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sábado, 8 de febrero de 2020

Corona para pagar deudas







Harta tinta seguirá corriendo debajo del puente del “Humilladero”, sobre la siguiente historia real. Permítanme retroceder un poco.
Había en Popayán una hermosísima corona de incalculable valor que lucía en sus sienes la Santísima Virgen de la Inmaculada Concepción. Lástima, porque ya no podemos hacer alarde de semejante tesoro. Como por arte de magia, en un cubilete,  se alzaron el botín de Popayán y de Colombia, hace más de sesenta años, apareciendo en Nueva York.

En ese repudiable y lamentable affaire, sin duda, el arzobispo de aquel entonces, su señoría ilustrísima Maximiliano Crespo, sabía del decreto del primero de junio de 1934, que imponía la obligación de vigilar con el mayor cuidado los bienes de la Iglesia que se hallaban en poder de particulares. Sin embargo, el desprendido prelado como autoridad eclesiástica permitía que los bienes de ciertas cofradías permanecieran al cuidado de familias “piadosas” que custodiaban en casas particulares. Es posible que su laxitud diera origen a que muchos de esos bienes se perdieran, porque los tenedores, desde luego, de “buena fe”, se consideraban amos y dueños de semejantes tesoros. La desaparición de tal fortuna, ha dado mucho de qué hablar. En murmullos callejeros  se dice que sobre el jactancioso pellejo de los notables payaneses nunca obró la justicia terrenal, pero  si las maldiciones que  recayeron sobre las familias supuestamente implicadas.
Por esas calendas el rico y generoso patrimonio eclesiástico, representaba un desmesurado crecimiento de bienes, entre otros: joyas, elementos litúrgicos, en efectivo y en bienes inmuebles. El manejo prolongado de mayordomía, no solo era un germen de desorden, sino de corrupción rampante. ¿Por cuantas cofradías y manos de beneméritos e ilustres mayordomos, debieron pasar semejantes tesoros, sin entrega mediante inventarios?

La historia narra que desde finales del siglo XVI la Cofradía, era sostenida con rentas propias que los devotos a través de testamentos dejaban jugosas donaciones para el culto de la Inmaculada, dirigida por un mayordomo, hoy denominado síndico, designado por el Obispo, por lo general, de por vida. Desde el inicio de las procesiones en Popayán en 1588, se empezaron a guardar como si fueran los propietarios de tan hermosísimas alhajas en los hogares de los mayordomos, al igual que en la generalidad de las congregaciones religiosas. Ya, en el año 1605, es decir hace tres siglos, la matrona Catalina de Oñate, hacía referencia a "la santa imagen de la Virgen de la Concepción, con su riquísima corona" como patrimonio de la Cofradía. Confirma tal aseveración, sobre la generosidad del Popayán que se nos fue, los vestigios de las preciosas joyas que aún quedan, engalanado los cincuenta o más pasos de la Semana Santa.

No se conoce, el nombre de los orfebres que con manos prodigiosas  fabricaron tan bellísimo ornamento religioso para pagar deudas a la Virgen. Solo se sabe de buena tinta, que recogieron el oro en toda la provincia, incluida la costa Pacífica, para construir esa joya que representa el globo terráqueo rematado con una cruz.
La Corona de la Virgen de la Inmaculada Concepción, ahora conocida como “La Corona de los Andes”, se elaboró con dos kilos y medio de oro y 443 esmeraldas colombianas, que sumadas rondan los 1.500 quilates. Fabricada con el único propósito de  adornar la imagen de la Virgen de la Inmaculada Concepción durante las procesiones y fiestas religiosas en Popayán.
Hasta la fecha, no existe explicación legal, sobre cómo, el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, en diciembre de 2015, la adquirió. “Hoy es una de las piezas más importantes de su creciente colección de arte colonial latinoamericano”. “Es una de las piezas de orfebrería más importantes que quedan de la época colonial en América Latina.
Quien iba a pensar, en lo grave y lo paródico; lo bobo y lo serio; lo pagano y lo cristiano. Jamás se imaginaron, quienes la construyeron que, se originaría tremendo escándalo, que habría de polarizar a la advertida opinión pública, pero sin resultados para esclarecer y recuperar tan preciado adorno religioso que de monetizarse alcanzaría para pagar todas las deudas del municipio de Popayán y sobraría.   


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