Con el Poeta Mario de Andrade, repito: “He contado mis
años y descubrí que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el
que viví hasta ahora”.
Con los años a que ha llegado, comencé a fijarme en
las cosas positivas como el calor del hogar, el estar más tiempo en casa, las
conversaciones con el sabor de un café recién hecho. Así se me pasó el otoño
sin darme cuenta, ahora vivo feliz esta nueva etapa de la vida. Mi actitud
positiva le ha añadido años de vida para lograr conquistar la edad madura. Queda
faltando la última etapa. Y, aunque suene a falsedad, pero entre más se acerca
la hora, más feliz me siento. En nuestra cultura occidental reina la
incapacidad para aceptar la muerte como parte natural de la vida. De allí, que
para quienes la muerte acecha, piensan principalmente en la tristeza y el terror, pero
resulta que morir es menos triste y aterrador -y más feliz- de lo que la gente cree. Aunque yo no haya muerto todavía, la puerta está abierta. Me
alegro de la lluvia, me alegro del viento y, me rio del fantasma de la muerte.
Me niego a creer que haya llegado a la edad provecta,
por eso, ya no cumplo años, sino que festejo los que me faltan. Vivo contento.
No me estreso y, no tengo las preocupaciones como cuanto tenía 20 años. A mis
años, me resbalan las expectativas, o las metas y, eso produce tranquilidad. Para algunos de mis coetáneos amigos, la vejez es sinónimo de dolores:
artritis, arrugas, pérdida de vitalidad y memoria, pues la naturaleza es sabia
al producir cambios psicológicos.
Con los golpes que da la vida, se aprende a manejar
las emociones. En cortas palabras, la vejez concede sabiduría. Las largas
calendas, nos trae la experticia para manejar las emociones negativas. La clave
es no caer en el equívoco de que lo peor está por llegar. El tiempo tiene su
manera espacial para tomarnos desprevenidos al paso de los años.
En efecto, la juventud se vive con mucha ansiedad.
Ahora, ya no tenemos zafarranchos en discotecas y bailes. Ahora las
rebambarambas son en la Nueva EPS, en las clínicas u hospitales. Las conversaciones
con mujeres para encuentros furtivos, ahora son solo para recordar. A todas
éstas… “que se hizo aquella”. Las charlas ahora son sobre “cómo poner el
aguijón de avispa” para combatir los achaques de espalda, reumáticos, reflujos,
y el alzhéimer, preguntando: “Cómo se llama la pastillita para…” Pero, en tiempos
que se fueron, decíamos: ¿qué estas tomando? ¿Cerveza, aguardiente, ron o
whisky? Ahora respondemos: estamos tomando… medicamentos para la próstata, el
lumbago, la presión arterial, el colon. Y el alcohol ahora es… frotadito.
No necesito decir cuántos años tengo, ni me los quito
tampoco. Pues, mi pelo blanco me delata. Pero, aún puedo reír a carcajada
limpia, aunque algunas veces no alcance a escuchar lo que dicen de mí. Tengo
los suficientes años para decir las cosas que ya no me agradan como: la congestión
vial, el indebido uso del “Parque de Carpas” y el mal trato que le dan a mi
querida ciudad; los ruidos que hoy llaman “música”. Tampoco me gustan las
mentiras políticas que ensombrecen a mi país, ni otras tantas que ya ni
recuerdo.
Lo que no se borra de mi mente, recuerdo y añoro, son
los anticuados y buenos modales; el respeto por los símbolos nacionales y, el auténtico
sentimiento patriótico. Tengo retentiva por
el buen lenguaje, dedicación por la literatura, respeto por la esencia de la
escritura. Y, antes de dejar escapar pensamientos cuido la imagen con buena
ortografía. Pero eso sí, las sanas ambiciones y el buen gusto de mi juventud
todavía existen en mí. En la juventud aprendí, pero en la edad dorada comprendo.
Termino diciendo que el corazón no envejece. Que deseo
seguir viviendo al lado de gente humana, muy humana. Que sepa reír de sus
errores. Mi propósito es llegar hasta la última etapa complemente satisfecho
como hasta ahora. Aspiro a llegar en paz con mi familia y con mi conciencia.
Siempre he tratado de ser un buen señor, pero en adelante pretendo ser mucho
mejor.
Civilidad: Longevidad
y felicidad van de la mano.
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