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sábado, 26 de agosto de 2023

Los ayeres en Popayán



 



Los indígenas sustentan que la palabra POPAYAN es derivada de algún dialecto autóctono americano (el "guambía") que al descomponerla significa, po: dos, pa: paja y yan: caserío, o sea, dos caseríos de paja. Continuando con esa tradición oral de la ciudad, el nombre puede provenir del Cacique Payán, jefe de la tribu indígena que habitaba el área alrededor del montículo, hoy conocido como cerro de la Eme o de las Tres Cruces cuando llegaron los conquistadores españoles. Según el historiador Arcesio Aragón, el origen de la palabra es Pampayán, se compone de dos vocablos quechuas: pampa, cuyo significado es, valle, sitio, paso; y yan, cuyo significado es río. Paso del río, ya que por aquí pasa el río Cauca.

Pero también, preexiste una frase que estuvo muy en boga durante los siglos XVIII y XIX, derivada de lo que escribió don Leopoldo Triana a principios del siglo XVIII, narrando que, “vino de España a tierras de América el doctor don Policarpo del Pando, Juez Privativo de tierras, amigable componedor y fiscal de los bienes de S.M., y visitó casi todas las dependencias americanas. Este visitador hizo constar en sus informes a la Corona, que los hijos de Popayán eran ilustres y abundantes; tanto así que había encontrado abogados, Obispos y Oidores popayanejos en Santo DomingoGuadalajaraMéxicoGuatemalaPanamáQuitoLimaLa SerenaConcepciónRosario de Santa FeBuenos Aires, etc., citando a cada uno por sus nombres. Y que este Visitador se manifestó tan sorprendido de la cultura de los hijos de Popayán, que en su informe rendido desde el Rosario de Santa Fe, y que reprodujo alguna vez La Prensa de Buenos Aires, diciendo: "En América, todo el mundo es Popayán", ponderando así el predominio intelectual de esta culta e histórica ciudad. Tanto es así, que esa célebre exclamación ha perdurado como un valioso homenaje a la “Ciudad Fecunda”.

No hay duda, Popayán es la segunda ciudad de Colombia, después de Bogotá, que ha dado el mayor número de presidentes de la República. Perdimos la cuenta hasta cuando eran 16 gobernantes nacidos en ella que le han merecido el título de “Ciudad Fecunda”. Es la ciudad con más títulos: “La Jerusalén de América, Ciudad Culta, Ciudad Señorial, Ciudad Fecunda, Ciudad Procera, Ciudad Universitaria, Ciudad Gastronómica de Colombia

Y como no mencionar que también hartísimos personajes han ocupado y siguen ocupando altos cargos del Estado, sin embargo, la ciudad sigue siendo una pobre viejecita sin nadita que comer. Pero, lo cierto es que, la riqueza no siempre conduce a la felicidad, pues lo que verdaderamente importa es lo que hay dentro del corazón. De la bella ciudad de Popayán puede escribirse con la amorosa deleitación con que los doctores hablan de la “ciudad eterna”.

Hoy, sigue igualmente conocida por el número de intelectuales, poetas y escritores que la dejaron “blanqueada”, de allí el reciente título que obedece a que durante la mayor parte del siglo XX los frentes de las casas y casi todos los edificios públicos estuvieron pintados de color blanco (cal viva) todo debido a un parásito llamado nigua que traía por el camino de la amargura a los habitantes de Popayán. Sin embargo, esta ciudad ilustre, en las décadas posteriores a 1980, el apelativo de “Ciudad Blanca” empezó a perder su uso, debido a los hallazgos de diversos estilos de pintura mural encontradas en varias fachadas del centro histórico, que quedaron al descubierto a raíz del terremoto de 1983. Pese a ello, en la mayoría de las construcciones coloniales impera todavía el color blanco. Algunos arquitectos restauradores decidieron recuperar colores porque en su opinión reflejan la cara más auténtica de la ciudad colonial original. Esta determinación causó en principio controversias entre algunos sectores de opinión, pero en los años posteriores la iniciativa ha alcanzado un mayor apoyo. He allí la razón para que algunas fachadas del casco antiguo de Popayán muestren hoy tenues tonos diversos tales como OcreAzul claro y Amarillo, entre otros.

