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viernes, 6 de diciembre de 2019

A quienes me leen aquí y en el extranjero


En un pedazo de naturaleza del jardín de mi casa sembré un carbonero simbolizando el amor por mi hogar y la adoración por mi pueblo. Allí con la fe del carbonero veo crecer mi progenie. En este ambiente natural, me siento libre con los paisajes de mi amada Popayán. Escribo lo que pienso y lo que siento. Escribir, ejerce en mí, poderes terapéuticos, ofreciéndome una amplitud, pues jamás he conocido otra geografía más hermosa que mi querida Popayán, ciudad ideal, ciudad histórica y añosa. Escribiendo aprendo a conjurar el dolor que trae la existencia, gracias a personajes que llevan muchas jiras de mi piel y bastantes emociones de mi alma, que consiguen liberarme de las ataduras y convenciones a que el mundo nos convoca desde la primera infancia.

En este momento siento miedo de ser pretencioso al escribir que Popayán es la mejor ciudad del mundo, cuando quienes, desde ciudades europeas, familiares, amigos y personajes que me leen, me enseñan lo que es el mundo. La cuestión es que escribo para los 548 lectores en Colombia y los 503 leyentes del exterior;   leedores asiduos de mí página web, http://elviejofarol.blogspot.com/ la que frecuentemente actualizo para ellos, con todo mi afecto y respeto.

Conmovido, escribo para mi hija Adriana Cristina, quien un día apretujó su vida en una maleta para mudarse a otro país. Tomó la decisión de viajar  para convertir su vida en un mejor porvenir, explorando las bondades y la cultura europea, (pongan aquí cualquier otro destino exótico o primermundista) pero que, seguramente en cuanto tenga la oportunidad de regresar a su lugar nativo, al “Pueblito viejo”, lo hará. Conozco tiernas historias de quienes al lograr “cruzar el charco”, tan pronto pisan otras fronteras, no hallan la hora de retornar a la incomparable Colombia.

Así que, admiro a quienes lejos de aquí, se enfrentan a nuevos retos, descubren nuevas facetas que desconocían antes de partir. Se sorprenden y se  dejan sorprender por el mundo. Aprenden  y amplían sus perspectivas. Desaprenden y, a base de golpes y unas cuantas lecciones, crecen en humildad. Evolucionan. Añoran…y crean recuerdos todos los días. Se fueron motivados, en busca de un futuro para sus hijos. “Tengo que hacerlo”, repitieron una y otra vez, hasta que decidieron salir de Colombia por la carencia de oportunidades y ante las perspectivas que ofrecen al otro lado de las fronteras. Necesitaron salir en busca de trabajo y de un lugar donde vivir con dignidad. Salieron en busca del maná particular, que unos logran y otros no. Entre la ilusión por la búsqueda de otros sitios laborales, entre bajones anímicos que no esperaban, cualquier día encuentran ángeles protectores en tierra extraña que los anima y acompaña. Piensan con nostalgia, pero trabajan con alegría y entusiasmo en medio de cordiales familias y de ciudades de acogida a las que antes tanto querían ir. Pero, siempre estarán echando de menos a la que es su verdadera casa, por la que nunca llegaron a sentir como tal.  Hoy, valoran la “Ciudad Blanca”, sintiendo apego por el lugar en que ahora viven.

Escribo para los que una vez se fueron y que ahora no encuentran el momento de regresar porque evocan el ambiente festivo de nuestra cultura. Extrañan la familia, los hijos, el hogar dulce hogar, el hotel mama. Recuerdan la comida casera hecho en leña: la bandeja paisa, el ajiaco, el sancocho de gallina, las sopas de carantanta, de envueltos…, las frutas exóticas: el chontaduro, la pitaya, el zapote…, y hasta   su propio idioma. Ni que decir del clima extremo que los azota porque salir del calor tropical a temperaturas bajo cero no es fácil adaptarse. Repasan en su cultura única, el calor humano, la celebración de la Navidad, el día de las velitas, la Semana Santa, el día de la madre, del padre, cumpleaños sin que falte el “guaro”.

Escribo para mi hija ausente y, para los que, como ella, partieron un día del pueblito viejo. Para quienes los toca la ansiedad del retorno eterno. Para quienes, como Ulises en la Odisea del libro de Homero, tuvo que vivir apenado por retornar a su país y su casa, en medio de peligros y adversidades para lograrlo. Para los que, vibran de emoción al escuchar las notas del himno de Colombia dejando escapar sus lágrimas. Para los que con nostalgia entonan el bambuco que dice: “Pueblito de mis cuitas, de casas pequeñitas, por tus calles tranquilas corrió mi juventud…Hoy que vengo a tus lares, trayendo mis cantares y con el alma enferma de tanto padecer. Quiero pueblito viejo morirme aquí en tu suelo, bajo la luz del cielo que un día me vio nacer”.

Civilidad: La vida para mí tampoco ha sido fácil. Ahora estoy bien, porque siempre luché para alcanzar mis sueños.



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