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jueves, 9 de abril de 2020

Siempre hay una primera vez


Al arribar los españoles a América, llegaron con la evangelización y, con ella, las fiestas religiosas en honor a los santos.  De allí que, las procesiones semana santeras son un claro reflejo de las de España, que los indígenas acogieron de buen agrado porque les permitía visualizar lo sagrado a través del conjunto de imágenes talladas también traídas de la madre patria.  En 1558, Felipe II suscribió las cédulas reales que autorizaban las procesiones en Popayán. Desde entonces, la tradición tiene un fuerte contenido oral, sin haberse interrumpido jamás. Pero, siempre hay una primera vez en todo.
En más de cuatro siglos, las hermosas procesiones de Semana Santa nunca salieron de esta grandeza llamada: Popayán. Siempre han sido famosas. Por primera vez, las alpargatas pisaron las calles de la capital de la república. Por primera vez, el alcalde, en un hecho histórico buscó convertir a la “Ciudad Blanca”, en la “Capital Cultural de Colombia”, en “Ciudad Museo”, además, de hacer gala de sabores de nuestra comida; también, internacionalmente reconocida, como la “Ciudad Gastronómica de la Humanidad”.
La inspiración del Alcalde Juan Carlos López Castrillón, buscó una ciudad un poco mejor que la que tenemos, apuntó a provocar el interés ante las altas esferas gubernamentales, junta pro-semana santa, gestores culturales, turistas y de la ciudadanía payanesa, para transmitir eficazmente su mensaje, dando a conocer la magnífica muestra de gran riqueza cultural y sus tradiciones.
Estando en situación dolorosa, en un aislamiento ni buscado o deseado, en mi fantasía, en medio del delirio y, con frases proactivas, revelo lo invisible que de otro modo no seríamos capaces de ver, el desfile procesional del jueves santo.

Por primera vez en mi vida, embalconado en uno de aquellos caserones coloniales que tienen las reminiscencias de estilo arquitectónico de los floridos balcones españoles. Sin dejarme arredrar por el pánico de las solitarias calles, pude contagiarme de la emoción que producen tantos siglos dedicados a nuestras solariegas tradiciones en Popayán. Todos pertenecemos a la ciudad, de la misma manera que ella nos pertenece. No como dueños, sino como amantes. Vista así, es otra cosa, implica otro gesto. La ciudad nos sirve para algo y para todos, imposible escapar a su ubicuidad e influjo, porque “Todo el mundo es Popayán”.
¡Por primera vez, Popayán no tiene olor a incienso ni a cera de laurel! 
La Cruz, símbolo del estilo de vida que Cristo nos enseñó, aparece sobre una asta en alto, delante de los prelados de la iglesia católica en señal de fe. El avance científico parece no tener límites. Más, la ciencia no puede ser una amenaza a la fe del Dios personal, creador y redentor del hombre. Solo Él, puede cambiar el curso de la historia e iluminar la mente de los científicos hasta encontrar los antídotos necesarios.
Escucho las notas marciales de la banda de la Policía que, cumple órdenes de las autoridades políticas o militares, encargándose del mantenimiento del orden público, la seguridad de los ciudadanos y la observancia de las leyes. Actividad policial creada por la maledicencia del hombre.
En la oscuridad de la mente y en la soledad de las calles, veo sobre los hombros curtidos de los cargueros, alineados, en ritmo elegante, con un sentimiento espiritual imperceptible que hace crujir las andas, indicando que el paso viene bien cargado.
San Juan el Evangelista, a quien, con Santiago, el propio Jesucristo les puso el sobrenombre de “Boanerges”, “hijos del trueno”, (Lucas 9,54) como advertencia a la violencia de su temperamento. Si dijéramos adiós a las armas, a la interacción agresiva en las redes sociales, y desde luego, a esa frecuente e intensa actitud que utilizamos en nuestra relación humana, para agredir a otro ser humano; me imagino esta “Jerusalén de América”, sería distinta, con rostros satisfechos. Somos tantos y tan diversos, pero podríamos hacer que todo se desarrollara entre sonrisas.
María Magdalena. Sus pecados por haber amado mucho, fueron perdonados. Sin embargo, el pecado se extiende por el hombre ¿Cuánto desdoro transmitimos desafiando la vida y la fama, cual dilema en diarias tramas contra las mujeres? Siendo tan cercanos a ellas, las tendencias sexuales consideradas socialmente negativas o inmorales excitan la erótica de lo prohibido, convirtiéndonos en esclavos sexuales.
La Verónica. Al ver a Jesús, sangriento y desfigurado, no resistió la tentación de aliviar sus sufrimientos y, tomando una tela, limpió la sangre y el sudor de su rostro. Admitamos con modestia: ¿Estamos dispuestos a servir, sin tener en cuenta la posición económica, social…? ¿Alguna vez, hemos enjugado lágrimas y sudor de personas que sufren?
El Señor del Huerto. Después de la Última Cena, Jesús tiene la inmensa necesidad de orar. Su alma está triste hasta la muerte. Ante la impotencia por la aparición y expansión del coronavirus hasta ahora “desconocido” por la ciencia y, ante los obstáculos y condiciones que pone el hombre mismo, ¿Estamos identificados con la Voluntad del Dios de cada quien, en oración permanente?
El beso de Judas. En un suceso inaudito, Judas no señaló con el dedo ni culpó a Jesús ante sus enemigos, usó la falsa señal en un beso. Sabemos lo que esta expresión significa: sensación desagradable, cuando alguien nos transmite confianza o afecto y luego, nos traiciona o traicionamos.
El Prendimiento. En un acto de traición, Judas el desertor, usó toda la información adquirida a lo largo de los meses y años de amistad con Jesús, para entregar en manos de hombres malvados al mismo Hijo de Dios. ¿Nos interiorizarnos para enmendar aspectos de mentira, o de muerte que estamos dejando entrar en nuestros corazones mediante el egoísmo y, la injusticia de la justicia?
Los Azotes. Jesús soportó golpes severos y burlas por parte de los soldados romanos, hasta colocarle la corona de espinos. También nosotros lo ofendemos, alejándonos de Él. Hoy, la invasión silenciosa del “coronavirus” azota al mundo, generando muerte sin encontrar solución.  También, la corrupción del hombre, es un azote del mundo a la humanidad.
¡Alguien tiene que hacer algo para arreglar esta situación!, pero como todos somos pecadores, no hay antídoto que valga para sanar el cuerpo. Ante la indefensión, el plan de Dios se pone en marcha. No hay otra alternativa para tanta dolencia. Que venga Jesús y acorde a las profecías se entregue a la misión de salvar a la humanidad. En la realidad de este mundo, necesitamos fuerza, carácter, coraje y humildad de corazón para reconocer que somos pecadores. Vergonzoso sería permanecer en el pecado. La terquedad y el orgullo nos pone cara a cara, nada menos que con nuestro destino como un desafío para la supervivencia.
Civilidad: Escudriñar nuestros caminos para volver al Señor.


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