El año venidero Popayán elogiara su aniversario 487. Haremos cola para
exaltar y enaltecer su grandeza, su cultura, la calidad de su gente y sus
tradiciones. Ojalá que no sea una fecha llena de falsedad para aplaudir su
pasado glorioso, expresando: “Te amo Popayán”. Que rindamos honores a la
estatua pensativa, evocando épocas de antaño.
Y, que ese otro capítulo
especial en la historia de la ciudad: la semana santa, no sea la peor tradición
de todas ellas. Ya que, con el paso de los años, la fe católica como motor
económico cada año se reduce. Que esa semana sea propiamente para que los
feligreses nos unamos en oración con fervor y fe para ratificar nuestro
compromiso espiritual y social como legado de nuestros ancestros. Que nos comprometamos a enlucir la ciudad,
resaltándola como la más bella entre las bellas de Colombia para que regresen los
turistas. Innegablemente Popayán es
conocida ante el mundo por su arquitectura colonial, su gastronomía y las
procesiones nocturnas; pues quienes la sentimos, sabemos que semejante legado es
motivo de orgullo. Todo lo anterior, porque pasados tales eventos, nos comportamos como si ello no
fuera cierto, como si no lo supiéramos, como si ni siquiera lo sospecháramos. Volvemos
a vivir un mundo donde la gente juzga y, quienes critican se aterran de lo que
ellos mismos hacen solapadamente.
Por estos días eleccionarios crece la hipocresía,
dándole un uso cada vez más imaginativo de doblez con la ciudad. Indolencia de la
gente en dañina tragedia, inventando: la calle de la falsedad, el parque de la apariencia, la avenida de la
calumnia, la edificación del desafecto. Existirán otros sitios, donde la gente
se siente más cómoda sin la conducta de cultura ciudadana, que la desconocemos
porque nos prohíbe todo.
¡Es lamentable esta narración! Por eso, no habrá
una etapa plena de paz ni de felicidad, ni de verdadera estabilidad
económica ni de seguridad política, ni mucho menos de respeto por los otros. Hay
hipocresía porque todo se dice y se critica en las redes sociales. Como criticones
no hay quien nos pare. Nos estrellamos contra todo lo que consideramos anormal.
Somos ‘anti’ todo, alaracos a más no poder. Criticamos a la autoridad
por el manejo de la ciudad. Nos comportamos como enemigos y no como amigos de
Popayán. La ciudad es inconcebible sin solidaridad. Aquí cabe preguntar a los
ciudadanos, cómo aportan para que a Popayán le vaya bien. Reconozcamos nuestras faltas envueltas en papel
de fantasía. La indisciplina la calificamos de viveza, al engaño le decimos astucia,
a la maldad la llamamos “coronar la vuelta”.
Si mezclamos ese fariseísmo con nuestra ciudad, urge revisar cada paso
para amar la ciudad en
medio de tanta indiferencia.
Mi
propuesta, es clara: no sólo debemos amar nuestra ciudad, sino que podemos
hacerle el amor. Hay que transfigurarla acompasando nuestro paso con nuestro
deseo. Amar la ciudad como es, no como profetas de un romanticismo en punto de
fuga. Que podamos amarla desde lo que ya tenemos en convivencia
ciudadana. Cuando nos convirtamos a la sinceridad, caminaremos por Popayán, quizá
con una escalera muy larga a cuestas, cambiando la nomenclatura de esta ciudad
que un día dejó de mentir. Tendríamos entonces, la calle de la alegría, la
avenida de la legitimidad, el camino de la amistad, la plaza del amor. Así,
podríamos gritar: Yo amo a Popayán.
Civilidad: Si no aprendimos bien la lección
a partir de la tragedia de 1983, no esperemos la erupción del volcán Puracé.