Hemos perdido el sentido del respeto. Hoy, la
confrontación y la controversia son el común denominador en nuestra sociedad.
El respeto y amabilidad, entre unos con otros, son cosas del pasado. Y aunque es difícil, es posible restaurar el
respeto para sembrar la cultura de paz.
Desde las más altas instancias del gobierno, hasta
las más burlescas plataformas de los medios sociales, estamos siendo testigos
de la muerte del respeto, pérdida de la cortesía y carencia de la honradez. Pareciera
que nadie se hace responsable del lenguaje
con educación y respeto, ni modales básicos, ni de la forma de tratar a los demás. Aquellos
detalles por las que nos castigaban nuestros padres, tales como: el menosprecio
étnico, humillaciones, mentiras, indecencia, ahora son aceptables. Ser vistos
corteses, respetuosos y amables ya no se considera como una virtud, al
contrario, son una debilidad. ¡Réquiem por la cortesía y el respeto!
No hay respeto en los
hogares, ¿qué está pasando? La pérdida del respeto en
el rol familiar, conlleva al distanciamiento emocional, a la desconexión, a las
peleas constantes e incluso, a la violencia. En toda relación entre seres humanos, el respeto es una de
las bases de la moral y de la ética. Y la esencia de una vida en comunidad, consiste
en considerar y reconocer la dignidad e identidad de cada persona tal como es. A
cada instante, se pierde de vista los valores, como el respeto. Su carencia es causa de conflictos constantes, críticas continuas y una gran falta de
comunicación, derivándose
en hechos más graves: la manipulación emocional o confusión de los roles familiares entre
sus miembros, incluso, llegando a la
violencia. Ese ambiente para nada recomendable,
si no se controla a tiempo, se convierte en un hábito de conducta propio
del entorno familiar. Será entonces, un infierno, en el que no hay respeto, donde
nadie escucha, acabando siempre en una discusión.
De
allí que, la primera tarea por la paz total, empieza en casa. Si
la familia es fuerte, unida, responsable, libre, afectuosa... es decir, si no genera
violencia física, ni afectiva, ni sexual, estaremos contribuyendo a la
convivencia tranquila para poder disfrutar de la vida en familia. Pero, si la
familia es violenta, entonces, la sociedad y el país serán violentos. La paz se
cultiva a partir de la base de respeto y de buena relación. Pero como siempre
no faltan los conflictos en el hogar, hay que ¨parar en seco¨ los insultos,
culpas y recriminaciones. Se requiere un cese bilateral al fuego. Sentarse a
analizar a que se debe el conflicto, quién está fallando, si las obligaciones
están mal repartidas, hay que buscar alternativas antes que ofenderse unos a
otros, es lo conveniente.
¿Pero, cómo llegamos a esto? ¿Aceptando y
publicando todo lo que sucede hoy en las redes sociales? Como saber si la
violencia la sacamos de la casa a la calle o viceversa. ¿Quién nos da autorización
social, para denostar, calumniar, insultar e irrespetar a quienes piensan
diferente a nuestras ideas, pensamientos o sentimientos?
Se volvió peligroso tener creencias religiosas. Nos
invadió el radicalismo social que lo justifican para matar, hasta a los seguidores
incondicionales de un equipo de futbol. En
esta época es prevalente ese hecho dondequiera que esté dándose “permiso moral”
para volverse irrespetuosos, deshonrados y descorteses en nombre de la verdad
de cada quien. Sin duda, es la misma creencia falsa que da a los terroristas licencia
moral para poner aparte todas las reglas de la decencia que hoy, echa raíz en
cualquier parte del país. El odio y la
falta de respeto se multiplica como antítesis haciéndole oposición al amor. El
respeto al derecho ajeno es un principio de paz.
Otro espacio complicado de encuentros, o mejor, de encontronazos
diarios, es la circulación rodada. En
carretera, en la calle una persona atenta, amable, sabe ceder el paso, en
contrario, el atarbán o indeseable social que no sabe respetar la dignidad de
los demás y procura colarse, echar del carril al vecino y, tocar la bocina es
un insolente.
Civilidad: Toda la
vida he escuchado el discurso de la guerra y que la paz no era viable. Ahora tengo desconfianza
porque no la he conocido.
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