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sábado, 31 de octubre de 2020

¿Qué celebramos el 1° y el 2° de noviembre?

 

Este lindo país del Sagrado Corazón de Jesús, deslumbra por la magia de la cultura. Las tradiciones de Colombia y su vigencia en el tiempo hacen que la cultura colombiana sea una de las más llamativas a nivel mundial. Por el encanto de su gente, se han convertido en parte fundamental del turismo y reconocimiento del país en el exterior. La lista de Patrimonio Inmaterial de Colombia es larga y muy importante, puesto que todas estas manifestaciones culturales representan, de manera icónica, lo que el país y las tradiciones culturales significan.

Sin embargo, como hoy no es día de diversión, fiesta animada y bulliciosa, desconocemos que es “El Día de Todos los Santos”, solemnidad cristiana que tiene lugar el primero de noviembre para las iglesias católicas de rito latino.  Como quiera que el “lunes es festivo”, no debemos confundir, pensando que se traslada la festividad. Es importante recordar, para tener en cuenta que el Día de Todos los Santos no es lo mismo que el Día de Fieles Difuntos. El Día de los Muertos o de las Ánimas, se celebra mañana 2 de noviembre y su objetivo es orar por los fieles que ya no siguen en la vida terrenal.  Esta fecha, representa algo más que el recuerdo de sus muertos. Durante esta jornada se ofician misas de réquiem, es decir, un ruego por el alma de los muertos.

En épocas no tan lejanas, esta conmemoración de los que partieron a la eternidad, ocupaba un lugar importante en el calendario, al considerar la muerte como el paso a seguir hacia una nueva vida.  Es un rito o acto de solemnidad significativo, porque los deudos tienen la creencia de que el espíritu de sus difuntos regresa del mundo de los muertos para convivir con la familia ese día, para consolarlos y confortarlos por la pérdida. Ofrendar es estar cerca de nuestros muertos para dialogar con su recuerdo, con su vida.  La ofrenda es el reencuentro con un ritual que convoca a la memoria, día especial, en la que las personas recuerdan y honran a sus seres queridos que se adelantaron en el camino.

Esta tradición cultural, aún se conserva dependiendo de la lealtad y fervor de la gente, que las transmite de generación en generación, aunque en la actualidad están en peligro del olvido como consecuencia de la influencia y mezcla de otras costumbres. Y por la razón real de que los muertos valen mientras están vivos, como la espuma del mar, que flota en la superficie, pero que el viento la desvanece como si no hubiese existido.

Desde el confinamiento escribo, en la necesidad de decirle a mis lectores, familiares y amigos todos, que la vida tiene momentos de alegría y de tristeza, que no existe ningún muro que detenga la voluntad y la fuerza del Ser Supremo. Pero, que un gesto de gratitud con los muertos, es recordar el camino hacia el cementerio y elevar una plegaria por el descanso de su alma.

Civilidad: “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”. (Antonio Machado (Nota: Parafraseando a Epicuro)

 

sábado, 24 de octubre de 2020

La vida es corta


 Ahora cuando saludos y visitas están prohibidas. Ahora cuando familiares, amigos y conocidos mueren en aislamiento, sin acompañamientos, hay que ver las cosas de otra manera. Pocos tenemos claro, lo corta que es la vida; todo depende de la óptica con que se mire. A conciencia repitamos: “la vida es corta, hay que aprovecharla”. Pero que no sea un dicho más de los muchos que existen ante tanta tragedia.

Pienso y opino que algo puedo aportar, pues no hay mejor maestro que la experiencia de uno mismo.  Por mi parte, aprovecharé en lo posible, mejor mi tiempo de vida. Más que consejos pretendo que abran su mente mis lectores, pues la perspectiva de nuestra vida en el tiempo es apenas un suspiro. Para quienes raramente alcanzaremos a vivir menos de 100 años, es difícil entender la inmensidad del tiempo que tiene la edad de casi 13.800 millones de años. De allí que, seamos tremendamente jóvenes ante el universo y, solo viviremos una diminuta parte de la vastedad del tiempo.

La vida es fácil, sin embargo, nos la complicamos. El día de ayer no regresará, ni ese maravilloso día que guardamos en la memoria, ni tampoco la aciaga fecha en que nos sentimos tan mal por una adversidad. Ese tiempo ya pasó. Solo nos queda el tiempo actual, valorémoslo como un tesoro. El hoy, es uno de los mayores tesoros. Seamos conscientes que la vida es apenas un suspiro, permitiéndonos expandir la mente y entender que hay que valorar cada día, cada hora y cada instante. Sin desperdiciar el tiempo, hagamos las cosas que nos agradan. No malgastemos horas y tiempo con personas que no aportan nada bueno a nuestras vidas ni que nos ayudan a ser mejor o vivir sosegadamente.