Civilidad: Popayán de todos los colombianos, levántate como otrora época

 

sábado, 19 de agosto de 2023

Desde la Torre del Reloj

 


En el mundo y, en otras ciudades como en Popayán, nos preciarnos en alto grado, de poseer lo que algunos antropólogos denominan “cultura tradicional”. En esta fascinante ciudad tenemos la Torre del reloj sin cuerda, representando un espacio de tiempo en desconexión entre lo que pasa en realidad y lo que esperamos que ocurra. Allí el tiempo “pasa, pero no corre”. Esa mole de ladrillo es el referente físico del acontecer payanés, a la que el poeta Valencia llamó: “la nariz de Popayán”, metáfora perenne e inamovible donde la aguja no marca nunca, pero que registra el ritmo del orden social con el amasijo de las costumbres que se mezclan con lo nostálgico, lo utópico y lo histórico.

Caminemos entonces, por la magia histórica que envuelve a una de las ciudades más antiguas. Sobre ese farol, que circunda, la cuadrícula en forma del juego de ajedrez; el casco urbano, que con el lento transcurrir del tiempo, lenta y desordenadamente, se extiende más allá de lo que en tiempos antiguos se denominó la calle de los bueyes (carrera 3ª oriente), la calle de la Ermita (kra 10ª al occidente), la calle de la Pamba (calle 3ª al norte) y la calle del chirimoyo (calle 6ª al sur). En el censo de 1807, había 871 casas, y 491 aún eran bajas con techo de paja. Su distribución inicial se trazó a cordel, porque durante las fundaciones hispánicas entregaba el lugar para la iglesia en la plaza central, al cabildo, al gobierno y para las gentes principales. Era la época de la colonia en que organizaban el espacio urbano y la vida civil, estratificando a los vecinos por sus antecedentes genealógicos y militares; por sus oficios y “méritos” al servicio de La Corona. Esa fue la recompensa que obtuvieron los primeros pobladores: “solar conocido,” estancias, e indios en encomienda.

Recorramos los siglos pasados para conocer los encantos y ricas historias del régimen colonial, que definía la ciudad no solo por su perfil urbano, sino también, por su orientación, marcadamente religiosa, así: la iglesia catedral (destruida en 1784 y1983, de la que queda la Torre del Reloj) el convento de San Francisco del que hay registro en 1574 con su iglesia iniciada en 1775, la iglesia jesuítica de San José iniciada en 1642, el templo de Santo Domingo (1588), el convento de La Encarnación que había sido constituido en 1591, el convento de San Agustín hacia 1607 los puentes de “ la Custodia ” (1713) y el de Cauca (1780), el Colegio de San Camilo (1765), el templo de El Carmen (construido entre 1730 y1744) y el monasterio anexo, la Casa de la Moneda (1748). Las torres de esas iglesias y sus campanarios fueron el punto de referencia para las imágenes en aguafuertes, plumillas y acuarelas que nos legaron los viajeros y los artistas durante los siglos XVIII, XIX y XX.

Además de los encantos de estos tesoros coloniales que incrementaron con legados testamentarios; también las gentes del común y, los notables, invirtieron en su prestigio y reconocimiento social a través de obras de beneficio público, tales como: las pilas, los chorros, el acueducto, el hospital, el matadero, la cárcel. Todo ello, sin duda, con apoyo y la fuerza de trabajo de indígenas y esclavos.

En esencia, estos hechos y otros muchos más, junto con el centro histórico recóndito, deberían ser incorporados con sentido estricto, bajo el pleno control del Estado, porque pertenecen a la “Ciudad peatonal”. Y porque es un territorio físico y cultural que la historiografía reciente debería conservar como un “archipiélago de perlas históricas”, que, en suma, es lo que los turistas, nacionales y extranjeros vienen a conocer y admirar. 

Es evidente la incapacidad del Estado Colombiano para proteger tantas maravillas históricas juntas y, que no ha sido aprovechada como atractivo turístico por los gobernantes de turno. Esa arquitectura colonial, con su tipo de diseño de viviendas, edificios, iglesias, incluida la hermosa estación del ferrocarril que en otros tiempos tuvieron el aprecio y el control por varios años, pero que en otros más, han permitido que vayan desapareciendo.

