Harta tinta seguirá corriendo debajo del puente del “Humilladero”, sobre la siguiente historia real. Permítanme retroceder un poco.
Había en Popayán una hermosísima corona de
incalculable valor que lucía en sus sienes la Santísima Virgen de la Inmaculada
Concepción. Lástima, porque ya no podemos hacer alarde de semejante tesoro. Como
por arte de magia, en un cubilete, se alzaron
el botín de Popayán y de Colombia, hace más de sesenta años, apareciendo en Nueva
York.
En ese repudiable y lamentable affaire, sin duda, el
arzobispo de aquel entonces, su señoría ilustrísima Maximiliano Crespo, sabía del
decreto del primero de junio de 1934, que imponía la obligación de vigilar con
el mayor cuidado los bienes de la Iglesia que se hallaban en poder de
particulares. Sin embargo, el desprendido prelado como autoridad eclesiástica permitía
que los bienes de ciertas cofradías permanecieran al cuidado de familias “piadosas”
que custodiaban en casas particulares. Es posible que su laxitud diera origen a
que muchos de esos bienes se perdieran, porque los tenedores, desde luego, de “buena
fe”, se consideraban amos y dueños de semejantes tesoros. La desaparición de tal
fortuna, ha dado mucho de qué hablar. En murmullos callejeros se dice que sobre el jactancioso pellejo de
los notables payaneses nunca obró la justicia terrenal, pero si las maldiciones que recayeron sobre las familias supuestamente implicadas.
Por esas calendas el rico y generoso patrimonio
eclesiástico, representaba un desmesurado crecimiento de bienes, entre otros:
joyas, elementos litúrgicos, en efectivo y en bienes inmuebles. El manejo prolongado
de mayordomía, no solo era un germen de desorden, sino de corrupción rampante.
¿Por cuantas cofradías y manos de beneméritos e ilustres mayordomos, debieron
pasar semejantes tesoros, sin entrega mediante inventarios?
La historia narra que desde finales del siglo XVI la
Cofradía, era sostenida con rentas propias que los devotos a través de
testamentos dejaban jugosas donaciones para el culto de la Inmaculada, dirigida
por un mayordomo, hoy denominado síndico, designado por el Obispo, por lo
general, de por vida. Desde el inicio de las procesiones en Popayán en 1588, se
empezaron a guardar como si fueran los propietarios de tan hermosísimas alhajas
en los hogares de los mayordomos, al igual que en la generalidad de las
congregaciones religiosas. Ya, en el año 1605, es decir hace tres siglos, la
matrona Catalina de Oñate, hacía referencia a "la santa imagen de la
Virgen de la Concepción, con su riquísima corona" como patrimonio de la
Cofradía. Confirma tal aseveración, sobre la generosidad del Popayán que se nos
fue, los vestigios de las preciosas joyas que aún quedan, engalanado los cincuenta
o más pasos de la Semana Santa.
No se conoce, el nombre de los orfebres que con
manos prodigiosas fabricaron tan bellísimo
ornamento religioso para pagar deudas a la Virgen. Solo se sabe de buena tinta,
que recogieron el oro en toda la provincia, incluida la costa Pacífica, para
construir esa joya que representa el globo terráqueo rematado
con una cruz.
La Corona de la
Virgen de la Inmaculada Concepción, ahora conocida como “La Corona de los
Andes”, se elaboró con dos kilos y medio de oro y 443 esmeraldas colombianas,
que sumadas rondan los 1.500 quilates. Fabricada con el único propósito de adornar la imagen de la Virgen de la
Inmaculada Concepción durante las procesiones y fiestas religiosas en Popayán.
Hasta la fecha,
no existe explicación legal, sobre cómo, el Museo Metropolitano de Arte de
Nueva York, en diciembre de 2015, la adquirió. “Hoy es una de las piezas más
importantes de su creciente colección de arte colonial latinoamericano”. “Es una de las piezas de orfebrería más importantes
que quedan de la época colonial en América Latina.
Quien
iba a pensar, en lo grave y lo paródico; lo bobo y lo serio; lo pagano y lo
cristiano. Jamás se imaginaron, quienes la construyeron que, se originaría tremendo escándalo,
que habría de polarizar a la advertida opinión pública, pero sin resultados
para esclarecer y recuperar tan preciado adorno religioso que de monetizarse
alcanzaría para pagar todas las deudas del municipio de Popayán y sobraría.
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