El tiempo vuela, y los recuerdos son agua que a veces brota de los ojos. Por eso, hay que comprender que no debemos renunciar a utilizar el dinero que ahorramos (la pensión) durante toda la vida. Usarlo para invertirlo en sí mismo. No guardarlo para que lo disfruten quienes que no conocieron el sacrificio de haberlo conseguido. No es tiempo para atormentarse por la situación económica de los hijos. Ya cumplimos con la misión de darles durante la infancia y la juventud una buena educación, ¡que mejor herencia! Tampoco es época de mantener a nadie de la familia. No hay que escatimar para comprar lo mejor y más fino; es hora de gastar, sin sentirse culpable de invertir los ahorros en nosotros mismos. “Cuando uno muere, nada se lleva”, después de muerto, el dinero genera tirrias y resentimientos.

Mantengamos la llama del amor viva, seamos vanidosos, cantando, riendo, siempre saludables y bien presentados. Vayamos donde queremos ir. Tengamos la vida que queremos vivir. No hay que apresurarse a tirar la toalla antes de tiempo, si aún no es el momento. Los mayorcitos de 60 y 70 años, tenemos todavía suficiente vida para hacer muchas cosas. La insensatez es que muchos no somos conscientes de ello.

Sólo se vive una vez y, la vida que vivimos es nuestra, de nadie más. De allí que, vivir mejor, es aprender a pensar de manera efectiva. Nadie piensa lo que estamos haciendo con esta oportunidad que tenemos de vivir unos años más. Pongámonos las botas en términos evolutivos para poder vivir más años. Es normal que el cuerpo se “queje” y sufra algunas averías cuando no nos preparamos para llegar tan lejos en el tiempo.

En lo personal, mi vida transcurrió montando en bicicleta, pedaleando siempre hacia adelante para guardar el equilibrio. Tener a mi amada me hizo feliz, aunque ahora no esté cerca de mí.  Hoy, tumbado en una hamaca, con camiseta, pantaloneta y, chanclas, pero sin acento costeño, he reflexionado sobre lo bonita (aunque a veces dura) que ha sido mi vida. Ahora, sigo viviendo con matices de optimismo, amistad, amor, motivación, superación, alegría y, siempre con estado de ánimo.

Civilidad: Olvídate del pasado. No pienses en el futuro. Lo único que realmente importa es el ahora.

 

 

 

domingo, 18 de octubre de 2020

Cambio de Costumbres


 Mi intención es desarrollar una mirada más comprensiva y apoyo a aquellos que sufren en momentos tan habituales y cruciales como son la enfermedad, la muerte y los duelos por la pérdida de seres queridos.

Es que el maldito Covid-19, está aniquilando a la población colombiana, pues, según las estadísticas, el sábado llegaron a los 945.000 contagiados, mientras que los fallecidos alcanzan los 28.610. Semejante mortandad, hace que los colombianos cambien las costumbres, desde dejarse de estrechar las manos, hasta saludarse para evitar a toda costa el contacto.

De un momento a otro, cambió el luto en las familias. El luto que era la forma de manifestar la pena y el duelo a través del vestuario ante la muerte de un ser querido. Mucho cambiaron esos hábitos desde cuando apareció el brote del virus en Wuhan, lo que podría ser una bendición para los animales salvajes.

Nos volvimos insensibles ante el dolor ajeno, salvo las lágrimas de los familiares, ya no vemos banderas a media asta con crespón negro, ni los minutos de silencio, ni tampoco las cintas a modo de brazaletes. Las normas no escritas de vestir de negro en señal de duelo, se mantienen hasta nuestros días, pero van en declive.

 

El luto, hoy, no es lo que era hace tres décadas atrás. Subsistió hasta los años sesenta del siglo XX. Para entonces, el luto riguroso era exigente. Las mujeres vestían de negro total, de pies a cabeza, sin concesión alguna a otro tipo de color. Las mujeres soportaban el mayor peso de las costumbres con el uso de, zapatos, medias, falda debajo de las rodillas y, blusa larga. Cubriendo la cabeza y la cara, un manto o mantilla española, totalmente negro el color. La demostración de duelo tenía duraciones largas. Una viuda podía vestir toda su vida de negro riguroso en duelo por su marido. La tradición también imponía ese luto permanente a algunas mujeres cuando fallecían sus padres, abuelos, hijos y suegros. Pero, por lo general, ese cruel sacrificio del duelo, duraba mínimo un año. Pasado este tiempo, llegaba el alivio del medio luto, permitiendo combinar el mismo vestido negro con pintas o rayas blancas. Era válida también, la combinación de piezas: negro en la falda y blanco en la blusa.

