Desde cuando tenemos uso de razón se nos
enseña a hablar, leer y escribir para expresar lo que pensamos en forma
comprensible para los demás. Hace varios siglos, escribir y leer eran
actividades profesionales. Quienes aprendían el oficio de las letras, a ellas se
consagraban por el resto de sus días. El problema de la alfabetización comenzó
cuando se decidió que escribir no era un don sino una obligación y que leer no
era marca de sabiduría sino marca de ciudadanía. Muchas cosas debieron pasar entre
una época y otra. Múltiples evoluciones sufrieron los primeros textos de
arcilla o de papiro hasta convertirse en libros reproducibles, transportables,
fácilmente consultables, escritos en las lenguas derivadas del latín. Así, los lectores se multiplicaron, los textos
escritos se diversificaron, apareciendo nuevos modos de leer y nuevos modos de
escribir. Hasta hoy, cuando leer y escribir, es una política social del Estado.
En todo caso: niños, adultos,
hombres, mujeres, los sin empleo, los inmigrantes, los jubilados, etc., y
cualesquiera que sean los propósitos con que lo hagan para aprender, para
informarse, para entretenerse, o para encontrarle otro sentido a la vida. Sobre esto, el escritor
portugués, Fidelino de Figueredo, afirma: “La
vida, la palabra y el pensamiento son inseparables; pensar y saber es querer
decir y poder decir, porque lo que el hombre siente y piensa lo incorpora al
mundo de las palabras. El juicio, pieza nuclear del pensamiento lógico, sólo
existe en el cerebro del hombre por su traducción en frase”.
En cada época y circunstancia histórica se ha
dado nuevos sentidos a los verbos: leer y escribir que, cumplen el fin del
lenguaje. Entonces, para escribir solo
hay que tener algo que decir y, saber cómo contarlo. Con voluntad y el deseo de
leer se pueden hilvanar palabras. Lo importante para el escritor no es solo
tener algo que decir, sino que lo que escriba, sea de interés para los
lectores.
El uso del lenguaje es un fenómeno
complejo porque, si no es fácil hablar, menos
lo es escribir con corrección. Todos en la vida hemos tenido, alguna vez, el
problema para descifrar algo escrito por quien ignora lo más elemental del arte
de escribir, por lo que, puede decirse que el escritor no vale por lo que
escribe sino por lo que ha leído. En muchas ocasiones, hasta el pensamiento más
sencillo, se malinterpreta. Por eso, todo lo que se escriba o se
diga debe ser coherente para evitar que lo saquen de contexto, aunque siempre se
dice que, “errar es de humanos”. Por eso, los editores de todos los periódicos incluyen una sección ocasional denominada:
"fe de erratas", para reponer errores y calamidades cometidas por sus
periodistas.
Entonces, para expresar el pensamiento en
forma escrita es imprescindible hacerlo con corrección y estilo propio. Pero,
además, a la escritura debe añadírsele precisión, elegancia, claridad y armonía
por respeto a los lectores. Hay quienes dicen que escribir es un don del cielo,
pero la imaginación no se aprende. Se aprende, emborronando muchas cuartillas,
tachonando y corrigiendo para adquirir la habilidad de escribir. Para mí, escribir públicamente, es hacer un viaje a la verdad, en travesía por el
reino de la fantasía y la mentira.
Los que venimos de un pasado
mejor en literatura, arte, música…, ahora vamos hacia un futuro complejo, seducidos
por el Internet. Sin embargo, ese avance tecnológico no puede ser el prematuro
funeral del libro, que conserva la magia, la textura y el olor, con el que
hemos convivido durante siglos.
Es que, el solo hecho de abrir un
libro, permite percibir su seductor olor a nuevo; papel nuevo con letras por aprender. Cuando
iniciamos la lectura, empezamos a descubrir dicho misterio, descifrando cada
palabra, cada frase, sin que ninguna sobre ni falte.
Y mejor aún, al concentrarnos, sentimos que libro y lector es uno solo.
Por eso, quienes prefieren la televisión o la Internet, se equivocan pensando que
el libro desaparecerá, porque no saben el sortilegio que se esconde tras sus hojas. Las páginas del libro elaboradas con bastante
esfuerzo y dedicación son pura magia. Es un secreto que nos hechiza, como si escaláramos
un edificio para llegar al último capítulo, la última palabra, la última
sílaba.
Proverbio árabe: Los libros, los caminos y los días, le dan al hombre sabiduría.
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