Siempre escuchamos
esta frase en conversaciones coloquiales y la aplicamos justificando acciones
propias o ajenas de violencia física y verbal. Esto del indio es curioso, pues, todos
absolutamente todos, tenemos que ver con él. Pero, por ningún lado vemos
indios, ni siquiera en nuestro pasado histórico, dado que, nuestra
nacionalidad, como nos enseñaron, se hizo desplazando al indio desde hace 527
años (2019-1492)
Escribo para
indicar que en el mestizaje americano hay una parte de civilización y otra de
barbarie y, que lo positivo de nuestras actuaciones, viene de la cultura
occidental. En esa perspectiva, vale la pena desarrollar esta actitud crítica
sobre la expresión idiomática que revela discriminación y racismo, utilizadas
contra la convivencia ciudadana.
Historiadores
americanistas indican que hace 300 años ya existía la expresión también
discriminatoria: “hacer el indio”, pero en ese momento asumidas sin chistar las
humillaciones.
Aquí cabe recuperar
el aporte indígena en la composición del mestizaje de gran parte importante de
la población americana, reconociendo la valía de los pueblos indígenas que no
sólo son historia sino un aporte activo como el del alto de los Andes peruanos
de la ciudadela de Machu Picchu. Civilización azteca, que dominó
la región cultural, política y económicamente hasta el inicio de las guerras de
conquista, y que a pesar de los rigores de la colonización, mucho es el interés que despiertan hoy
en día, apreciando lo avanzada de su cultura en cuanto al manejo de los
materiales, la astronomía, el desarrollo de sistemas propios de medición y la
arquitectura. En Estados Unidos, el Presidente, Thomas Jefferson confiaba
que, asimilándolos, después de hacerlos abandonar sus medios de vida
tradicionales (cacería), los indios serían económicamente dependientes del
comercio y del poder económico de los americanos blancos, y que, de esta forma,
estarían dispuestos a renunciar a sus tierras ancestrales a cambio de bienes
materiales.
Contrariamente,
acá en el Cauca, se manifiestan con expresiones diferentes, aludiendo al
momento en el que dan rienda suelta a acciones guiadas por otros impulsos más
ocultos, -negociar con el gobierno o debilitarlo- desatadas cuando las presiones afloran a la superficie,
con actos violentos y de alto costo.
Ciertamente, todos llevamos un indio reprimido
en nuestro interior; pero se trata de una imputación injusta, derivada de un
claro etnocentrismo cultural, pues no todos los indios (entendido este
calificativo como aborígenes), presentan esa conducta, digamos salvaje.
Pero, el uso
cotidiano de “se me salió el indio”, no es para ensalzar el arrojo y la
valentía de ellos, sino para indicar que esa es una situación irreflexiva que asusta
al poner en alto riesgo a la mayoría de la comunidad caucana.
Transcurridos 527 años de civilización, no puede
haber indios ni blancos puros. Todos somos mestizos. Entonces, ese 20% de
habitantes rurales, no debe tener un pedazo de su humanidad afuera; en tanto que,
la mayoría de pobladores nos sometemos a la rígida estantería democrática, llamada
Estado Social de Derecho. Así lo exige el siglo XXI y ése es el sentido de la
civilización, de herencia francesa. Pero sale el indio. ¿Para qué? ¿Para
contrariar este siglo XXI? Para ofuscarnos o volvernos locos a todos, como vengándose
de la gente, destruyendo en vez de construir.
El desafío de la minga indígena,
va más allá de llegar a acuerdos sobre los cálculos matemáticos del número de
hectáreas por reclamar o conceder. En ese río revuelto de la protesta, desde la
clandestinidad hay intereses políticos en juego. No es por necesidades básicas
de salud, educación o vivienda insatisfechas. Sus reclamos pasan por capítulos
sin saldar la guerra y edificar la paz.
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