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domingo, 30 de agosto de 2020

¡Al despeñadero vamos!



Entristece decirlo: caminamos hacia el abismo. Contradicciones, egoísmo, soberbia, codicia, envidia, armas, ignorancia, hambre, drogas, injusticias, masacres acaban con el futuro, con el planeta, con la naturaleza y con la especie humana. Usamos el calentamiento idiomático, para ejercer dominación o liberación, pero nunca conciliación. Reina la confusión en el campo mediático, convertida en arma devastadora. Degradamos el medio ambiente y el sentido de la palabra con método hipócrita, deshonrando a todo el mundo.

Adoptamos la tragedia de Caín y Abel, repitiéndola entre pueblos, clases y países. De nada sirvieron dos guerras mundiales para que tomáramos escarmiento. Estremece la espiral violenta, salvajismo, incultura, que acompañan a la sociedad. Desde siempre, el racismo ronda la política. “Mentes brillantes” del mundo juegan al papel del conflicto armado y, a un trágico desenlace. El mundo globalizado se volvió pequeño, las distancias no son inconveniente. Ciencia y tecnología estudian enfermedades, para soltar virus en esta guerra biológica. Con los inventos, las sociedades no crecen, se enriquecen. El afán de proteger a los superricos, para comprar, consumir, engordar patrimonios, divertirse, encandilarse con alcohol y las drogas. La codicia conlleva a ganar, aunque otros pierdan; vencer el poder para poder. No importa cuántos mueran en el camino. El dolor no enternece. La frustración, la justicia manoseada, la corrupción, el asalto a las arcas públicas, las coimas, la impunidad, los negocios turbios, la usura, el terrorismo económico envilecen la pobreza. La trampa electoral, es lo que vale. Lo importante es triunfar a como dé lugar. El status, el club, el último automóvil, la cuenta bancaria, los dividendos, la bolsa, la propaganda, la imagen, aunque sea pura ficción. El mundo plástico -las tarjetas-, la moda, el celular, distinguen a las sociedades y a los individuos.

El saber poco importa, la influencia política, lo fatuo, la vulgaridad, la hostilidad agresiva, la alienación frustrante. Las ideas se combaten con publicidad y dinero. La envidia, corroe al espíritu como el cáncer. El dogmatismo no admite opiniones. A pesar de tener un solo Dios, hermanos en la fe, se enemistan por territorios, por rutas por creencias, por conocimientos jerarquías, y dinero. Ricos contra pobres, orientales contra occidentales, etnias entre sí, jóvenes contra viejos, izquierdas contra derechas. Maltrato, en cada región de forma diferente. Cada quien, con su verdad, con su esperanza o fatalismo. Ejercemos la insatisfacción de conciencia: no hay gobernante blanco, ni indio, ni negro. ¡Nadie ni nada nos satisface!

Lo que estamos viendo y padeciendo nos cambió la vida. Estamos en un sistema de complicaciones y complicidades, cada uno con su mundo interior. La felicidad es un placer interno, solo para ansiedades personales. No sabemos compartir el aire, la belleza, la paz, la amistad, la solidaridad. Personas críticas, que les cuesta una barbaridad tener un comentario amable o un elogio con los demás, cual si se juzgaran a sí mismos. Religiosos que predican, pero no aplican. Vivimos en una selva de concreto, en un mar de incertidumbres, en el abandono del anciano, en la violación de niños, violencia intrafamiliar, acoso sexual, olvido del artista, el mal pago al asalariado, perplejidades con el silencio de la iglesia pecadora. Políticos sin ideología, pero con mucha “odiología”, innovan su demagogia barata para disputarse el botín. Se miente con absoluta impunidad y, lo que es peor, con desfachatez abominable.

