En un pedazo de naturaleza del jardín de mi casa sembré un carbonero simbolizando
el amor por mi hogar y la adoración por mi pueblo. Allí con la fe del carbonero
veo crecer mi progenie. En este ambiente natural, me
siento libre con los paisajes de mi amada Popayán. Escribo lo que pienso y lo
que siento. Escribir, ejerce en mí, poderes
terapéuticos, ofreciéndome una amplitud, pues jamás he conocido otra geografía
más hermosa que mi querida Popayán, ciudad ideal, ciudad histórica y añosa. Escribiendo
aprendo a conjurar el dolor que trae la existencia, gracias a personajes que
llevan muchas jiras de mi piel y bastantes emociones de mi alma, que consiguen liberarme
de las ataduras y convenciones a que el mundo nos convoca desde la primera
infancia.
En este momento siento miedo de ser pretencioso al escribir que
Popayán es la mejor ciudad del mundo, cuando quienes, desde ciudades europeas,
familiares, amigos y personajes que me leen, me enseñan lo que es el mundo. La
cuestión es que escribo para los 548 lectores en Colombia y los 503 leyentes del
exterior; leedores asiduos de mí página
web, http://elviejofarol.blogspot.com/ la que
frecuentemente actualizo para ellos, con todo mi afecto y respeto.
Conmovido,
escribo para mi hija Adriana Cristina, quien un día apretujó su vida en una
maleta para mudarse a otro país. Tomó la decisión de viajar para convertir su vida en un mejor porvenir, explorando
las bondades y la cultura europea, (pongan aquí cualquier otro
destino exótico o primermundista) pero que, seguramente en cuanto tenga la
oportunidad de regresar a su lugar nativo, al “Pueblito viejo”, lo hará. Conozco
tiernas historias de quienes al lograr “cruzar el charco”, tan pronto pisan
otras fronteras, no hallan la hora de retornar a la incomparable Colombia.
Así que, admiro a quienes lejos de aquí, se enfrentan a nuevos
retos, descubren nuevas facetas que desconocían antes de partir. Se sorprenden y se dejan
sorprender por el mundo. Aprenden y
amplían sus perspectivas. Desaprenden y, a base de golpes y unas cuantas
lecciones, crecen en humildad. Evolucionan. Añoran…y crean recuerdos todos los
días. Se fueron motivados, en busca de un futuro para sus hijos.
“Tengo que hacerlo”, repitieron una y otra vez, hasta que decidieron salir de
Colombia por la carencia de oportunidades y ante las perspectivas que ofrecen al
otro lado de las fronteras. Necesitaron salir en busca de trabajo y de un lugar
donde vivir con dignidad. Salieron en busca del maná particular, que unos
logran y otros no. Entre la ilusión por la búsqueda de otros sitios
laborales, entre bajones anímicos que no esperaban, cualquier día encuentran
ángeles protectores en tierra extraña que los anima y acompaña. Piensan con
nostalgia, pero trabajan con alegría y entusiasmo en medio de cordiales
familias y de ciudades de acogida a las que antes tanto querían ir. Pero,
siempre estarán echando de menos a la que es su verdadera casa, por la que
nunca llegaron a sentir como tal. Hoy, valoran
la “Ciudad Blanca”, sintiendo apego por el lugar en que ahora viven.
Escribo para los que una vez se fueron y que ahora no encuentran
el momento de regresar porque evocan el ambiente festivo de nuestra cultura.
Extrañan la familia, los hijos, el hogar dulce hogar, el hotel mama. Recuerdan la
comida casera hecho en leña: la bandeja paisa, el ajiaco, el sancocho de
gallina, las sopas de carantanta, de envueltos…, las frutas exóticas: el
chontaduro, la pitaya, el zapote…, y hasta su
propio idioma. Ni que decir del clima extremo que los azota porque salir del
calor tropical a temperaturas bajo cero no es fácil adaptarse. Repasan en su
cultura única, el calor humano, la celebración de la Navidad, el día de las
velitas, la Semana Santa, el día de la madre, del padre, cumpleaños sin que
falte el “guaro”.
Escribo para mi hija ausente y, para los que, como ella,
partieron un día del pueblito viejo. Para quienes los toca la ansiedad del
retorno eterno. Para quienes, como Ulises en la Odisea del libro de Homero,
tuvo que vivir apenado por retornar a su país y su casa, en medio de peligros y
adversidades para lograrlo. Para los que, vibran de emoción al escuchar las
notas del himno de Colombia dejando escapar sus lágrimas. Para los que con nostalgia
entonan el bambuco que dice: “Pueblito de
mis cuitas, de casas pequeñitas, por tus calles tranquilas corrió mi
juventud…Hoy que vengo a tus lares, trayendo mis cantares y con el alma
enferma de tanto padecer. Quiero pueblito viejo morirme aquí en tu suelo,
bajo la luz del cielo que un día me vio nacer”.
Civilidad: La vida para mí tampoco ha sido fácil.
Ahora estoy bien, porque siempre luché para alcanzar mis sueños.
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