El luto en los hombres siempre ha sido menos riguroso y exigente. La indumentaria, se limitaba al uso de corbata negra los domingos y festivos; también se usaba un brazalete negro cosido en la manga del saco, chaqueta, gabardina, incluso un botón forrado en negro a modo de pin en la solapa del saco.

Además de la ropa negra, había otras expresiones para manifestar el luto, que, hoy por hoy, pueden aparecer como sinsentido. Durante el tiempo de duelo, era impensable que los dolientes, pudieran ir a bailes, festejos o acudir a lugares públicos de diversión, como fiestas patronales, bodas o cualquier tipo de eventos sociales. En otras palabras, los familiares más allegados del difunto, se imponían una especie de castigo, además de la vestimenta negra. Hasta el punto que las mujeres solo salían a la calle para atender obligaciones imprescindibles, pero eso sí, de luto riguroso, además cubierto el rostro con la mantilla o el velo.

Era tal el confinamiento que posponían las bodas matrimoniales, o se hacían en privado, con un número mínimo de familiares. Eran prohibiciones no escritas que imponía la costumbre, como dejar de sonar la música a no ser que se hiciera con música clásica. Era mal visto que en la casa se cantara, se silbara o escuchara música alegre. Finalmente, a los fallecidos, se les rezaba un novenario, consistente en rosarios y misas durante nueve días posteriores a la inhumación, comúnmente conocidos como rezos.

Hoy el dolor es más profundo y más complicado. Las normas de aislamiento impiden el contacto físico habitual, haciendo que los procedimientos ligados a la defunción de un familiar tengan que realizarse en total soledad.

¡El maldito virus está más vivo que nunca, no queda otro remedio de aislarnos y protegernos!

Civilidad. El duelo incluye los procesos mediante los cuales el doliente desata los vínculos que lo ligaban a alguien que partió hacia una mejor vida, sin hambre, sin miedo y sin dolor después de la muerte física.

e.

Pero

sábado, 10 de octubre de 2020

12 de octubre, día de reflexión

 


A lo largo de todos los años hemos visto los cambios de significado de la celebración de esta fecha. Durante las primeras décadas del siglo XX, se identificaba como el Descubrimiento de América”; después, “día de la hispanidad”; luego “día del idioma español”. Y ahora, un contenido racista: “Día de la Raza”, permitiendo la doble interpretación como la celebración de una sola raza, dejando de lado el indigenismo para reconocer de manera intencionada la supremacía de la raza hispánica frente a la indígena. A nivel gubernamental siempre le han dado relevancia, aunque simplemente llevando ofrendas florales al descubridor de América.

Investigaciones sociológicas y antropológicas han demostrado que no existen razas puras, para tampoco, denominar este día como ‘Día de la Raza’. He allí el sentimiento de los pueblos indígenas contra la superioridad de la cultura hispánica frente a la local. Todo ello, ha llevado a los gobiernos de algunos países sudamericanos a cambiar el nombre y el motivo de conmemoración del día doce de octubre.

Por eso, debemos promover en esta fecha, la reflexión histórica, el diálogo intercultural, el respeto a los derechos humanos y la identidad de los pueblos. Deberíamos empezar por olvidarnos de la colonización y conmemorar a los indígenas caídos. De allí que, el nombre más apropiado para tal celebración, sería el “día del encuentro entre dos mundos”, que dejó como consecuencia el cruce de europeos, americanos y africanos en el nuevo mundo.

Sería un día festivo para reflejar la alegría por la mezcla de culturas que poseemos. Hermoso sería que las ciudades y los pueblos realizaran durante esta conmemoración variadas actividades culturales, desfiles, representaciones teatrales y conciertos. Que calles y espacios públicos se llenaran de puestos ambulantes, exhibiendo objetos y artículos relativos no solo a la cultura indígena, sino también, motivo para resaltar los aportes culturales de los españoles. En fin, que fuera el día de la Interculturalidad para reconocer los derechos que tienen todos los ciudadanos por igual, sin importar las etnias.

En estos momentos de inestabilidad mundial y ante un Estado que parece totalmente corrompido, urge que Colombia no pierda la alegría de querer ser en el futuro un pueblo libre y feliz. En esta madeja difícil de desenredar, el movimiento indigenista no puede ser una amenaza, sino una realidad que coincida con el avance del desarrollo en todo el país. Lo ideal sería que fuese un movimiento indígena que se resistiera a ser influido por partidos políticos para que mantuvieran su identidad. Comunidades indígenas y campesinas que no se confabulen con grupos criminales y políticos corruptos para doblegar a la comunidad. En fin, que esta fecha no sea solo un cambio de nombre, sino un día memorable para que el Cauca deje de ser el cementerio de Colombia.