De nada vale la sabiduría para ser mejores, para compartir con todos, esos conocimientos, sirviendo a la sociedad, al prójimo, a la patria y cada quien, a su propio Dios. Definitivamente, la educación, se compra, no es la excelente herramienta para llegar a ser alguien en la sociedad. La familia, la escuela, la sociedad y los medios de comunicación social masivos ya no son vehículos para hacer camino. La cultura, las escuelas el arte y la ciencia como instrumentos aplicados, deberían valer, no para explotar, sino para servir.

El mundo desde siempre ha sufrido y, desde siempre se rebela, pero cada día somos más. La Tierra nos da a todos, pero la maltratamos. Amor al prójimo gritan todas las religiones, pero la volvieron la llave para pedir dinero. Los gobiernos le dan la espalda a la realidad. Todos los días se atiza la polarización sin llegar al pico en la historia de esta patria adolorida. Son muchos y reiterativamente apabullantes los hechos escandalosos que conducen a la democracia colombiana a un crítico cuadro clínico.

Estabilidad es equilibrio, con equidad, justicia social, con la bandera que sea. Lo deseable sería que estas situaciones narradas obedecieran a hechos desafortunados aislados y no como una tendencia que llegó para instalarse en nuestras vidas.  

Desconfiar unos de otros solo agrava las consecuencias de esta pandemia. En el peor momento reina la desconfianza que erosiona la legitimidad del régimen democrático. No obstante, la proliferación de posibles explicaciones, no hay acuerdo sobre las verdaderas causas de la desconfianza institucional. La caída por la crisis sanitaria, económica y social, demanda interacción honesta y franca entre los ciudadanos. Libramos una batalla que, lamentablemente, no busca la unidad de unos con otros para enfrentar la amenaza del COVID-19, sino que apuesta por la confrontación de unos contra otros para generar más rupturas.

Civilidad: Si seguimos así, ¡todos seremos responsables!

 

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martes, 18 de agosto de 2020

Si resucitara Toribio Maya

 

Esta semblanza para recordar a un auténtico apóstol de la bondad y la caridad, y ojalá, para que esta vida ejemplar, sirva de modelo a la generación actual. El siervo de Dios que respondió al nombre de Toribio Maya, fue uno de los veintidós hijos que integraron la limpia y dilatada estirpe de José Tomás Maya y Dolores Sarmiento. Nació en Popayán el 27 de abril de 1848 cuando los partidos políticos se deshacían y, murió en medio del conflicto armado y social que aún ensangrienta a Colombia, ahora con más crudeza que en aquella época.

Desde su tierna edad dejó ver lo que sería su misión.  De niño compartía sus alimentos con mendigos que rutinariamente tocaban su puerta atendiéndolos con piedad, que luego ejercería fuera de ella. En aquellos tiempos era bien sabida la rigidez y severidad para no dejar salir los hijos a la calle. Sin embargo, Toribio, todos los días a determinada hora, salía a aquellos barrios de ciudad menos favorecidos en la buena fama. Creyendo su padre que sus pasos fuesen mal encaminados, y sintiendo una mano invisible que lo detenía para reprenderlo, prefirió seguirlo. Así que, al entrar a una casucha, quedó sorprendido al ver la lobreguez del lugar y más aún, impresionado, al ver a su hijo postrado ante una viejecita a quien le lavada y curaba una úlcera de feo aspecto.

Toribio vestía siempre traje de paño oscuro, como hábito de pobreza. Era igual de  generoso con los extraños, que con los de su propia sangre; pues, a la muerte de uno de sus hermanos mayores, se hizo cargo de los cinco huérfanos en medio de su pobreza para criarlos y educarlos, sin dejar nada para si de lo que los amigos obsequiaban para sus obras de caridad.

