El amor por la ciudad
donde vivimos es muy importante. No
existe la felicidad sin amor. Si no pensamos así, es mejor buscar otro lugar
donde vivir. Es que no podemos vivir en una ciudad donde no nos sentimos a
gusto con su cultura, su gente, su tradición, con su idiosincrasia. Si no nos
sentimos cómodos, amados y protegidos, pues a buscar otras perspectivas más
bonitas. De no ser así, al menos, no nos violen las costumbres. Los raizales debemos
confirmar con orgullo la patojada y, los fuereños a reconocer que nunca se les han
impuesto ninguna barrera
emocional para recibirlos y tratarlos como propios. Y es que, todos, -lugareños
y fuereños- tenemos los mismos derechos, pero igual, todos estamos obligados a
defender el terruño que habitamos. Solo así, ganaremos la calificación de ciudadanos de bien,
profesando el respeto que otros le niegan y subyugan a diario a esta indefensa
ciudad.
Se siente impotencia, dolor, rabia y desazón. Y no
es para menos. Empresas y millones de empleos de colombianos están en alto
riesgo por cuenta de los bloqueos y del vandalismo que acompaña a la protesta
social.
La sociología actual
tiene mucho que ver con el cansancio generalizado por esperar durante tanto
tiempo que los cambios sucedan. Ciertamente las cosas tienen que cambiar. Hoy
más que nunca los ciudadanos son más conscientes del poder que tienen para
incidir y hacer respetar los derechos de la comunidad. Este tipo de ciudadano
no puede ser otro que un individuo informado de lo que pasa y activo en su
accionar, que ha decidido dejar de ser uno más, para convertirse en el
impulsor de una sociedad más justa y más equitativa. Me refiero a toda persona
comprometida e involucrada en diferentes asuntos públicos de la comunidad
en la que vive, abordando sus problemas y logrando el cambio o la resistencia
al cambio no deseado. Un ciudadano activo desarrolla el sentido de pertenencia
y entendimiento para poder tomar decisiones basadas en el conocimiento profundo
de la sociedad.
Pero
ojo, no hay que confundir esta concepción con el vandalismo o la rebeldía sin
sentido. Un ciudadano activo no actúa para hacer daño sino por el contrario,
forja cambios positivos, respeta y sigue las leyes. Las analiza y busca cambiar
aquellas que no se ajustan al contexto por ser injustas para los ciudadanos. La
persona de bien, respeta la justicia y la democracia. Protege la ciudad, los
animales y la naturaleza. Escucha a otros, pues en la escucha, surgen las
necesidades reales y las ideas para solucionarlas. Piensa en forma crítica,
basado en el juicio político, económico y social del pueblo. Y desde luego, rechaza
la violencia en todas sus formas, desarrollando todas las acciones como buen
ciudadano de forma pacífica. No dejemos que nos enfrenten, nos enemisten o
nos dividan.
Estos renglones pueden
sonar a retórica, pues me lleva a pensar que lo que escribo ya lo saben, porque
escribir principios positivistas, es fácil; pero, poner uno solo en práctica,
es muy difícil.
Me atrevo a creer que
estos días de encierro, presos en muestro propio miedo, esclavos de nuestros
propios pensamientos están llegando a su fin. La agonía que hemos padecido en
la soledad, nos ha llevado a descubrir las ansias de libertad. Andamos sueltos,
pero en nuestro interior, nos sentimos presos, no sentimos que seamos libres de
verdad.