Mis escritos de evocación, para
recontar que hubo en Popayán una época que muchos ignoran. Su historia en mi
estilo, como un aporte a la solución para no alejarnos de la realidad, manteniendo
ciudadanos informados, críticos, pensantes que reflexionen sobre la situación
actual que nos ha llevado a estar en el punto en que nos encontramos.
Fue el Maestro Guillermo Valencia
quien bautizó como ‘la nariz de Popayán’, a la dominante Torre del Reloj,
erguida en la esquina del Parque Caldas. Construida durante nueve años
(1673-1682) con 90.000 ladrillos que conforman su estructura. Habían pasado de
55 años de su edificación, (1737) cuando colocaron el reloj de fabricación
inglesa accionado por dos pesas de plomo que, durante la independencia de
Colombia, en 1814 Antonio Nariño reemplazó por dos moles de piedra con el fin
de utilizar el metal para fabricar municiones.
La mayoría de la gente desconoce la
tradición de este campanario que es un ícono, referente que nos otorga sentido
de pertenencia con Popayán. La arquitectura de la ciudad con el paso de los años, ha sufrido grandes
variaciones en sus materiales y en su estética, adaptándose al tiempo y civilización
“moderna”. Los símbolos de la ciudad, tienen valores para la comunidad, que definen
la idea de pertenecer al lugar y distinguirnos de él. Mi deseo, entonces, porque
la historia tenga un significado para los niños, jóvenes y adultos, como una
herramienta para comprender mejor el presente de un pasado y aprender a
intervenir en el futuro de un presente.
Antiguamente, el tañer de las campanas, era el reloj de mano de nuestros
abuelos; por el toque sabían en qué hora vivían. Las campanas eran el
sistema de alarma cuando había un peligro. Las campanas eran el despertador y
su toque ponía fin al día. También, para reunir a los vecinos y para anunciar
las fiestas, es decir, todo un sistema
de comunicación a distancia sin cables.
Los habitantes y transeúntes de la ciudad no han
caído en cuenta, o no aprendieron a leer el reloj de un solo puntero de la
torre, seguramente porque ya no enseñan los números romanos en la escuela o el
colegio. Hace ya muchos años, hice una pregunta a
mi profesor a la que le dio cierta importancia, revelando que los números
romanos del reloj de la Torre, no estaban mal, que no era un error del
constructor del reloj.
El
sistema de numeración romano, se basa en el método aditivo. Es decir, I más I
eran II, V más I eran VI, y II más II eran IIII. Con el paso del tiempo,
decidieron usar el método sustractivo, o sea, al número anterior se resta su
cantidad al siguiente. Así que, en lugar de escribir 4 como la suma de 2 más 2
(IIII), se escribe como la resta de 5 menos 1 igual (IV). Sobre esto, hay
muchísimas historias. La más creíble es la que cuenta que, en el año 1370, el
relojero Henry de Vick recibió el encargo del rey para construir un reloj que
se colocaría en la torre del Palacio Real de Francia -conocido como La Conciergerie o el Palais de la Cité-.
El rey Carlos V de Francia recriminó al artesano por haber representado el 4
como IV y no como se escribía III en aquel tiempo. El relojero le señaló que
era así como se escribía, pero Carlos V respondió irritado: “El Rey nunca se
equivoca”, por algo era apodado El
sabio. Por esa orden perentoria, el reloj fabricado por de
Vick continúa colocado allí con el uso del número IIII.
La
otra versión relata que, un relojero suizo confeccionó el reloj encargado por
su soberano, cometiendo la equivocación de representar el número 4 como IIII y
no IV, por lo que el rey mandó ejecutar al artesano y, como protesta por tal
hecho, y como homenaje, todos los colegas de profesión del relojero decidieron
utilizar el IIII en vez de IV.
Pero
la explicación más convincente sobre la preferencia del IIII, en vez del IV en
los relojes de numeración romana, es la que apunta a razones estéticas de simetría,
pues el IIII, armoniza con el VIII, aunque, el Big Ben de Londres lleva el IV.
En Popayán, mantenemos la cultura
tradicional sobre la percepción del tiempo, la cual presenta una dimensión
subjetiva distinta de aquellas en las cuales la modernidad ha entrado
arrolladoramente bajo los embates del consumismo. ¡En Popayán el tiempo pasa,
pero no corre! Este fenómeno está simbolizado en la Torre del reloj, una mole
de ladrillo convertida en el punto de referencia físico del acontecer payanés,
una metáfora de lo perenne e inamovible donde la aguja marca cuando quiere,
despaciosa y evocadoramente el ritmo de un orden social en el que las
costumbres combinan lo nostálgico, lo utópico y lo moderno en la ciudad
perturbada.
Civilidad: En Popayán el tiempo fluye
hacia atrás
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