El Covid, por obvias razones, alteró
las costumbres en nuestra vida cotidiana. Dicen que el primer saludo
de la humanidad, empezó en son de paz, estrechando las muñecas, para demostrar
que no se sostenía un arma. Hoy, desaconsejan, saludarse de besos,
abrazos o
apretón
de manos. Como obligan a renunciar a esa costumbre
milenaria, escribo recordando que, saludar y agradecer, era parte de la educación
básica, que toda persona debía corresponder de igual manera.
De
un tiempo para acá, en los cruces callejeros nos encontramos, rostros
parapetados detrás de la antiestética mascarilla. Y, como no sabemos
cuánto más va a perdurar esa protección, debemos acostumbrar al cerebro a
rellenar lo que no vemos. Cuando observamos a la
gente con tres cuartos de la cara tapada, debemos esforzarnos para reconocerla.
Y aunque, la mente siempre se encarga de
rellenar ese hueco, necesitamos darles un sentido a las imágenes.
Así que, esos rostros cubiertos con mascarillas quirúrgicas, podemos
juzgarlos como atractivos, más que aquellos que no lo están. Pero, cuando se quitan su bozal recapacitamos: “Uyuyuy…, que
confundido estaba. La mascarilla, oculta las asimetrías, en
nariz, boca, mentón, haciendo que ese rostro nos parezca, por así decirlo,
menos imperfecto de lo que en realidad podría ser. Finalmente, todos terminaremos
con la nariz achatada, por el uso del tapabocas.
Oímos
hablar sobre la importancia de aprender el lenguaje no verbal para identificar
lo que el
área ocular vincula. Los ojos no engañan, aunque no veamos la boca, para saber,
si está articulando una sonrisa, de
una emoción espontánea y genuina; para saber, si es una sonrisa sincera o
hipócrita. La sicología ilustra esos curiosos
efectos ópticos, de cosas que no son, pero parecen ser. Las mascarillas solo dejan ver los ojos, que más allá de ser bonitos
o feos, tienen una fuerza expresiva brutal. La mirada refleja nuestro estado de
ánimo. El contacto visual es el principal elemento de conexión con el oyente,
permitiéndonos sospechar cuando nos están metiendo “gato por liebre”.
Los ojos, son parte del lenguaje facial, que expresan lo que el mensaje
muchas veces calla. Desconfiamos de quien no nos mira, al contarnos algo importante o no,
porque desvía su mirada, pues, todo lo que pensamos se refleja, incluyendo la forma
de saludar.
Ahora
mismo, los saludos se enfrían, siendo la gestualidad suficiente para el saludo. El ser humano es un ser social que necesita interactuar. Ahora con saludos
a puñetazos, cobra mayor protagonismo la mirada porque toda la gestualidad
se centra en los ojos y en las cejas. Es el nuevo saludo, que va en
contra de nuestra cultura del contacto. Nos cuesta mucho no tocarnos y,
abrazarnos, porque somos sumamente emotivos. Pues, el saludo es más que un
gesto de cortesía.
En 1929, una enfermera
llamada Leila, Given escribió
un artículo lamentando la pérdida de algunos saludos tradicionales en contra del
apretón de manos. Diciendo que las manos eran "agentes de transferencia
bacteriana" y que darse la mano, era un gesto lleno de
gérmenes.
En la sociedad payanesa del siglo XIX,
una breve inclinación de cabeza era lo frecuente en salones, visitas y lugares
cerrados. Y, en la añeja galantería del Popayán que se nos fue, en la calle se
saludaba con el sombrero en señal de respeto. En las escuelas públicas, los alumnos
usaban el saludo verbal y gestual, tan pronto ingresara al salón de clase el
profesor, rector o cualquier persona, debían ponerse de pie, saludando al
unísono con un “buenos días” o “buenas tardes”, según la hora.
Hasta hace poco, acompañábamos
el saludo con presteza verbal, diciendo: “me encantó saludarlo”, “mucho gusto
en saludarlo”. Y a las damas, en gesto protocolario, se les estampaba un beso
cariñoso en la mejilla. Ahora el veto al contacto físico es obligante porque, el coronavirus forma parte de la vida diaria. Entonces, nos tocó adoptar otras costumbres porque,
la forma de saludar seguirá siendo una gran incógnita.
Civilidad: Conformarse con la gestualidad, popularizando el agite de mano en alto o inclinando
levemente la cabeza, en señal de salud y afabilidad.
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