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sábado, 27 de junio de 2020

Lo pasado, pasado

Todas las ciudades del mundo tienen su encanto. La ciudad de “pardos campanarios” tiene el suyo. A lo largo y ancho de la geografía colombiana, se destacó sobre las demás. Después de muchos años, la Popayán de las grandes epopeyas, hoy, pareciera como si bebiese gotas amargas. Todo lo ya vivido está olvidado, todo lo conseguido ya perdido, todo lo bien amada, ya no es amado. Bendita y, noble ciudad, cuya historia está repleta de amargas lecciones de graves disturbios que ocurren en parte por nuestra indecisión.   

Este país de costumbres y vocación conservadora, sustraído de las corrientes renovadoras de la política y el pensamiento y, además, replegado en lo vernáculo de sus tradiciones regionales sin diálogo, la irreverencia es una de las actitudes más escasas y de menor valoración a la hora de pensar la historia colombiana. Esta condición hace que, en Popayán, el efecto de lo sarcástico no sea tomado siempre de la mejor manera ni comprendido a cabalidad, sobre todo si tenemos en cuenta que tampoco la actitud crítica ha sido fomentada por una sociedad orgullosa del legado peninsular colonial, por lo que ha preferido históricamente cultivar siempre la apariencia de una imagen, a cambio de preocuparse por construir un sentido de realidad que asuma con criterio la razón de sus complejos y la verdad de sus conflictos. No obstante, en la Popayán letrada de “piedra pensativa”, la obra poética de Valencia plasmada en el lienzo de Martínez, ha mantenido su aprecio ligado esencialmente al carácter constitutivo del pasado; ello como orgullo e ingenio intelectual y no como juicio social.
Me pongo en el vértice para analizar la tradición como norma de conducta en la capacidad de pertenencia de mi ciudad y, su innovación como imaginación creadora de los dirigentes ocasionales de Popayán.
 Vivimos el presente de lo ya pasado. Carlos Fuente dice: “que el pasado está escrito en la memoria y el futuro está presente en el deseo”. Resistirse a negar la realidad por acciones del pasado es la causante del infortunio presente. No se trata de renunciar al pasado, sino evitar que se convierta en una atadura, un lastre, que nos polariza y estorba para disfrutar del presente. Acudamos a él a través del recuerdo. Pero de allí a sentir la necesidad de vivir del pasado es un camino poco recomendable para el desarrollo de la “ciudad de los muros recios”.
El momento presente, “la era del conocimiento” nos obliga a mirar la concepción antigua de la historia que abarcaba al universo y al hombre como un todo, para encontrar que con algunas variantes prevalece en la época moderna, por cuanto la historia es oratoria y didáctica. Por ahora, detengámonos a señalar que el legado, puede ser comprendido mejor a la luz de la actitud moderna que despierta a una conciencia crítica en Colombia, y que toma lo ocurrente como arma contra la crisis, frente a las respuestas incompletas de la historia.

Cuando Popayán conmemoró cien años de independencia, también se creó una polémica entre las ciudades desmembradas del antiguo Cauca grande por el establecimiento de los “verdaderos” lugares de memoria de la nacionalidad. La ciudad de Belalcázar como las elites la denominaban, rescataron los héroes patriotas de la región con el objetivo de establecer en el siglo XX una hegemonía histórica frente a las rivales Pasto y Cali. Esto dio pie para pensar que la intrincada identidad nacional durante el siglo XIX y parte del XX, no fue apenas un proceso dado de arriba hacia abajo con la intención de favorecer las ideologías o los intereses de una elite supuestamente homogénea en detrimento de las capas sociales menos favorecidas. La celebración del Centenario en Popayán ayudó a entender el proceso de identidad nacional operando también entre elites, en un sentido horizontal como una lucha entre la misma clase por hacer prevalecer sus intereses y no necesariamente entre clases diferentes. Había entonces, una memoria ‘dividida’, no sólo entre una memoria ‘oficial’ y otra ‘comunitaria’, organizadas por campos políticos e instituciones opuestas. La identidad surge no tanto de la plenitud de la identidad que ya está dentro de nosotros como ciudadanos, sino por otra parte que es “llenada” a partir de lo que es visto por los otros.  Es lo que las elites payanesas hicieron al completar cien años de independencia: redefinir su identidad en el contexto del antiguo Estado Soberano del Cauca: “una cultura nacional es un discurso, un modo de construir sentidos que influye y organiza tanto nuestras acciones como la concepción que tenemos de nosotros mismos”.
Al hablar de Popayán, podemos constatar la forma como la sociedad ha ido entretejiendo su identidad en relación con las ciudades vecinas y la forma como ha ido desapareciendo una aristocracia de rancios abolengos.

De allí que, considero oportuna la apreciación del Dr. Temístocles Ortega, de sumarse a un debate serio sobre los temas de la ciudad, no sobre la base de falacias, pues no ha propuesto retirar el óleo del Maestro Martínez del Paraninfo, como algunos no se sabe con qué interés lo dicen. Ha dicho: “sumémonos a un debate que el mundo ha planteado”. Y, claro esa es parte de su papel como vocero y orientador de la ciudad y el departamento. Hay que decirlo, así lo ha hecho siempre, pues desde que inició su vida política se le ha reconocido como un hombre de ideas, de pensamiento contemporáneo, de visión crítica y futurista sobre las políticas y acciones del Estado en temas de igualdad, de equidad, de ejercicio de derechos, de democracia real, de participación en los cuales nuestra sociedad tiene tantas falencias y retrasos. Hay que decir también, que estas posiciones del Senador Ortega han sido su constante desde sus tiempos de estudiante en el Colegio Ulloa y la Universidad del Cauca, en donde fue un reconocido dirigente estudiantil. Es testimonio de su coherencia y solidez ideológica y política.
El debate es un ejercicio de la democracia. En el desarrollo del pensamiento contemporáneo y Orteguista, puede ser entendido como la oscilación entre dos motivaciones básicas: la tendencia modernizadora y la identitaria. Lo modernizador es el énfasis en lo científico tecnológico, la imitación a países más desarrollados, el deseo de ponerse al día, la apertura al mundo, el desprecio por el vasallaje, el énfasis en el encuentro consigo mismo como cultura, el acento en la justicia y en la distribución. Lo identitario es el énfasis en la defensa de lo propio: cultura, etnia, economía, tierra, el aporte de su sabiduría profesional, su capacidad intelectual, el conocimiento práctico de la vida y principalmente el gran sentido de pertenencia de la ciudad, por ser “su propia tierra”

En estas horas de tribulación y destierro, sin olvidar la procelosa historia de la monacal y pasible Popayán, debe servir para conjurar las esperanzas y los miedos centenarios, en la imperiosa necesidad de permanecer unidos. Plausible toda controversia en la medida en que un rico intercambio de ideas se preste para diferenciar a unos de otros a partir de ideas concretas. Todo ello, contribuye a la relación consciente y libre del hombre frente al fenómeno sociológico en que nos desenvolvemos.
Muchas son las frases que han exclamado bajo el embrujo que desprende la “ciudad lejana, perdida en la aventura de algún sueño heroico”. Más, si supiéramos enfrentar las opiniones discutidas con caballerosidad, honraríamos a la “Ciudad noble y culta”; contrario, a las destructivas que conturban el ambiente con ataques personales que no suman al análisis.
Civilidad: Las experiencias vividas permiten mejorar nuestra condición de seres humanos.








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