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sábado, 19 de agosto de 2023

Desde la Torre del Reloj

 


En el mundo y, en otras ciudades como en Popayán, nos preciarnos en alto grado, de poseer lo que algunos antropólogos denominan “cultura tradicional”. En esta fascinante ciudad tenemos la Torre del reloj sin cuerda, representando un espacio de tiempo en desconexión entre lo que pasa en realidad y lo que esperamos que ocurra. Allí el tiempo “pasa, pero no corre”. Esa mole de ladrillo es el referente físico del acontecer payanés, a la que el poeta Valencia llamó: “la nariz de Popayán”, metáfora perenne e inamovible donde la aguja no marca nunca, pero que registra el ritmo del orden social con el amasijo de las costumbres que se mezclan con lo nostálgico, lo utópico y lo histórico.

Caminemos entonces, por la magia histórica que envuelve a una de las ciudades más antiguas. Sobre ese farol, que circunda, la cuadrícula en forma del juego de ajedrez; el casco urbano, que con el lento transcurrir del tiempo, lenta y desordenadamente, se extiende más allá de lo que en tiempos antiguos se denominó la calle de los bueyes (carrera 3ª oriente), la calle de la Ermita (kra 10ª al occidente), la calle de la Pamba (calle 3ª al norte) y la calle del chirimoyo (calle 6ª al sur). En el censo de 1807, había 871 casas, y 491 aún eran bajas con techo de paja. Su distribución inicial se trazó a cordel, porque durante las fundaciones hispánicas entregaba el lugar para la iglesia en la plaza central, al cabildo, al gobierno y para las gentes principales. Era la época de la colonia en que organizaban el espacio urbano y la vida civil, estratificando a los vecinos por sus antecedentes genealógicos y militares; por sus oficios y “méritos” al servicio de La Corona. Esa fue la recompensa que obtuvieron los primeros pobladores: “solar conocido,” estancias, e indios en encomienda.

Recorramos los siglos pasados para conocer los encantos y ricas historias del régimen colonial, que definía la ciudad no solo por su perfil urbano, sino también, por su orientación, marcadamente religiosa, así: la iglesia catedral (destruida en 1784 y1983, de la que queda la Torre del Reloj) el convento de San Francisco del que hay registro en 1574 con su iglesia iniciada en 1775, la iglesia jesuítica de San José iniciada en 1642, el templo de Santo Domingo (1588), el convento de La Encarnación que había sido constituido en 1591, el convento de San Agustín hacia 1607 los puentes de “ la Custodia ” (1713) y el de Cauca (1780), el Colegio de San Camilo (1765), el templo de El Carmen (construido entre 1730 y1744) y el monasterio anexo, la Casa de la Moneda (1748). Las torres de esas iglesias y sus campanarios fueron el punto de referencia para las imágenes en aguafuertes, plumillas y acuarelas que nos legaron los viajeros y los artistas durante los siglos XVIII, XIX y XX.

Además de los encantos de estos tesoros coloniales que incrementaron con legados testamentarios; también las gentes del común y, los notables, invirtieron en su prestigio y reconocimiento social a través de obras de beneficio público, tales como: las pilas, los chorros, el acueducto, el hospital, el matadero, la cárcel. Todo ello, sin duda, con apoyo y la fuerza de trabajo de indígenas y esclavos.

En esencia, estos hechos y otros muchos más, junto con el centro histórico recóndito, deberían ser incorporados con sentido estricto, bajo el pleno control del Estado, porque pertenecen a la “Ciudad peatonal”. Y porque es un territorio físico y cultural que la historiografía reciente debería conservar como un “archipiélago de perlas históricas”, que, en suma, es lo que los turistas, nacionales y extranjeros vienen a conocer y admirar. 

Es evidente la incapacidad del Estado Colombiano para proteger tantas maravillas históricas juntas y, que no ha sido aprovechada como atractivo turístico por los gobernantes de turno. Esa arquitectura colonial, con su tipo de diseño de viviendas, edificios, iglesias, incluida la hermosa estación del ferrocarril que en otros tiempos tuvieron el aprecio y el control por varios años, pero que en otros más, han permitido que vayan desapareciendo.

Civilidad: Las obras arquitectónicas que aún tenemos,  no deben quedar en ruinas por la acción del ser humano que se ha convertido en el voraz destructor.

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