No creo en estirpes,
ni en razas superiores, y mucho menos, en tendencias. Soy defensor de la
igualdad. El cliché dice: “Somos seres humanos y como tal, tenemos los mismos
derechos”. Para decepción de muchos,
estoy cien por ciento de acuerdo. Sin embargo, cuando hablamos de deberes, a
muchos se les empieza a olvidar que todos somos iguales. Precisamente por eso,
en mi opinión (puede que en la de otro, sea lo contrario) clasifico a los habitantes,
concretamente, a los naturales de la otra Popayán en dos: Patojos y Payaneses.
Alguna vez leí, que ser patojo era lo más parecido a un título de nobleza que hubo en Colombia. Era un orgullo, era digno de pocos y envidia de muchos. Comparto este pensamiento, no tanto desde el punto de vista de tener sangre azul, sino más bien como algo digno de pocos. Partiendo del cliché arriba citado, se diría que, todos somos iguales y, por lo tanto, todos los naturales de Popayán, conocidos en el mundo entero como patojos, somos dignos de este título. Ahí no estoy de acuerdo. Pues, ya es cuestión de deber y de amor a Popayán. El título de patojo, no es un derecho y como tal, ya no todos somos iguales.
El patojo, –insisto,
para mí- es aquella persona que vive en Popayán, y no necesariamente es natural
de Popayán, pero que ama esta ciudad, que la respeta, que la conoce, que la
cuida, que se siente orgulloso de su historia y, de sus tradiciones. Es aquella
persona que se enorgullece e infla su pecho cuando dice: “Soy de Popayán “y,
cuando expresa “Amo a Popayán”. Cuando su amor por la ciudad trasciende las
palabras y se refleja en hechos, cuando participa activamente en la
construcción de ciudad. Es aquel que se indigna cuando se le dan peyorativos a
la ciudad con “grafitis”; aquel que se ofusca con el vandalismo. Patojo es
aquel que siente en sus venas esa sangre procera –repito, no necesariamente
azul- de dónde surgieron grandes pensadores y líderes del país. Es aquel al que
le duelen los destrozos que dejan las manifestaciones que violan el código de
ética aduciendo a la libertad de expresión. Es aquel que habla con orgullo de las
paredes blancas, de los atardeceres crepusculares, del sol de los venados, del
puente del humilladero… Es aquel que disfruta del pipián, el ají de maní, la
carantanta y el champús. Es aquel que piensa en Popayán y escucha su silencio
mudo.
En cambio, payanés, es ese ser que tuvo la fortuna de nacer en Popayán, y que, viviendo aquí, carga una cruz más pesada que la de El Cachorro. Es el criticón que no le duele la ciudad, que no le importa la devastación, al que la historia magna de la ciudad no le interesa. Es el que se vanagloria de vivir entre inmensas torres de concreto, el que se fue para no regresar jamás. Es el que siendo de Popayán, le da lo mismo serlo. Es aquel que ser payanés, es sólo un gentilicio.
Para mí, esa es la
diferencia, entre payanés y patojo. Para los demás, puede ser distinta; para
otros es la misma vaina. Yo, me enorgullezco de ser payanés -nacido aquí, donde
igual quiero morir-, pero sobre cualquier otra cosa, a mucho honor, soy patojo.
Civilidad: Todos somos iguales en nuestros
derechos, pero en nuestros deberes y obligaciones, todos debemos ser patojos.
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