Vivimos tiempos de
inconciencia creciente por múltiples temáticas del mundo y de Colombia. De allí
mi opinión de que el demonio existe. Su actividad en medio de nosotros, no solo
es objeto de conversación, sino de continua preocupación. Estamos en un siglo
deteriorado por la maldad del ser humano, condición que indica la ausencia de principios morales, bondad,
caridad o afecto natural por el entorno y los entes que figuran en él. En fin, el
diablo y su presencia en la humanidad, es una realidad. Desde la
aparición del hombre hay muchas visiones del demonio. Por ello, me referiré a las
implicaciones en la vida de la comunidad. Nos separan miles de años de historia
y de cultura; por consiguiente, aquellos, tenían una mentalidad absolutamente
diferente a la actual. El demonio, en el contexto bíblico, palabras como
diablo, Satanás, Lucifer, espíritu de las tinieblas, identifican al
contradictor, al que se opone siempre al bien y a Dios.
Hablar de la maldad, escandaliza la gente. Comprensible esa
susceptibilidad. Pero no por eso, podemos negar las atrocidades que suceden en
el mundo, incluso en este bello país, donde sólo en el año pasado, Colombia registró la tasa de homicidios más alta de los
últimos siete años. Durante el 2021 perdieron la vida de manera violenta 13.709
personas. Sin ignorar los datos del DANE que demuestran que más de la
mitad de los colombianos viven en condiciones infrahumanas, es decir que más de 21 millones de personas viven en la
pobreza y 7,4 millones en pobreza extrema. Entonces, insisto, la maldad del
diablo existe. Aunque algunos sostengan, que hablar del mal es complejo.
Dificil sí, porque el ser humano tiene la tendencia a realizar el gusto de
aplastar al otro, porque le trae placer. Todos llevamos el oculto gozo de
imponerle al otro su punto de vista. Tenemos ese secreto placer de hacer que el
otro haga lo que uno quiere. En las estructuras sociales y económicas del mundo,
existe el profundo placer de acumular grandes cantidades de dinero para
derrocharlo en lo que bien le viene en gana, mientras que en la tierra sobreviven
tres mil millones de personas que no tienen lo necesario para vivir dignamente.
Algunos dicen: "es que así son las leyes de la economía, no las podemos
cambiar". Necios, porque no entienden que, todo es construcción de los
hombres. ¡Si lo queremos cambiar, lo cambiamos!
Colombia pasa por un momento de polarización sumamente
delicado. Se oye el desgarrador grito para definir los terribles sufrimientos
desencadenados durante largos periodos de tiempo y que todos conocemos:
violencia, miedo, terror, desapariciones, crímenes de toda índole, corrupción, etc.,
etc.
Por ese dolor de país, el pueblo cambió de
camino ¿Qué hacemos? Ahora obliga la razón a respetar a la autoridad presidencial, clamando por una
economía sana. No es momento de errores ni deslices. Se anhela sensatez, pies sobre la tierra y
cabeza fría para gobernar. Sin llamados a la confrontación, sin resentimientos
de un lado ni del otro. Alimentar los
corazones de amor y, no de odio como única forma de ponerle fin a las
desigualdades y a las injusticias sociales. Entonces, el aporte de todos los colombianos
sin exclusión, será ahuyentar el diablo que llevamos adentro para ser parte del cambio estructural de la sociedad colombiana. Dispuestos a no herir con la palabra ni
siquiera con la mirada. Preparados para lanzar al fondo del rio, el fuego y la
venganza. Con el mar siempre en calma, para perdonar y ser clemente, ofreciendo
el brazo en un abrazo fraterno.
Colombia abriga la
esperanza, de que, al ocupar tan alta dignidad, el doctor Gustavo Francisco Petro
Urrego, sea el gran custodio de democracia. Que más allá de su ego, de su
ambición o sus creencias políticas, sea un presidente capaz de honrar los preceptos constitucionales ¡Que el sol
brille para todos! y, que el Dios de
esta patria adolorida, lo guie para alcanzar la
transformación social. Porque la paz será duradera en Colombia, cuando se consolide una presencia integrada
del Estado en todo el país
Civilidad: Participación
ciudadana para materializar los cambios con diálogo entre gobernantes y
ciudadanos para lograr objetivos comunes.
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