Mi intención es desarrollar una mirada más comprensiva y apoyo a aquellos que sufren en momentos tan habituales y cruciales como son la enfermedad, la muerte y los duelos por la pérdida de seres queridos.
Es que el maldito
Covid-19, está aniquilando a la población colombiana, pues, según las
estadísticas, el sábado llegaron a los 945.000 contagiados, mientras que los
fallecidos alcanzan los 28.610. Semejante mortandad, hace que los colombianos
cambien las costumbres, desde dejarse de estrechar las manos, hasta saludarse
para evitar a toda costa el contacto.
De un momento a
otro, cambió el luto en las familias. El luto que era la forma de manifestar la
pena y el duelo a través del vestuario ante la muerte de un ser querido. Mucho
cambiaron esos hábitos desde cuando apareció el brote del virus en Wuhan, lo
que podría ser una bendición para los animales salvajes.
Nos volvimos
insensibles ante el dolor ajeno, salvo las lágrimas de los familiares, ya no
vemos banderas a media asta con crespón negro, ni los minutos de silencio, ni
tampoco las cintas a modo de brazaletes. Las normas no escritas de vestir de
negro en señal de duelo, se mantienen hasta nuestros días, pero van en declive.
El luto, hoy,
no es lo que era hace tres décadas atrás. Subsistió hasta los años sesenta del
siglo XX. Para entonces, el luto riguroso era exigente. Las mujeres vestían de
negro total, de pies a cabeza, sin concesión alguna a otro tipo de color. Las
mujeres soportaban el mayor peso de las costumbres con el uso de, zapatos,
medias, falda debajo de las rodillas y, blusa larga. Cubriendo la cabeza y la
cara, un manto o mantilla española, totalmente negro el color. La demostración
de duelo tenía duraciones largas. Una viuda podía vestir toda su vida de negro riguroso en duelo por su
marido. La tradición también imponía ese luto permanente a algunas mujeres
cuando fallecían sus padres, abuelos, hijos y suegros. Pero, por lo general,
ese cruel sacrificio del duelo, duraba mínimo un año. Pasado este tiempo,
llegaba el alivio del medio luto, permitiendo combinar el mismo vestido negro
con pintas o rayas blancas. Era válida también, la combinación de piezas: negro
en la falda y blanco en la blusa.
El luto en los
hombres siempre ha sido menos riguroso y exigente. La indumentaria, se limitaba
al uso de corbata negra los domingos y festivos; también se usaba un brazalete
negro cosido en la manga del saco, chaqueta, gabardina, incluso un botón
forrado en negro a modo de pin en la solapa del saco.
Además de la
ropa negra, había otras expresiones para manifestar el luto, que, hoy por hoy,
pueden aparecer como sinsentido. Durante el tiempo de duelo, era impensable que
los dolientes, pudieran ir a bailes, festejos o acudir a lugares públicos de
diversión, como fiestas patronales, bodas o cualquier tipo de eventos sociales.
En otras palabras, los familiares más allegados del difunto, se imponían una
especie de castigo, además de la vestimenta negra. Hasta el punto que las
mujeres solo salían a la calle para atender obligaciones imprescindibles, pero
eso sí, de luto riguroso, además cubierto el rostro con la mantilla o el velo.
Era tal el
confinamiento que posponían las bodas matrimoniales, o se hacían en privado,
con un número mínimo de familiares. Eran prohibiciones no escritas que imponía
la costumbre, como dejar de sonar la música a no ser que se hiciera con música
clásica. Era mal visto que en la casa se cantara, se silbara o escuchara música
alegre. Finalmente, a los
fallecidos, se les rezaba un novenario, consistente en rosarios y misas durante
nueve días posteriores a la inhumación, comúnmente conocidos como rezos.
Hoy el dolor es más profundo y más complicado. Las
normas de aislamiento
impiden el
contacto físico habitual, haciendo que los procedimientos ligados a la
defunción de un familiar tengan que realizarse en total soledad.
¡El maldito virus está más vivo que nunca, no queda
otro remedio de aislarnos y protegernos!
Civilidad. El
duelo incluye los procesos mediante los cuales el doliente desata los vínculos
que lo ligaban a alguien que partió hacia una mejor vida, sin hambre, sin miedo y sin dolor después de la muerte
física.
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