Civilidad: Las obras arquitectónicas que aún tenemos,  no deben quedar en ruinas por la acción del ser humano que se ha convertido en el voraz destructor.

domingo, 6 de agosto de 2023

La batalla de Guazábara

 



Desde siempre, el Cauca, ha sido escenario de fuerte tensión por la libertad y la tierra. Hoy, nuevamente con el bloqueo de los nietos de Quintín Lame, los enfrentamientos entre fuerzas del orden, conformadas como disidencias del Cric, los indígenas tratan de adquirir predios mediante la presión, sitiando a Popayán.  

Jaime Zúñiga Salazar, escribió en su tiempo lo que aquí retomo sobre una de las batallas más importantes que se realizó en las cercanías de Popayán con la épica ofensiva de Guazábara en 1536, en donde 15.000 indios lucharon por su independencia y derechos, contra los 10.000 combatientes del ejército español.

“Al grito de guerra dado por los yasgüen amenazados por ejércitos peninsulares respondieron todos los caribenes, pubenenses con numerosos ejércitos de la zona del actual Popayán, Tierradentro, Guambía, Coconuco, Timbío y el Tambo y se situaron desafiantes y altaneros en los llanos de Guazábara. A la cita de combate concurrieron animados por el valor salvaje y vestidos con todos sus arreos militares los caciques Calambás y Pubén, Aniobongo, Chisquío y la cacica Gaitana. Finalizando febrero de 1536, los ejércitos contendores se hallaron frente a frente en el inmortal campo de Guazábara, bajo el comando de los temibles yasgüenes pubenenses, Kaldera y otros caribenes.

El ejército conquistador bajo órdenes de Sebastián de Belalcázar lo componía más de 11.00 soldados y el de pubenenses, por cerca de 15.000 indígenas. Las armas de los españoles eran arcabuces, trabucos y lanzas que sembraban la muerte a los indígenas, ayudados por la caballería que comandaba Miguel López Muñoz. Enfrentados los ejércitos combatieron ferozmente durante una semana sin descanso. Belalcázar ordenó no dar cuartel al enemigo y luchar sin tregua hasta triunfar definitivamente. Perros de raza alemana, la caballería, las lanzas, los trabucos y las espadas de los españoles segaban por centenares la vida de los valientes defensores de libertad. A su vez las lanzas voladoras, los dardos certeros, las flechas envenenadas, la ira salvaje destapada, las imperativas órdenes militares y el postrer aliento de los moribundos se ahogaba al grito ensordecedor de los combatientes indígenas. En esa batalla fue herido Belalcázar a manos del yasgüen Kaldera, en tanto que, los pubenenses perdieron en el combate sus más valientes defensores en momentos de suprema angustia.

Al final de la batalla, se encontraron tendidos sobre el verde césped miles y centenares de soldados pubenenses, yasgüenes y caribenes principales, así como también miles de guerreros traídos del Perú y el Ecuador, especialmente yanaconas y soldados españoles. Terminado el combate a fines de marzo de 1536 los españoles continuaron hostilizando a los belicosos y altivos indígenas que tan feroz residencia habían puesto a los ejércitos conquistadores.

El cronista Juan Castellanos describe esta batalla, diciendo que: los pubenenses marchaban como germanos y Andagoya; refiere que parecían tropas de Italia en ejercicios militares. Según el diccionario de la lengua, Guazábara significa: algazara, motín. Este nombre se conserva en El Tambo, llano situado a un kilómetro de distancia, al occidente de la población.

Así pagaron con sus vidas nuestros antepasados indígenas con el patriotismo de defender su libertad mancillada enfrentándose a ejército superior en armas. La ingratitud humana no ha levantado un monumento en este sitio en memoria de los caídos por la libertad de América. La batalla de Guazábara fue una de las acciones de guerra más sangrientas e importantes de cuantas se libraron durante la convulsionada época de la conquista española”.

Civilidad: Conflictos siempre existirán, pero hay que detener la violencia antes de que sea peor.