Ejerció la profesión aprendida de su padre: hojalatero, con gran habilidad, sin catálogos, ni aporte de dibujante extraño; solo con la trasmisión divina. Labor que alternaba con el servicio a los enfermos, tanto en sus respectivos domicilios como en el hospital de Popayán. Nada lo detenía: ni distancias, ni los rigores del tiempo, ni las avanzadas horas de la noche. Hacía que le alcanzara el tiempo consagrado a los leprosos, sin  que nadie sintiera repugnancia por estar en contacto con aquellos seres. No usaba ninguna medida profiláctica, lo mismo hacía con los leprosos que con los enfermos de cáncer, viruela y, toda clase de enfermedades. Los curaba con esmero, frecuencia cotidiana, exhortándolos al sufrimiento como recompensa segura en mejor vida. Les prodigaba los últimos auxilios, llevándolos  a la sepultura, amortajados en una sábana cargados sobre sus hombros.  Toribio era enfermero, limosnero y sepulturero. Estaba refrendado por la gracia divina. Inundado de sencillez y humildad, tenía poderes sanatorios que no radican sino en quien está infundido de virtudes sobrenaturales. Era el cirujano de los pobres, sin importar el carácter epidémico y contagioso: llagas, úlceras, tumores, eran intervenidos por él, y para todo les suministraba los ingredientes y vendajes, pudiendo afirmarse que propiamente era un dispensario ambulante para los necesitados. No hubo en la ciudad persona, rica o pobre que no recibiera de Toribio atención caritativa en la enfermedad, ya que por tantos años no había existido un establecimiento de carácter oficial como los hay ahora.  Su sublime secreto de caridad, llegó hasta las mujeres prostitutas a quienes también atendía en la “Casita de la Caridad”, junto a la quebrada de Pubús. Dejando su habitual mansedumbre increpaba a aquellas mujeres no solo por su falta de  virtud sino por el irreparable daño que causaban a la humanidad.

Cuando acaeció la guerra civil de 1885, contaba con 27 años de edad. Tocándole también la guerra de los mil días que estalló en l899, dejando muchas desgracias sobre el suelo colombiano. Atendió heridos en la “Casita de la Caridad” y  trasladándose hasta la cuchilla del Tambó atendió muchos heridos que recobraron la vida.

En suma, puede decirse que durante más de medio siglo no hubo persona en Popayán que no recibiera las obras de caridad con multiplicidad y envidiable don de ubicuidad permitiéndole a este santo varón estar en todas partes, a todas horas, practicando el bien sin desmayos ni fatigas y sobre todo, sin contradicciones.

Pero, no podía faltar la difamación en Popayán para este virtuoso  de Dios que fue acerbamente calumniado, hasta tenido por loco para su tiempo. Como era costumbre, Toribio visitaba en su casa de habitación a los enfermos: entre ellos, a un sacerdote. Desaparecidos de un mueble contiguo al lecho del enfermo, al que tenían acceso familiar, servidumbres y otras personas que lo visitaban; los sobrinos del sacerdote hicieron recaer las sospechas en acto de censurable ruindad, llegando a formular demanda policiva en su contra.

De allí que, si resucitara Don Toribio Maya, encontraría, la desgraciada coincidencia, no de las  plagas de Egipto, sino las pandemias del globo terráqueo inestable, complejo, confuso y conflictivo. Una Colombia desigual, atrasada, atemorizada, encerrada en sí misma, con escasa visión de futuro. Una sociedad, atropellada, dirigida a empellones y, por ende, sometida. Una élite llena de grandes mentiras convertidas en grandes verdades. Políticos despedazados entre derechas o izquierdas, buscando el poder. Esenciales problemas de corrupción, impunidad y violencia, sin resolver que se agravan todos los días en forma considerable.

Civilidad: Desde siempre, la envidia disfrazada, ha caminado en Popayán, ladrándoles a hombres eminentes.

 

viernes, 7 de agosto de 2020

Confiscaron el interferón, ahora vengan por la fórmula del MD Klinger

 


Con desalentadoras afirmaciones, la voz oficial de la OMS, ha dicho: “no hay solución y quizás nunca haya”; “Los ensayos clínicos nos dan esperanza, pero esto no significa necesariamente que obtengamos una vacuna". Entonces, ¿qué se puede esperar de expertos mundiales, gobiernos y asociados a los conocimientos sobre la pandemia global y mortal, para evitar que la humanidad se contagie y que la gente muera?

