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sábado, 20 de mayo de 2023

Leyenda de la Rueda en Popayán

 



Esta es una leyenda patoja que aún resuena en Popayán. Es el resultado de muchos relatos que cuentan hechos humanos transmitidos de generación en generación de manera oral, dentro de la familia y, la ciudad. Los sucesos relacionados con mi patria chica, unos imaginarios y otros reales no se pueden quedar en el baúl de los recuerdos, por eso, hoy los escribo.

Hace 125 años se lanzó la Exposición Internacional de Columbus en Chicago EE.UU. Ciudad que se ganó la sede del evento, con un atractivo proyecto, que contenía un complejo urbanístico avanzado para su época, con un mirador en movimiento al estilo de una rueda de bicicleta, desde el cual los asistentes podían observar el panorama ferial. En uno de sus costados, el 12 de octubre de 1892, inauguraron la rueda de un poco más de 80 metros de altura, constituyéndose en la atracción principal de exposición que se extendió por seis meses. Fue entonces un homenaje en la celebración de los 400 años del arribo de Colón a estas tierras americanas. Así se dio en funcionamiento a la rueda, iluminada con 2.500 bombillas incandescentes, dotada de 36 góndolas, hechas de madera con capacidad para transportar 60 personas, para un viaje que duraba 20 minutos.

A Popayán debió llegar la “Rueda de Chicago” o “Ciudad de Hierro” a mediados del siglo XX, aposentándose en los llanos del Achiral, en Llano Largo o en el barrio El Cadillal, detrás de la iglesia de Fátima. Allí acudían las gentes hipnotizadas por las luces, los colorines de las máquinas, los algodones de azúcar, los gritos de la gente y las manzanas almibaradas y con la altisonante música de ese parque de diversión.

De niño me encantaba ir desde las 9:00 a.m. cuando iniciaban con el mantenimiento de las 16 atracciones que funcionaban en el parque. A observar la revisión de tornillería, contactos eléctricos, ejes, llantas, compresores y rieles, etc.

Años más tarde, cuando tuve edad, como asiduo asistente, iba a conseguir novia, dedicándole canciones por el alto parlante, que cobran cinco centavos por cada anuncio. Tramaba a las muchachas invitándolas a montar en las máquinas. Otros, años después, cada que llegaba la rueda a Popayán con la familia: mi esposa y mis tres hijos. Era tanto el auge con la multitud de asistentes al espectáculo que los dueños, resolvieron en una ocasión, traerla durante la temporada de Semana Santa. De hecho, se convirtió en un éxito el taquillazo, agotando la boletería, llenando las arcas de los propietarios con miles y miles de pesos, pero reduciendo a su mínima expresión, la asistencia de fieles a los desfiles de Semana Santa durante los días martes y miércoles santo.  Por esa razón, el señor arzobispo de aquella época, muy ofuscado, no dudó un solo instante para maldecir esa atracción nocturna. La maldición surtió efecto, pues, ese mismo jueves y viernes santo “llovió a cantaros”. No pudo salir el desfile sacro; pero tampoco pudieron abrir el parque de diversiones durante esos días. Desde entonces, nunca más, volvieron a traer la “Ciudad de Chicago”, durante la Semana Santa. De allí, la frase acuñada por ese motivo, que aún se transmite de generación tras generación cuando afirman: “Llegó la ciudad de hierro, va a llover”.   

Civilidad: “El día que la cruz de la iglesia de Belén caiga, los muertos saldrán de sus tumbas y Popayán se acabará




 

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