En Popayán existen tradiciones que han logrado mantenerse desde el
siglo XVI, como la Semana Santa y alrededor de esta, artesanos propios y
extraños, ligados necesariamente a este ceremonial anual, ahora Patrimonio Oral
e Inmaterial de la Humanidad. Pero, por el inmenso respeto que
guardo al agua, hoy le hago reverencia a un lugar emblemático de la ciudad, que
fue la primera fuente de agua en Popayán, conocida como, “El chorrito de la
Pamba”.
Si
observamos los elementos simbólicos y
materiales que han contribuido a nuestra centenaria pertenencia y a los
vínculos socioeconómicos al que muchas gentes han ayudado, podemos decir entonces,
que subsiste también la tradición del agua del Chorrito de la Pamba.
El
origen de los chorros de agua se remonta entre finales del siglo XVIII, y
comienzos del XIX, muchos años antes de que llegara el agua a los hogares. En
el caso concreto de Popayán, existían varios en la ciudad. Pero, en este
artículo narraré sobre el que ha perdurado con el paso del tiempo. Me refiero
al que se encuentra en la zona céntrica de Popayán, ubicado en los intramuros del
tradicional barrio la Pamba, a quien debe su nombre. Relato no solo porque fue el centro de
provisión de agua, sino porque transformó las costumbres y hábitos entre los
popayanejos.
Se
constituye entonces, en un elemento histórico de la ciudad que viene desde la
época de la colonia. Era pues, un chorrito
de ese líquido indispensable para la vida, agua abundante, naciente de la loma
de las tres cruces. Un chorro de agua público, donde los campesinos hacían que
abrevaran sus caballos al salir o entrar a la ciudad por la vía oriente hacia
Coconuco y Puracé. Allí también concurrían los ciudadanos de antaño para
abastecerse del agua para sus actividades habituales. A falta de un acueducto
que distribuyera el preciado líquido en forma domiciliaria, acudían a aquel
lugar, diaria y presurosamente. Existían las aguateras, término con que se
distinguía a las mujeres que se encargaban de recoger y cargar el agua para
distribuir en la ciudad, era este un oficio de la época. El vecindario asistía
de manera cívica y ordenada portando toda clase de vasijas, cántaros, ollas,
para llevar el agua a sus casas y para lavar la ropa. Por su parte, las casonas
de payaneses importantes de la ciudad, desde luego, poseían sus propios chorros
de agua pura.
Todavía
para el siglo XIX, el abastecimiento de agua era muy primitivo, aunque el
número de fuentes de agua había aumentado, entre ellos: Altozano,
Mascarón, el del Maestro Pabón, el Achiral, el de Tulcán, la pila de la Plaza
de Caldas, el Cadillal.
Años
después, llegó la posibilidad de levantar pilas y fuentes de piedra, además de
los patios de los caserones, en atrios de iglesias, en conventos, en
edificaciones oficiales, etc., como un referente cotidiano y necesario para los
habitantes de la ciudad. Eran pues, puntos de encuentro geográfico para
chismosear y ponerse al día de los sucesos que ocurrían en Popayán. Todo ello,
como una muestra de esa persistencia tradicional, de una forma de enlace
espiritual con esta tradición española.
Con
el pasar del tiempo, los popayanejos y patojos olvidaron aquel sitio que es
parte del patrimonio histórico que determinó la vida y las costumbres de
Popayán. Lo que asombra no es que aún después de sus más de 400 años, siga
brotando agua, lo que sorprende es que hayamos olvidado esa belleza
patrimonial, que vecinos liderados por la familia Peña han tratado de
conservar.
Civilidad:
El Chorrito de la Pamba, puesto en su justo valor patrimonial, servirá para
preservar la identidad a Popayán y motivo para el turismo moderno.
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