El montículo de tierra, o Morro de
Tulcán como es conocido en Popayán, es el cerro más grande, que permite
recorrer los 360° de la panorámica de la bella ciudad, creando una sensación de
realidad.
“El Morro de Tulcán”, realmente fue un cementerio que existió 500 años
antes de la llegada de los españoles. Es una elevación de tierra construida
por los primeros pobladores de esta ciudad. Los indios Pubenenses ya la
habitaban, antes de llegar Sebastián Moyano, (nombre de pila) a quien el rey de
España concedió la orden de caballería, en premio a sus proezas, concediéndole el
título del “Adelantado Sebastián de Belalcázar” y, cambiándole su apellido,
tomado del pueblo donde nació.
Sobre esta colina del pasado precolombino se
cuentan muchas historias. Por su dimensión que no deja de sorprender. Es la
mayor elevación que circunda la ciudad. Se cree que estuvo dedicada a la
adoración del astro rey. Ello es posible, porque los aborígenes: Quechuas, Aztecas y los Chibchas que fueron los primeros
pobladores que el español Luis de Daza encontró, eran adoradores del dios solar representando
al Sol o aspectos de él, como son los rayos solares.
Recordemos que
para muchas culturas indígenas,
el Sol era un dios; fue venerado a lo largo de la Historia
en muchas civilizaciones, como la egipcia, la mesopotámica, la mexica, la incaica, la china, la japonesa, la griega etc. Sobre nuestro montículo asociado
a la Pirámide del Sol de Teotihuacán en
México, dentro del marco popular de supersticiones, y
creencias mexicanas, se dice que, estando en la cúspide, de pie en el centro de
la plataforma, si se pide un deseo, éste seguramente se cumplirá. Que, es el
lugar apropiado para recibir "energía cósmica" por lo que allá y acá,
padres llevan a sus hijos en brazos hasta la cima para presentarlos al cosmos.
Indudablemente, el
Morro, fue un templo sagrado donde se adoraban los dioses, el sol, la luna, las
estrellas, la lluvia. Pues, a mediados del siglo XX, en la década del 50, el
arqueólogo Julio César Cubillos, descubrió vestigios arqueológicos de muchos
años antes de que los españoles pisaran estas tierras. Tumbas, ollas de barro,
ornamentos y una especie de adobes que conformaban este terreno en forma de una
pirámide, recortada en la parte superior, fue elevada para celebrar ritos
indígenas.
Los
españoles se emocionaron al llegar a este hermoso Valle de Pubenza, llamado así
en honor al cacique Pubén, quien gobernaba a los indios Pubenenses, que fueron los
encargados de construir el Morro de Tulcán. Levantaron la estructura a punta de
adobes de tierra pisada con el único fin de que se pudiera divisar desde
cualquier punto el lugar donde habitaban. Este montículo sería el sitio sagrado
de la comunidad y un valioso testimonio arquitectónico ceremonial.
Se
cree que, este promontorio de tierra en forma de pirámide sirvió de albergue a
los indígenas cuando fueron despojados violentamente de sus tambos indígenas
(ranchos de paja y madera) desde donde observaban los movimientos de los
españoles para atacar. Se dice que una noche de desfile semana santero, cuando
se disponían a tomarse la ciudad, los indígenas se atemorizaron al divisar una
especie de culebra que lentamente se movía, confundiéndose con los fieles
alumbrantes de las procesiones religiosas de los españoles.
No
existe soporte investigativo, sobre la creencia de que Popayán tiene un campo
electromagnético, precisamente ubicado en el Morro de Tulcán. Sin embargo, las
descargas eléctricas de rayos y centellas que relampaguean, caen y que nos
acompañan en tiempos invernales, así lo señalan. El mismo, Maestro Efraím
Martínez, en su hermoso cuadro Apoteosis a Popayán, crea y representa la diosa
del trueno en una figura humana sobre la ciudad. Lo anterior, para indicar que
las energías dependen de la disposición de las personas, pues cada quien tiene
su propio campo magnético de energía.
Contaba
mi madre que, a mediados del siglo XX, se dio una gran polémica porque el poeta
Guillermo Valencia manifestó su deseo para que se levantaran dos monumentos
conmemorativos. Una estatua ecuestre al colonizador Sebastián de Belalcázar, hechura
del escultor español Victorio Macho, diseñada para la plazoleta de San
Francisco. Y otra figura justa y merecida, al Cacique Pubén a quien se le debe
el origen de nuestra primera ciudad y que debería ubicarse en el Morro de
Tulcán. La verdad, es que, en medio de la disputa de aquel entonces, la efigie
del Cacique Payán se perdió.
Para
quienes sentimos que nos corre sangre de los pubenenses, creemos que se le haría
un honor a la cultura indígena, ubicando una representación del Cacique Pubén
en homenaje a su lucha por defender estas tierras. De paso, cumplir con el
deseo de nuestro máximo icono de la lírica hispanoamericana, Guillermo Valencia
Castillo, erigiendo la figura de Don Sebastián de Belalcázar en la plazuela de
San Francisco, donde el escultor Victorio Macho la diseñó.
En
estas noches de frío invernal, continuaré retrotrayendo con la nostalgia de un
pasado glorioso. En mis escritos trato de transmitir mis sentimientos cuando leo
historias, leyendas, costumbres y lugares del pasado de Popayán. Escribiré con
frio en el alma sobre los rincones más emblemáticos, calles, plazas, parques.
Contaré sobre los lugares abandonados y suspendidos en el tiempo entre el
encanto de una época ilustre y los problemas del presente.
Lo haré, contra toda la indiferencia de quienes la han
gobernado, porque los lugares abandonados nunca mueren.
Civilidad: Alguien con dominio
armonioso, algún día, tomará la decisión de producir algo que recuerde el maravilloso
pasado de Popayán visto con los ojos del presente.
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