Esta es una leyenda patoja que aún resuena en Popayán. Es el
resultado de muchos relatos que cuentan hechos humanos transmitidos de generación en
generación de manera oral, dentro de la familia y, la ciudad. Los sucesos
relacionados con mi patria chica, unos imaginarios y otros reales no se pueden
quedar en el baúl de los recuerdos, por eso, hoy los escribo.
Hace 125 años se lanzó la Exposición Internacional de Columbus
en Chicago EE.UU. Ciudad que se ganó la sede del evento, con un atractivo
proyecto, que contenía un complejo urbanístico avanzado para su época, con un
mirador en movimiento al estilo de una rueda de bicicleta, desde el cual los
asistentes podían observar el panorama ferial. En uno de sus costados, el 12 de
octubre de 1892, inauguraron la rueda de un poco más de 80 metros de altura,
constituyéndose en la atracción principal de exposición que se extendió por
seis meses. Fue entonces un homenaje en la celebración de los 400 años del
arribo de Colón a estas tierras americanas. Así se dio en funcionamiento a la
rueda, iluminada con 2.500 bombillas incandescentes, dotada de 36 góndolas,
hechas de madera con capacidad para transportar 60 personas, para un viaje que
duraba 20 minutos.
A Popayán debió llegar la “Rueda de Chicago” o “Ciudad de
Hierro” a mediados del siglo XX, aposentándose en los llanos del Achiral, en
Llano Largo o en el barrio El Cadillal, detrás de la iglesia de Fátima. Allí acudían
las gentes hipnotizadas por las luces, los colorines de las máquinas, los
algodones de azúcar, los gritos de la gente y las manzanas almibaradas y con la
altisonante música de ese parque de diversión.
De niño me encantaba ir desde las 9:00 a.m. cuando iniciaban con el
mantenimiento de las 16 atracciones que funcionaban en el parque. A observar la
revisión de tornillería, contactos eléctricos, ejes, llantas, compresores y
rieles, etc.
Años más tarde, cuando tuve edad, como asiduo asistente, iba a
conseguir novia, dedicándole canciones por el alto parlante, que cobran cinco
centavos por cada anuncio. Tramaba a las muchachas invitándolas a montar en las
máquinas. Otros, años después, cada que llegaba la rueda a Popayán con la
familia: mi esposa y mis tres hijos. Era tanto el auge con la multitud de
asistentes al espectáculo que los dueños, resolvieron en una ocasión, traerla
durante la temporada de Semana Santa. De hecho, se convirtió en un éxito el
taquillazo, agotando la boletería, llenando las arcas de los propietarios con
miles y miles de pesos, pero reduciendo a su mínima expresión, la asistencia de
fieles a los desfiles de Semana Santa durante los días martes y miércoles
santo. Por esa razón, el señor arzobispo
de aquella época, muy ofuscado, no dudó un solo instante para maldecir esa atracción
nocturna. La maldición surtió efecto, pues, ese mismo jueves y viernes santo
“llovió a cantaros”. No pudo salir el desfile sacro; pero tampoco pudieron abrir
el parque de diversiones durante esos días. Desde entonces, nunca más,
volvieron a traer la “Ciudad de Chicago”, durante la Semana Santa. De allí, la
frase acuñada por ese motivo, que aún se transmite de generación tras
generación cuando afirman: “Llegó la ciudad de hierro, va a llover”.
Civilidad: “El día que la cruz de la iglesia de Belén caiga, los muertos
saldrán de sus tumbas y Popayán se acabará”
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