Las
lágrimas nunca caen sin razón. Ciertamente, llorar le hace bien al alma y no es
nada nuevo. Con seguridad usted que
me lee, lo ha sentido, cuando agobiado por los problemas cualquier día se dejó
llevar por las lágrimas. Quienes hemos perdido alguna persona importante en
nuestra vida, aunque nada cambiará el desconsuelo, lloramos. Tanto las lejanías
como las cercanías también duelen. Así mismo, las desilusiones ante las
derrotas, como también los triunfos y las victorias, nos hacen rodar lagrimones
de felicidad o de tristeza.
Que “los hombres no deben llorar”, falso. Eso fue lo que me inculcaron, más
nunca lo aprendí. Desde cuando me parió mi madre, bañé mis ojos de llanto por haber
nacido con vida. Fue un llanto de felicidad y de alegría al llegar a este
mundo. Erróneamente, piensan quienes sostienen que las lágrimas son una
debilidad. Llorar ayuda a expresar sentimientos de tristeza o pena; a otros les sirve para arrancar
la ira, el dolor o la rabia; pero curiosamente, algunas veces también lloramos
por una inmensa alegría. Efectivamente, al
recibir una muy buena noticia o al cumplir un sueño anhelado durante mucho
tiempo, es probable que la emoción nos embargue y rompamos a llorar como una Magdalena.
La máquina más perfecta del
universo, es el ser humano, permitiéndonos llorar cuando realmente lo
necesitamos. Suspirar, gemir, acompañado del llanto, como una acción
involuntaria, ayuda a liberar sentimientos negativos y a descargar ese estrés
que a veces nos paraliza.
No he sido muy aficionado al llanto; pero desde hace dos años mis
lágrimas corren libremente. He llorado mucho, porque siento que llorar me
devuelve la calma. No puedo negar que mis lágrimas siempre brotan fácilmente y
que luego parecen extinguirse sin más ni más. Después de llorar me siento aliviado. Sin proponérmelo lloro, porque llorar, sé que
alivia mi alma. Llorar y llorar, hasta
olvidar el llanto para alcanzar una sonrisa.
Como soy bastante
verbal, suelo encontrarles
sentido a los problemas, por eso, quise narrarlo aquí. Escribo esta columna evocando los años más agitados emocionalmente de mi
vida, sin encontrar aún, la explicación
del vínculo entre el llanto, cuándo el alma
lo necesita. Para mí, llorar, es un efecto
tranquilizador y, sigue siendo la forma más natural de soltar toda la emoción
que me enlutó hace dos años 21 marzo de 2020. Cada que recuerdo aquella infausta
fecha
en la que sentí esa sensación tan intensa, todavía me es imposible reprimir las
lágrimas. Rompo en llanto y, caen goterones incontenibles, en la acumulación de
emociones, cuando escucho su voz, cuando siento su perfume, cuando evoco sus
canciones, al recordar sus dichos, sus saberes y sabores. Mis lloros, son como
una represa que necesita liberarse del agua para lidiar con la tragedia de
haber perdido al ser amado, enfrentando ahora la soledad. A veces pienso que no
he llorado todavía lo suficiente para sanar todas esas heridas provocadas por la
tristeza.
Civilidad: Razón tenía el poeta romano
cuando escribió: "Es un alivio llorar; las penas se desahogan y son
arrastradas por las lágrimas".
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