“Lucha” le decían. Yo no sabría decir, si el
acortamiento cariñoso de su nombre que utilizaban en el habla informal sus
amistades, vecinas cercanas e hijos, era porque de verdad era una gran
luchadora. Sin duda, la lucha de Lucía, fue engendrar, levantar y educar con el
abuelo “Quin” a sus nueve hijos: Hernán, Alix, Edgar, María Eugenia, Pedro, Elizabeth,
Mirtha, Yenny y Miriam. Tampoco se decir, si eran héroes o inconscientes al
tener esa extensa familia. Desde luego, eran otros tiempos en que los padres
trabajaban intensamente para compensar la pérdida de sus escasos ingresos. Esa
era la razón, por la cual, los padres de esa época, con tan numerosas familias,
vivían sobrecargadas.
En aquellos tiempos, los hijos de familias numerosas eran menos propensos a recibir educación, nutrición y cuidados de salud adecuados. En términos de dinero, el primer hijo era el que generaba un gasto mayor: ropa nueva, uniforme, juguetes, útiles escolares. El segundo hijo, generaba menos gasto debido a que las pertenencias del primero que ya no utilizaba, se cedían al segundo hijo y, así sucesivamente, hasta llegar al cuento reforzado, de que, tener muchos hijos no repercutía en la economía del hogar, gracias a la reutilización de materiales y ropa. Además, al primer hijo, lo educaban de tal forma, que a este le correspondía, ayudar en la educación de los subsiguientes hermanos.
Viene a mi memoria esta narración, por cuenta de la preparación del dulce de manjarblanco, el sabor que identificaba a la abuela Lucia, hasta cuando fue llamada a cumplir su labor en el Paraíso Celestial. La tradicional receta original era de origen español, pero la abuela la perfeccionó para que perdurara durante muchos años, dándole el punto exacto. Lástima, se la llevó consigo. Desde entonces, aparecieron varias versiones de ese dulce, desaprendiendo lo que aprendieron al lado de la abuela. El manjarblanco de “Lucha”, no ha podido ser superado por sus herederos. Es que tenía un sabor muy especial. Como el de ella, ninguno. Y, no es que se hayan cambiado los tres ingredientes esenciales de la versión clásica de ese delicioso manjar que, once años después de su partida a la Gloria Celestial, aún sigue siendo motivo de reunión de familias para preparar el dulce en diciembre. El manjarblanco es un dulce de leche muy antiguo, aunque ya no se prepara en la casa paterna, en fogón atizado con leña en alto, bajo y medio calor. Ahora se turnan en casas del resto de la familia, dando cada quien opiniones encontradas a la hora de meterle candela a la paila de cobre, recipiente que celosamente la tía “Lisbita” guarda y vigila como la niña de sus ojos.
Entonces, la clave no está solo en la leche de vaca sin bautizar, con el agregado de arroz remojado y molido que actúa como espesante, al que la abuela le llamaba cuajo para darle punto final y, con la cantidad exacta de azúcar. El éxito de batir 50 botellas de leche consistía en mover la cagüinga, -termino indigenista- para referirse al mecedor de madera de 1.50 de largo, durante unas seis horas hasta que tomara el color bronceado, para terminar envasado en el tradicional mate, totuma natural, para conservarlo fresco.
El dulce sabor de la leche batida era el ritual de la unidad familiar, para chuparse los dedos del raspao de la paila. De aquella tradición ancestral, se han hecho cargo, nietos y bisnietos sin haber podido dar con el punto exacto.
Civilidad: Las costumbres y tradiciones pierden fuerza cuando la gente cambia sus creencias, su modo de entender el mundo y el sentido de su vida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario