corrupción política genera ruido, ante la incapacidad del Estado, pero no más. Tratan de combatirla con saliva y regulaciones jurídicas; pero, “norma dictada, trampa inventada”. Los ciudadanos tienen una gran incidencia en la corrupción que perjudica a la inmensa colectividad. Colombia navega en un mar de legislación, con un centímetro de aplicación.

La corrupción es costosa. Por eso, como a las escaleras, hay que barrerlas de arriba hacia abajo.  Aunque, la mayor cantidad de actos de corrupción, no solo se concentran en el contacto con las altas esferas del poder, sino también, en el proceder de las personas. Si tuviéramos la ilusión ciudadana de recomponer al país, deberíamos adoptar comportamientos desde la familia, los centros educativos, el ámbito laboral, deportivo, mediático, cultural, financiero, académico, legal, policía, ejército, etc.

Es claro que el sinfín de impuestos causa indignación, reduce la honestidad y las buenas costumbres. De donde surge todo tipo de acciones que no son parte del ADN de los colombianos, porque se aprenden. Los buenos o malos sentimientos y cualidades, no nacen con la persona; se forman durante un proceso educativo que empieza a temprana edad en la actitud de la familia como factor principal para lograr individuos honestos. Desconocerlo sería fatal.

Reflexionemos porque la pérdida de valores, constituye una actitud hacia nosotros mismos. La corrupción empieza saltándose la fila, parqueándose en lugar prohibido, sacando basuras a destiempo, no pagando impuestos, pidiendo que no le facturen, colándose en la fila, etc., etc., múltiples y pésimas formas que son actitudinales. Una persona es honesta consigo mismo, cuando tiene un grado de autoconciencia siendo coherente con lo que piensa y hace. En un sistema democrático débil, las mañas asociadas a la corrupción, al delito y a la falta de ética, el nivel de corrupción es más alto.  

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