La historia de Popayán se
partió en dos a partir de 1983 cuando renació de sus propios escombros convirtiéndose
en ciudad coloniense. Según la mitología griega, el
Ave Fénix, se desvanece para renacer con toda su gloria. Desde entonces,
sin importar de qué raza o cultura sea, la ciudad lo acepta como uno más. Esa
es la razón, de porqué las tradiciones y costumbres perdieron fuerza con el
paso del tiempo. La gente cambió sus opiniones, su modo de entender la ciudad y
el sentido de su vida como resultado de nuevas experiencias y conocimientos de
la sociedad, en la necesidad de adaptarse y por la influencia de otros grupos
sociales con los que a diario establece contacto.
En tal sentido, es muy
importante recordar nuestro pasado, para ejercer un correcto control social y las
rutas de la ciudad en su conjunto. Es necesario
también, discutir sin acalorarnos con qué criterios aceptamos o rechazamos las
costumbres y tradiciones de otros pueblos. Hay que acercarse a esta
realidad, manteniendo ciudadanos informados, críticos, pensantes, que
reflexionen sobre la situación actual que nos ha llevado a estar en el punto en
que nos encontramos, para en conjunto, cambiar nuestra actitud a fin de no cometer
los mismos errores.
Ahora situémonos en el proceso democratizador de la Constitución Nacional vigente hace 30 años. Preguntemos por las
cualidades para administrar en la elección popular. ¿Era mejor la designación
de mandatarios por decreto presidencial o por decisión popular? Y lo que se
torna urgente preguntar: ¿cuántas trabas surgen de hecho y de derecho en medio
de este ambiente leguleyesco en que vivimos?
Se promovieron nuevas
formas de hacer política con el
constante interés
por acceder a las dignidades públicas. Sin embargo, frente a la participación
en la decisión electoral, resulta todavía bastante limitada la representación
de la mujer, como muestra de una política más incluyente y menos
discriminatoria.
Estamos
pasando por una
crisis multidimensional que traspasa las fronteras de lo económico y lo
político. Hay una aguda descomposición social a causa del enriquecimiento fácil.
Nos agobian: la polarización a causa de las fuerzas en conflicto y la extensión
de los enfrentamientos armados quedando en medio las comunidades, resultando
afectadas por un accionar armado atomizado. Se generalizó la “ guerra sucia”. Se
multiplicaron las formas de violencia que se entrecruzan sórdidamente, incluyendo
la guerra en las calles, en las redes sociales, la delincuencia común, hasta la
guerra generada por el narcotráfico. La crisis en la justicia, la pérdida de
credibilidad en las principales instituciones, -particularmente en el Congreso-
la ausencia de liderazgo político y la pérdida
ideológica de los partidos menoscaban nuestra frágil democracia. Todos estos fenómenos
en conjunto, deben analizarse con cabeza fría, después de haber configurado el
mapa del poder local y regional.
En poco tiempo estaremos en elecciones
parlamentarias. Sin embargo, el acontecer
político no ha colmado las expectativas del bienestar de los ciudadanos, porque
la ocupación de una curul en el congreso, no se ha
entendido como la oportunidad de construir. Y en ese sentido, la única forma de poder que debería obsesionar
a los políticos, es la de poder hacer. Por eso, los
partidos tradicionales, entraron crisis, perdieron poder; ya no son capaces de
imponer candidatos con chance real de triunfo. El viejo sistema de castas políticas
dominantes enfrenta dificultades para conservar
su monopolio del poder con la llegada de uno nuevo, marcado por
liderazgos personales en medio de una ola de indignación o polarización.
No hay
duda, tanto en la política, como en muchas otras actividades humanas, se
requiere la renovación de ideas. En este punto no hay que enfocarse hacia el
descrédito del ejercicio de los funcionarios públicos y políticos, evitando
caer en lugares comunes asociándolos con la corrupción porque no todos son
pecadores. Pero eso sí, la comunidad debe contar con la madurez suficiente para
llamar desde las urnas al retiro de sus representantes.
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