La gente que ama a Popayán está inclinada
a dibujar en su imaginación la idea de porvenir, con su plaza, sus árboles, sus
bancas y caserones, sus autoridades y sus habitantes. La gente que ama a la
ciudad piensa en sí misma, y piensa viviendo en la ciudad de sus sueños. Aunque
la realidad le pase luego la factura y rompa las paredes y llegue la lluvia del
invierno sin dejarla transitar para observarla en su belleza. Inevitable los vientos
de perfección, el anhelo de felicidad completa. Aquí se pone y se quita, se
borra y se pinta la ciudad con sus costumbres, sus fiestas, y sus tradiciones. Pero,
no a todos nos corre la idea de ciudad perfecta.
Seguimos anhelantes de un ideal, en
un conjunto de reglas para
observar, para comunicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y
palabras. Retornemos al pasado, del
carácter generalizado, recuperando la urbanidad y el civismo. Que suenen las trompetas y cornetas, en las calles cubiertas de azahares, geranios
y penitentes, con el calendario de las cofradías de nuestra Semana Santa. Payaneses
evocando al Maestro Valencia, al pintor Efraím Martínez. Otros brindando por este
suelo recalificado, concejales irrigando resultados buenos, hasta la felicidad de
constructores y conductores vehiculares. Unos más, enorgullecidos de
“Chancaca”, “Guineo”, “Zócalo”, y las modas, prefiriendo a la generación
capitaneada por la modernidad.
Admitamos que a los patojos raizales nos
falta ambición, pero nos sobra afán para llenar los templos y las calles de
nazarenos. La falta de ambición tiene
siempre que ver con los términos medios. En “Popaiam”, hay que aceptar que nos identificamos
con la parálisis. Términos medios con las
consecuencias de la realidad: los paros
cívicos no facturan e incívicos contra las fachadas de nuestra ciudad. A
trancas y trancones, aprendimos a convivir con resiliencia. El problema resulta
más grave cuando la falta de ambición se convierte en un manto de tristeza,
medianía insoportable, que paraliza la ciudad. Eso le ocurre a mi “Popaiam”
Buscando “un buen novio”, la bella
Popayán, se acercó al matrimonio con democracia. Votos matrimoniales, confundidos
con el amor a esta tierra. Aunque las
promesas no
sirven de nada, porque no dejan nada y, porque no tiene nada que ver con la
agenda del futuro. Lo valioso es la voluntad de servicio y la responsabilidad. Dejar atrás
los rencores para acariciar todo lo que brota en la ciudad. Popayanejos,
payaneses y patojos desde ya, prevenidos del defecto de la antipatía hacia la
linda ciudad. La
luna de miel ya pasó. Invitados a la fiesta de la democracia, eligieron el
reemplazo del alcalde Juan Carlos López Castrillón, quien nunca se enfadó por
las críticas. Cumplió bien, para otros no al no aterrizar su agenda en la forma
de los deseos de los críticos con razón o sin ella. Ahora, los críticos ven la música y oyen la pintura, porque los
compromisos en lo social no se vislumbran: disminución de
pobreza, generación de empleo y, mejores condiciones de vida. La ciudad ya
escogió. Ahora el impacto de la luz de la prosperidad debe cambiar sus propósitos.
La ciudad se expande bulímicamente y no parece conocer límite su despliegue
vertiginoso. Popayán está en el atolladero, vive una
economía hiriente. Paradojalmente, se extiende, por doquier hay comercio, se
nota que hay muchos recursos económicos, calles atestadas de motores de alta
gama lo demuestra. Estamos contentos viviendo en Popayán. Pero nos merecemos una ciudad un poco mejor que la que
tenemos. Que se
identifique con el progreso, con cambios: sociales, técnicos, económicos y
culturales. Pero, las obras públicas no se construyen con el poder milagroso de una
varita mágica. ¿Cómo podemos amarla si sobrevive en medio de tanta
indiferencia?
La
grandeza de Popayán, es cosa de siglos y reclama mucha determinación
generacional para que funcione. Entre todos, poco a poco, paso a paso, con
tenacidad y multitud de herramientas, ayudémosla.
Civilidad. La propuesta, es clara: no sólo podemos amar
nuestra ciudad, sino que podemos hacerle el amor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario