Hace más de setenta años,
Colombia se desangra inútilmente con el enfrentamiento, entre una guerrilla -hoy
más desprestigiada que nunca- y, el Estado de Derecho representado en sus
Fuerzas Armadas. Los diálogos con la subversión han servido más, para incrementar
sus frentes y expandir su dominio del campo hacia las ciudades, reclutando
niños y jóvenes campesinos transformándolos en criminales. Causa repudio e
indignación la forma aleve como esos también colombianos, mediante el
terrorismo y la barbarie, arrasan campos y poblaciones; atacando a mansalva,
con alevosía y sevicia, a quienes con verdadero valor y sacrificio buscan el
bienestar de la comunidad, como ocurrió en Bogotá y ahora en Cúcuta. En oleadas
de golpes sucesivos esos hermanos de patria, masacran y asesinan a gentes
inocentes, dejando viudas, padres desamparados, huérfanos, mutilados e
inválidos en cada confrontación, no son más que cuadrillas de bandoleros sin
ninguna ideología, que asesinan por intereses económicos acostumbrados a vivir
del producto del narcotráfico, el crimen, el secuestro, la extorsión, y el
asalto.
Desde luego, existen numerosas disfunciones y
problemas estructurales que aquejan a la sociedad colombiana. Pero, esa lucha armada,
además de no tener una causa ideológica, tampoco goza del respaldo de la
ciudadanía para permanecer en ese conflicto interno permanente. Esa no es la forma de alcanzar el poder. Así,
nunca podrán cambiar la realidad política, social y cultural de Colombia.
Los enfrentamientos, dejan
heridas abiertas, escondiendo la disputa intestina para la conquista del poder político. Solo dos años, el país vivió una relativa paz.
Poco nos duró esa dicha, demostrando que no tenían buenas intenciones. Transcurrido
ese tiempo, después del acuerdo fallido de paz para intentar frenar este caos, la
violencia ahoga a Colombia, hoy hundida en la desesperación y el hastío.
De nada han valido las -presiones nacionales e internacionales- tras el acuerdo
firmado el 26 de septiembre de 2016 en
Colombia como una nueva oportunidad para construir un pacto nacional. La paz, siempre
ha sido una quimera en la corta historia de esta maltratada nación. Cuatro años después, la violencia sigue siendo la principal preocupación de los
colombianos. La guerra que no se ha detenido, el país continúa enfrentando ataques contra civiles, asesinato de líderes
locales y excombatientes desmovilizados. Ahora, más que nunca somos conscientes
de que siendo la paz incierta y difícil, es cuando más la exigimos. Lamentablemente,
aún sigue siendo una quimera.
El país pasa de crisis en
crisis: política, social, sanitaria,
desempleo, ahora mismo, las movilizaciones ciudadanas buscan un pacto social y
político. Hoy
no debemos rehuir la tarea de unir ideas y acciones. En esta época en que se ha
perdido la confianza, necesitamos hechos que restablezcan la fe de los
colombianos en que los gobiernos están a la altura del desafío. Es más riesgoso
hacer muy poco que hacer mucho. Este mundo interconectado trasmite las crisis
con más potencia y velocidad. Esa interrelación, nos hace sentir las crisis en
grados diversos en las distintas regiones.
En esta situación sin
precedentes, y ante tantas causas de la protesta social, el tema de convocar una asamblea constituyente
sale a flote. Desde luego, se enturbian las aguas políticas ante el temor de la
mayoría de grupos políticos porque entienden el desprestigio que los envuelve.
¡Por Dios, paren esta confrontación! No
más sangre. Colombia está harta de violencia. Que los colombianos podamos ver y
sentir las sinceras intenciones de diálogo y de paz. Que la paz no luzca
incierta. Que la sociedad envuelta en un solo haz de voluntades nos permita abrazarnos
todos.
Civilidad: Colombia necesita espíritu de
innovación respaldado por acciones.
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