¡Con semejante calidad de amigo en la OMS, para que enemigos! El mundo tiene más de 763.000 fallecidos, y 19 millones de contagiados que se multiplicaron por cinco en los últimos tres meses a falta de una vacuna.

Afortunadamente para el mundo, muchos años antes de que apareciera el COVID-19, ya en Popayán, Cauca, Colombia, había nacido en una humilde familia un negro orgulloso de su raza. Hijo del policía de la esquina, a quien bautizaron: Julio Cesar Klinger Hernández. Digno egresado de la Universidad del Cauca, magister de la universidad de Louisville con larga formación complementaria en varias universidades; con muchos años de experiencia profesional, docente universitario, con formación en la línea investigativa de enfermedades inmunológicas, virales, infecciosas, tumorales…Tantos y tantos méritos y virtudes que le sobran, pero que a falta tiempo no ha podido curar el cáncer de la envidia que corroe a los discrepantes de sus proyectos. La rivalidad no ha parado, desde cuando dio inicio al tratamiento del VIH, pero el científico Klinger tampoco detiene su ayuda humanitaria hacia gentes desvalidas de la fortuna. Ante semejantes “colegas”, el Dr. Julio Klinger prefirió renunciar a la Universidad del Cauca, que perdió a su más importante docente formador de profesionales en investigaciones y, creador de conocimientos.

Una vez confirmado el primer caso de coronavirus en Colombia, inició su labor social, en Barbacoas (N) tierra natal de sus padres. Sus curaciones milagrosas se multiplicaron por millares en el sur de Colombia. Ahora, metido en el Putumayo continúa curando sin atender las teorías conspirativas, de supuestos médicos con visión maquiavélica y ocultas intenciones.  

Sin tregua, el “Negro Klinger”, sigue adelante, irrigando, fumigando con dosis sublinguales de Interferón salvando vidas. Contrario a lo expresado por el    burócrata de la OMS, Tedros Adhanom; nuestro benefactor médico epidemiólogo Julio Klinger con acciones alentadoras, en momentos de incertidumbre mundial recorre varios frentes ayudando desde el conocimiento alternativo y con experiencias reales para atajar el virus, mitigando los efectos de la pandemia para salvar vidas.

No deja de ser extraño que señalen que el interferón “es fraudulento, teniendo ocho (8) “registros sanitarios” de muchos años atrás y, cuando la vacuna tardará uno o dos años en llegar. Mientras tanto, el filántropo Julio Cesar Klinger, cura por montones a pacientes Covid-19 que se ensaña en la población negra que sucumbe en la pobreza multidimensional del litoral pacífico, donde no conocen las “terapias de ventiladores”.

¡Cosas de Popayán! Asombra que en la Universidad obstaculicen su trabajo investigativo. Curioso, que más de 20 mil personas tomen interferón y cientos de enfermos evidencien la curación, mostrando efectividad su fórmula magistral con Interferón Beta. Es sabido que, en la última visita del Ministerio de salud, un alto funcionario llevó dosis de interferón para un general de la república. Pruebas más que suficientes para pedir del Alma Mater, el apoyo incondicional al científico Julio César Klinger Hernández quien, sin duda, cumple el juramento hipocrático, consagrando su vida al servicio de la humanidad. La Universidad del Cauca otrora protagonista con sus próceres en las luchas por  la Independencia; ahora, debería reivindicarse, acompañando con su estructura investigativa a la cabeza de su científico social, en una lucha frontal  por la salud y la vida del mundo.

