Involuntariamente, de un momento a otro, la vida nos
cambió a todos por completo. El mundo está vacío. Jamás el
ser humano se ha sentido tan solo como en los tiempos actuales. La soledad es un problema universal. Y no es necesariamente que ahora la
gente se sienta más sola que nunca. Es que hoy, tenemos más motivos y tiempo
para hablar de ello. Antes
no había interés. Ni en sueños incluíamos
el encierro de
la humanidad. Como de película
de ciencia-ficción, la distancia social es la única
solución médica.
El filósofo griego Aristóteles, calificó al ser humano como un animal
social, significando con ello, que todos nacemos con esa característica social
que desarrollamos a lo largo de nuestra vida, al necesitar de otros para
sobrevivir. El
ser humano desde el inicio de su existencia, siempre necesitó de compañía para
perpetuarse en este paraíso terrenal. Estar siempre rodeado de personas, es
como aprendimos a vivir y sobrevivir, aunque nacemos individualmente.
En la madurez alcanzamos la libertad, el nivel de individualismo, de
flexibilidad mental, de rompimiento de todas las ataduras sociales y la
destrucción de todos los miedos que construimos a lo largo de nuestra
formación. Pero el grado de soledad, se produce en un solo 'instante', por la voluntad suprema del Creador. En un abrir y cerrar
de ojos, repentino y rápido, no somos nada. La partida
de nuestros seres queridos no forma parte de nuestra naturaleza, sino que se
introdujo en ella. Dios, nuestro Señor, no instituyó la muerte desde el
principio, sino que nos la dio como un remedio. “Al final de la vida sólo queda
lo que hayamos hecho por Dios y los demás”.
Solo
Dios sabe cuándo nos va a llegar la soledad a cada uno. Si supiéramos la fecha,
viviríamos cada día con mayor intensidad. No sabemos, ni cómo ni dónde, ni cuándo
será el último viaje. Nunca nadie ha podido aumentar unos pocos días al tiempo
de su vida. Que partiremos, es lo más cierto; pero el día y la hora, es lo más
incierto. Como nadie desea zarpar de este mundo, no ahondamos en el tema; pero
lo que sí vale la pena, es estar preparados.
Efectivamente,
en las circunstancias actuales, y sobre el mal que estamos padeciendo, no hay
quien pueda afirmar que el mundo estaba preparado. En el papel de abogado del
diablo, pero usando el lenguaje teológico, como seguidor de Dios, tampoco podemos
predecir o, adivinar las consecuencias que entraña la actual preocupación, por
demás profunda. Solo ahora cuando tenemos algo de la sensación de fiebre, de
miedo y de angustia por el Covid-19 que hoy agobia a la humanidad, creemos en
Él. Los extraviados que se creen por
encima de la diferencia, más pronto que tarde,
tendrán que reconciliarse con Él. Comprenderán,
cuánto tenemos que hacer para descansar de nosotros mismos, olvidándonos de
nuestro propio yo para buscar refugio en cualquier sitio del Dios de cada uno. Mientras
tanto, desde este aislamiento enfermizo, desde el destierro de estos días de
ensayos, es largo, muy largo, todavía el camino que hay que recorrer para obtener
la seguridad de la anhelante salud del mundo.
Lo que estamos soportando, obliga a decir que
sí podemos y que debemos enderezar nuestras vidas. El ser humano es el animal
que más tiempo ha sobrevivido etapa tras etapa sin extinguirse. Siempre ha evolucionado,
pero hoy, la única manera de superar la crisis, es seguir adelante; desde
luego, de un modo nuevo, completamente distinto. Debemos construir nuevos
escenarios, desde el hogar, laboral, económico, social, espiritual, etc.
Remendar no sirve, ni cambia la situación ante la catarata de males acumulados que
ha manejado el mundo.
Es una bola de desgracias precipitada desde
la cima; una avalancha penetrando por todas partes, alcanzando de lleno, por lo
alto y lo bajo, a todos por igual. Intentar obligar a otros para que sean
ángeles y querubines es un error. Lo que debemos hacer, es estar dispuestos a reformarnos
nosotros mismos, razonando lo que está sucediendo y porqué. En otras palabras,
tomar conciencia sobre lo que está ocurriendo. La capacidad de cambiar el ritmo
de nuestras vidas está en nuestro interior. Comprender el verdadero valor de
vernos los unos a los otros. A reencontrarnos con nosotros, mismos, tal como somos.
Sin egoísmo, sin odios, sin ataduras mentales, sociales ni de ninguna
índole para revelar el punto central de todas nuestras angustias.
Estamos pasando no solo un momento difícil,
sino histórico y decisivo. No estábamos preparados para combatir esta pandemia que puso a temblar a
la humanidad ¡Brote pandémico que bloquea al mundo! ¿Podría haber sido manipulado a conciencia? Las grandes economías presentan síntomas de
debilidad. Los gobiernos que se
consideraban invulnerables y poderosos, ahora están bajo tensión. Solo hasta hoy, cuando la sociedad mundial empieza a alterar sus
costumbres, posiblemente en forma duradera, reconoce que somos mortales. Todos
somos responsables de lo que está sucediendo. Entonces, asumamos con humildad
los errores que hemos cometido. Es época de alivianar el peso, limpiando
nuestra propia conciencia. Estas realidades se derivan de la plaga que inquieta
al planeta tierra. Lo demás, es llegar a un auténtico pacto social, económico y
político, entrando por la puerta angosta para mejorar el mundo sin inequidades
ni desigualdades. Ahí es donde todos debemos apostar.
Civilidad: En esta borrasca, vale más: ¿la salud o la economía?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario