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sábado, 3 de octubre de 2020

Noviazgo antiguo, nada facilito

 



Resulta agradable relatar historias de amor, de aquellos tiempos, cuando las novias eran verdaderas novias. Bonitas épocas de enamoramiento, cuando en la condición de novios, apenas si se permitía tocar la mano de la enamorada. Se sostenía esa condición amorosa con la intención de llegar al matrimonio. El noviazgo era una de las etapas más bonitas de una relación de pareja, en que se ahondaba en el afecto y en el conocimiento mutuo.  Definitivamente todos los procesos estaban llenos de rituales, en las diferentes fases del romance: el galanteo, la conquista el noviazgo, las citas, el matrimonio. No relato para nada del divorcio, porque los matrimonios eran: “hasta que la muerte nos separe”.

En tiempos lejanos, cuando las mujeres se vestían de mujeres, usualmente el pretendiente, le entregaba a su enamorada, una carta de su puño y letra, donde le declaraba su amor, lo cual hacía más serios los sentimientos de las personas. Si la declaración de amor era aceptada por la novia, enseguida pedía la autorización a los padres para formalizar el noviazgo. Pero, el novio era recibido en la casa como miembro de la familia, solo cuando se había formalizado el compromiso matrimonial.

En principio, el novio lo único que chupaba era ventana y sereno, pues los papás solo permitían las visitas a través de los barrotes de hierro. Cuando el proceso del noviazgo avanzaba, se admitía al novio ingresar a la sala, pero nunca solos. Ante la presencia de alguien de la familia que se turnaban para cuidar la conducta y moderación. En medio de dos fuegos había siempre un campo de hielo para aclimatar el ambiente, representado por la tía o la abuela. Mientras tejían, bordaban o cosían, al tac-tac de las máquinas de pedal “Singer”, vigilaban esa asociación intima más allá de la amistad. Si la novia estudiaba, solo autorizaban las visitas los fines de semana, de 7:30 a 9:00 de la noche, administradas por los padres, eso sí, en sillas separadas. Los besos en los labios no eran permitidos, solo se daban en la mejilla, en la mano, o en la frente.

Eran estos los encuentros formales con propósito de conocerse; y, si quedaban conformes en entablar la relación, se consideraba que la pareja se ha había «ennoviado». Pero, cuando el novio no recibía la aceptación de los padres de la novia, la pareja se daba sus formas para verse a escondidas.  Siempre había alguien en la familia que apoyaba las citas de amor, aunque fuera por pocos instantes. Una de ellas, era citarse donde la tía Rodelinda, quien además de modista, era la alcahueta para los encuentros furtivos.

Antes, cuando existía el respeto reciproco de la pareja, era costumbre cruzarse las fotos como un registro del momento importante del noviazgo. Era otra fase del ritual porque había que ir a un estudio: Foto Vargas, Venus, Ledezma o donde Ortiz para tomarse la fotografía para entregarla a la novia, quien celosamente guardaba en la billetera en señal de compromiso. Era especial, porque al abrirla delante de los demás, cuando ambos señalaban: “somos novios”, ahí estaba la foto para probarlo.

En la época, cuando no había televisión, para ir a cine o a toros, había que esperar hasta seis meses para invitar a la novia.  Popayán tenía cinco salas de cine: el municipal, el Popayán, el Bolívar, el teatro valencia, y el teatro Anarcos con películas clasificadas por censura: “solo para mayores de l8 años”. Para entonces, las parejas nunca salían solas; siempre estaba aquel hermano, la tía o la abuela que los vigilaba constantemente.

Tampoco se aceptaba que una niña se enamorara del hijo de padres militantes en otro partido político diferente al de la novia. Los noviazgos de antes, venían marcados con el hecho de que se esperaba que se llegara al matrimonio. En ese entonces, se pensaba mucho más en cómo sería la vida en pareja, lo cual era muy lindo y daba mucha ilusión. Los noviazgos duraban mucho tiempo antes de llegar al altar con los preceptos de la Iglesia católica. Había que obtener el consentimiento de las dos familias, que el novio confirmaba obsequiándole un anillo de compromiso. Solo así, podían mandar a timbrar las tarjetas de invitación que decían: “La familia tal y la familia tal…tienen el gusto de invitar al matrimonio de sus hijos: …”

Civilidad: Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

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