Urge el reinicio de las conversaciones para que haya realmente en esta patria querida, un cambio de prácticas, de hábitos. Que a través del dialogo gobierno- indígenas campesinos, se logren los acuerdos y las reivindicaciones sociales, sin acudir al bloqueo de la vía panamericana aumentando el trago amargo de la cuarentena. Bienvenida la etapa de reconciliación, sin atropellos, sin violencia, sin saña, sin odio para no seguir contando muertos.

Civilidad: Celebrar esta conmemoración con otro espíritu.

sábado, 3 de octubre de 2020

Noviazgo antiguo, nada facilito

 



Resulta agradable relatar historias de amor, de aquellos tiempos, cuando las novias eran verdaderas novias. Bonitas épocas de enamoramiento, cuando en la condición de novios, apenas si se permitía tocar la mano de la enamorada. Se sostenía esa condición amorosa con la intención de llegar al matrimonio. El noviazgo era una de las etapas más bonitas de una relación de pareja, en que se ahondaba en el afecto y en el conocimiento mutuo.  Definitivamente todos los procesos estaban llenos de rituales, en las diferentes fases del romance: el galanteo, la conquista el noviazgo, las citas, el matrimonio. No relato para nada del divorcio, porque los matrimonios eran: “hasta que la muerte nos separe”.

En tiempos lejanos, cuando las mujeres se vestían de mujeres, usualmente el pretendiente, le entregaba a su enamorada, una carta de su puño y letra, donde le declaraba su amor, lo cual hacía más serios los sentimientos de las personas. Si la declaración de amor era aceptada por la novia, enseguida pedía la autorización a los padres para formalizar el noviazgo. Pero, el novio era recibido en la casa como miembro de la familia, solo cuando se había formalizado el compromiso matrimonial.

En principio, el novio lo único que chupaba era ventana y sereno, pues los papás solo permitían las visitas a través de los barrotes de hierro. Cuando el proceso del noviazgo avanzaba, se admitía al novio ingresar a la sala, pero nunca solos. Ante la presencia de alguien de la familia que se turnaban para cuidar la conducta y moderación. En medio de dos fuegos había siempre un campo de hielo para aclimatar el ambiente, representado por la tía o la abuela. Mientras tejían, bordaban o cosían, al tac-tac de las máquinas de pedal “Singer”, vigilaban esa asociación intima más allá de la amistad. Si la novia estudiaba, solo autorizaban las visitas los fines de semana, de 7:30 a 9:00 de la noche, administradas por los padres, eso sí, en sillas separadas. Los besos en los labios no eran permitidos, solo se daban en la mejilla, en la mano, o en la frente.

Eran estos los encuentros formales con propósito de conocerse; y, si quedaban conformes en entablar la relación, se consideraba que la pareja se ha había «ennoviado». Pero, cuando el novio no recibía la aceptación de los padres de la novia, la pareja se daba sus formas para verse a escondidas.  Siempre había alguien en la familia que apoyaba las citas de amor, aunque fuera por pocos instantes. Una de ellas, era citarse donde la tía Rodelinda, quien además de modista, era la alcahueta para los encuentros furtivos.

Antes, cuando existía el respeto reciproco de la pareja, era costumbre cruzarse las fotos como un registro del momento importante del noviazgo. Era otra fase del ritual porque había que ir a un estudio: Foto Vargas, Venus, Ledezma o donde Ortiz para tomarse la fotografía para entregarla a la novia, quien celosamente guardaba en la billetera en señal de compromiso. Era especial, porque al abrirla delante de los demás, cuando ambos señalaban: “somos novios”, ahí estaba la foto para probarlo.

En la época, cuando no había televisión, para ir a cine o a toros, había que esperar hasta seis meses para invitar a la novia.  Popayán tenía cinco salas de cine: el municipal, el Popayán, el Bolívar, el teatro valencia, y el teatro Anarcos con películas clasificadas por censura: “solo para mayores de l8 años”. Para entonces, las parejas nunca salían solas; siempre estaba aquel hermano, la tía o la abuela que los vigilaba constantemente.

Tampoco se aceptaba que una niña se enamorara del hijo de padres militantes en otro partido político diferente al de la novia. Los noviazgos de antes, venían marcados con el hecho de que se esperaba que se llegara al matrimonio. En ese entonces, se pensaba mucho más en cómo sería la vida en pareja, lo cual era muy lindo y daba mucha ilusión. Los noviazgos duraban mucho tiempo antes de llegar al altar con los preceptos de la Iglesia católica. Había que obtener el consentimiento de las dos familias, que el novio confirmaba obsequiándole un anillo de compromiso. Solo así, podían mandar a timbrar las tarjetas de invitación que decían: “La familia tal y la familia tal…tienen el gusto de invitar al matrimonio de sus hijos: …”

Civilidad: Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.