Todas las
ciudades del mundo tienen su encanto. La ciudad de “pardos campanarios” tiene el
suyo. A lo largo y ancho de la
geografía colombiana, se destacó sobre las demás. Después de muchos años, la
Popayán de las grandes epopeyas, hoy, pareciera como si bebiese gotas amargas.
Todo lo ya vivido está olvidado, todo lo conseguido ya perdido, todo lo bien
amada, ya no es amado. Bendita y, noble ciudad, cuya historia está repleta de
amargas lecciones de graves disturbios que ocurren en parte por nuestra
indecisión.
Este país de costumbres y vocación conservadora,
sustraído de las corrientes renovadoras de la política y el pensamiento y,
además, replegado en lo vernáculo de sus tradiciones regionales sin diálogo, la
irreverencia es una de las actitudes más escasas y de menor valoración a la
hora de pensar la historia colombiana. Esta condición hace que, en Popayán, el
efecto de lo sarcástico no sea tomado siempre de la mejor manera ni comprendido
a cabalidad, sobre todo si tenemos en cuenta que tampoco la actitud crítica ha
sido fomentada por una sociedad orgullosa del legado peninsular colonial, por
lo que ha preferido históricamente cultivar siempre la apariencia de una
imagen, a cambio de preocuparse por construir un sentido de realidad que asuma
con criterio la razón de sus complejos y la verdad de sus conflictos. No
obstante, en la Popayán letrada de “piedra pensativa”, la obra poética de Valencia
plasmada en el lienzo de Martínez, ha mantenido su aprecio ligado esencialmente
al carácter constitutivo del pasado; ello como orgullo e ingenio intelectual y
no como juicio social.
Me pongo en el vértice para analizar la tradición como
norma de conducta en la capacidad de pertenencia de mi ciudad y, su innovación
como imaginación creadora de los dirigentes ocasionales de Popayán.
Vivimos el
presente de lo ya pasado. Carlos Fuente dice: “que el pasado está escrito en la
memoria y el futuro está presente en el deseo”. Resistirse a negar la realidad
por acciones del pasado es la causante del infortunio presente. No se trata de
renunciar al pasado, sino evitar que se convierta en una atadura, un lastre,
que nos polariza y estorba para disfrutar del presente. Acudamos a él a través
del recuerdo. Pero de allí a sentir la necesidad de vivir del pasado es un
camino poco recomendable para el desarrollo de la “ciudad de los muros recios”.
El momento presente, “la era del conocimiento” nos obliga a
mirar la concepción antigua de la historia que abarcaba al universo y al hombre
como un todo, para encontrar que con algunas variantes prevalece en la época
moderna, por cuanto la historia es oratoria y didáctica. Por ahora, detengámonos a señalar que el legado, puede
ser comprendido mejor a la luz de la actitud moderna que despierta a una
conciencia crítica en Colombia, y que toma lo ocurrente como arma contra la
crisis, frente a las respuestas incompletas de la historia.
Cuando Popayán conmemoró cien años de independencia, también
se creó una polémica entre las ciudades desmembradas del antiguo Cauca grande
por el establecimiento de los “verdaderos” lugares de memoria de la
nacionalidad. La ciudad de Belalcázar como las elites la denominaban, rescataron los héroes patriotas de la región con el
objetivo de establecer en el siglo XX una hegemonía histórica frente a las
rivales Pasto y Cali. Esto dio pie para pensar que la intrincada identidad
nacional durante el siglo XIX y parte del XX, no fue apenas un proceso dado de
arriba hacia abajo con la intención de favorecer las ideologías o los intereses
de una elite supuestamente homogénea en detrimento de las capas sociales menos
favorecidas. La celebración del Centenario en Popayán ayudó a entender el
proceso de identidad nacional operando también entre elites, en un sentido
horizontal como una lucha entre la misma clase por hacer prevalecer sus
intereses y no necesariamente entre clases diferentes. Había entonces, una memoria
‘dividida’, no sólo entre una memoria ‘oficial’ y otra ‘comunitaria’, organizadas
por campos políticos e instituciones opuestas. La identidad surge no tanto de
la plenitud de la identidad que ya está dentro de nosotros como ciudadanos,
sino por otra parte que es “llenada” a partir de lo que es visto por los otros.
Es lo que las elites payanesas hicieron
al completar cien años de independencia: redefinir su identidad en el contexto
del antiguo Estado Soberano del Cauca: “una cultura nacional es un discurso, un
modo de construir sentidos que influye y organiza tanto nuestras acciones como
la concepción que tenemos de nosotros mismos”.
Al hablar de Popayán, podemos constatar la forma como la
sociedad ha ido entretejiendo su identidad en relación con las ciudades vecinas
y la forma como ha ido desapareciendo una aristocracia de rancios abolengos.
De allí que, considero oportuna la apreciación del Dr.
Temístocles Ortega, de sumarse a un debate serio sobre los temas de la ciudad,
no sobre la base de falacias, pues no ha propuesto retirar el óleo del Maestro
Martínez del Paraninfo, como algunos no se sabe con qué interés lo dicen. Ha
dicho: “sumémonos a un debate que el mundo ha planteado”. Y, claro esa es parte
de su papel como vocero y orientador de la ciudad y el departamento. Hay que
decirlo, así lo ha hecho siempre, pues desde que inició su vida política se le
ha reconocido como un hombre de ideas, de pensamiento contemporáneo, de visión
crítica y futurista sobre las políticas y acciones del Estado en temas de
igualdad, de equidad, de ejercicio de derechos, de democracia real, de
participación en los cuales nuestra sociedad tiene tantas falencias y retrasos.
Hay que decir también, que estas posiciones del Senador Ortega han sido su
constante desde sus tiempos de estudiante en el Colegio Ulloa y la Universidad
del Cauca, en donde fue un reconocido dirigente estudiantil. Es testimonio de
su coherencia y solidez ideológica y política.
El debate es un ejercicio de la democracia. En el
desarrollo del pensamiento contemporáneo y Orteguista, puede ser entendido como
la oscilación entre dos motivaciones básicas: la tendencia modernizadora y la
identitaria. Lo modernizador es el énfasis en lo científico tecnológico, la
imitación a países más desarrollados, el deseo de ponerse al día, la apertura al
mundo, el desprecio por el vasallaje, el énfasis en el encuentro consigo mismo
como cultura, el acento en la justicia y en la distribución. Lo identitario es
el énfasis en la defensa de lo propio: cultura, etnia, economía, tierra, el
aporte de su sabiduría profesional, su capacidad intelectual, el conocimiento
práctico de la vida y principalmente el gran sentido de pertenencia de la
ciudad, por ser “su propia tierra”
En estas horas de tribulación y
destierro, sin olvidar la procelosa historia de la monacal y pasible Popayán, debe
servir para conjurar las esperanzas y los miedos centenarios, en la imperiosa
necesidad de permanecer unidos. Plausible toda controversia en la medida en que
un rico intercambio de ideas
se preste para diferenciar a unos de otros a partir de ideas concretas. Todo
ello, contribuye a la
relación consciente y libre del hombre frente al fenómeno sociológico en que
nos desenvolvemos.
Muchas son las frases que han exclamado
bajo el embrujo que desprende la “ciudad lejana,
perdida en la aventura de algún sueño heroico”. Más, si supiéramos enfrentar las opiniones discutidas con caballerosidad,
honraríamos a la “Ciudad noble y culta”; contrario, a las destructivas que
conturban el ambiente con ataques personales que no suman al análisis.
Civilidad:
Las experiencias vividas permiten mejorar nuestra condición de seres humanos.
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