Civilidad: Tanta mezquindad no permite que nadie se destaque. Providencial que el Dr. Klinger sea diferente a los demás ¡Qué Dios lo proteja y, se apiade del mundo!

sábado, 1 de agosto de 2020

Ahorrar para tiempos difíciles

"A los pobres les sorprendió la pandemia por no ahorrar”. Expresión que me permite contarles a mis lectores que, en mis tiempos de escuela pública, a los niños nos enseñaban el uso de las cuentas de ahorro para mejorar el bienestar en el futuro y tomar decisiones financieras más responsables. Épocas remotas, cuando conectaban a la niñez con el servicio bancario, permitiéndoles reconocer el papel que estas instituciones desempeñaban en la sociedad para enfrentar de mejor manera los desafíos de ahorrar, administrar sus propios dineros y afrontar los retos que conlleva el logro de los objetivos.

En 1933, la Caja Colombiana de Ahorros, hoy Banco Agrario, cuando apenas llevaba dos años de su nacimiento, decidieron incentivar el ahorro de los colombianos. Para cumplirlo, implantaron en escuelas y colegios, un programa de ahorro escolar con una forma divertida de familiarizarse con el ahorro y con las operaciones bancarias. Experimentando la enorme satisfacción de lograr tal objetivo con disciplina. Los niños podían comprar las estampillas, incluida la escuela donde acudían, adhiriéndolas a una hoja plegable para poderla cargar. Al llenar la hoja, se concurría a la Caja de Crédito Agrario, Industrial y Minero, para registrar el valor de esa hoja, en la “libreta de ahorros” que firmaban y sellaban, aumentando ese importe al que se tenía ahorrado. 

También incentivaron el ahorro, mediante autorización del Gobierno a la Caja Agraria, para que parejas que contrajeran matrimonio recibieran la donación de cinco pesos que les consignaban en una cuenta nueva de ahorro. Aunque se dice que nadie se casó motivado por la opción de ganarse los cinco pesos, sí hay testimonios de que la Caja incrementó en 20 por ciento las cuentas de ahorro nuevas en esa época, impulsadas por las parejas que coincidencialmente se casaron en esos días aprovechando la ganga ofrecida. Hace parte también de mis recuerdos de la infancia, aquella que representaba el símbolo de ahorro en Colombia: La hermosa alcancía de acero inoxidable de “La Caja Agraria”, insignia de ahorro, por allá en la mitad del siglo XIX. 

Estos gratos recuerdos dejados por la Caja de Crédito Agrario Industrial y Minero, que perdió sus apellidos, “Industrial y Minero”, era el banco más grande de Colombia, tenía el mayor número de empleados (16.500). Banco del pueblo en los pueblos, con la red más numerosa de oficinas 864 en todo el país, por lo que, las familias colombianas se enorgullecían al decir que tenían un familiar “creditario”. 

Resulta paradójico que, en estos tiempos de dificultades, aviven el consumo y no el ahorro. Pues, en mi opinión, el camino más conservador y más racional, es reducir gastos y promover el ahorro para poder afrontar la nueva “normalidad” después de la pandemia. 
Por lo que se ve y se lee, el gobierno pretende recuperar la economía, incentivando al pueblo a consumir más. Gastando más, sin cerrar el grifo y, sin motivar el ahorro en estos tiempos tan complicados. Dinamizar la economía con la medida de los tres días sin IVA, esperando cubrir el déficit fiscal, acerca más al país a la bancarrota, y al ciudadano que compra esclavizarlo ante los bancos, encadenado por las seductoras tarjetas de crédito, Comprar en estampida porque rebajan los precios un día, ¡no hay tal! La actividad comercial caprichosamente maneja los precios y a los clientes con sus promociones. Y sin olvidar que la creciente guerra con la pandemia tendremos que repagarla. Entonces, las limitaciones fiscales, más temprano que tarde, forzarán al gobierno a atizar la inconformidad, con otra inevitable reforma tributaria. Y, como siempre, los ricos cada vez felices y, los pobres cada vez peor. 

Civilidad: Meterle muela a la corrupción, combatir el contrabando, duro a los evasores con altas utilidades, que tributan cero, incentivar el ahorro y, dejar de ser tan derrochones. 

Adenda: Jorge, no has tenido una Mala Hora, solo un sueño feliz.