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sábado, 10 de julio de 2021

Me duele la ciudad


 

 

Hoy, no escribo la historia de la emblemática ciudad en su antiguo esplendor, sino sobre la realidad de este pedazo de patria. Cuando salgo a caminar miro la gente que viene y va, voy buscando caras amigas de alma payanesa. Recorro las calles y no las encuentro. Pregunto, que se hicieron los amigos de la “Noble y Culta Popayán”, sin hallar ninguna explicación. El corazón del casco antiguo palpita conmovido. Murió la Urbanidad, somos agresivos como parte de la violencia que tanto lamentamos.

Se me ocurre que deberíamos marcar a los 380 mil habitantes en la frente como un día lejano, identificaron los auténticos hijos de mi ciudad. Tal vez así, alcanzarían la categoría de ciudadanos y el respeto que otros le niegan a diario. A mi antigua ciudad, la quiero con el alma y le vivo agradecido por todo cuanto me ha dado.

En esta pirámide de la subsistencia urbana, se mete a la cabeza que, el peatón es el último de la escala. Es el más vulnerable, nadie lo tiene en cuenta, pues los carros les roban sus andenes, sus plazoletas, sus zonas verdes. Al ciclista, sin importar si es trabajador de mensajería o arriesgado usuario ambientalista, le tiran los carros encima. Otros lo agreden, lo golpean para despojarlo de sus “bici”. 
Está visto que a los bulliciosos motociclistas no les interesa la ciudad, pues cada vez más, convierten los andenes en aparcamientos, bajo el pretexto del derecho al trabajo, obstaculizando la libre movilización al peatón. Para mal de males, atrevidos que no alcanzan el título de ciudadanos, convierten el espacio público en “vitrinas” de mal gusto; en talleres callejeros y, hasta en pistas de competición con las innovadoras patinetas; medio de transporte, muy de economía naranja, muy “chic”, muy juvenil, muy lo que quieran, pero atropelladores del distraído peatón: anciano, niño, mujer embarazada, discapacitado.

Me duele la ciudad, porque en ella, la prelación la tiene el carro. Veo la “platica” invertida en nuevas vías, lastimosamente, convertidas en parqueaderos. Observo montones de vehículos sin pagar impuestos por tener placas de otras ciudades. Aquí ruedan, abriendo huecos, dejando a la pobre viejecita sin nada que cobrar.

Me duele mi ciudad, porque los baratos medios de comunicación, pontifican y protestan por el estado de las vías, abriendo micrófono a conductores indignados. Duele, porque, contrariamente, deberían fomentar cruzadas para que los asfixiantes vehículos que diariamente ruedan, trasladaran sus cuentas a Popayán. Hacen daño porque, cada vez, hay más carros, y motos congestionando y contaminando la ciudad. Lastiman a Popayán, comerciantes, talleres de mecánica, vendedores informales y, almacenes, ampliando sus locales sobre los andenes, con parlantes escupiendo música a todo volumen. Osados conductores de camiones de alto tonelaje atascan las céntricas calles, buscando donde aparcar por largas horas en lugares para la gente. 

Popayán de mis amores, necesita más amor. A cualquiera se le antoja colocar bolardos demarcando espacios cual si fueran propios. En acto de intolerancia pura, señalizan protegiendo zonas dificultando el tránsito al peatón.  No falta la excusa, considerando que es economía naranja, emprendimiento de los -cuida-carros- que hacen su agosto durante todo el año, gracias a que las aceras no tienen quien las llore.      

Duele la ciudad, anestesiada con “resina”, porque a nadie le importa. El peatón, es un pelotón resignado. Todos somos peatones. Lástima, porque al final, todos, absolutamente todos, somos pésimos ciudadanos, malos hijos de esta bella ciudad. De alguna manera, así somos. Bajo la falsa creencia de que, es buen ciudadano el que hace cola para criticar a la administración municipal porque no arregla el lugar por donde circulamos.  

Duele el desamor por Popayán. Muy triste, porque las malas acciones son promovidas por orates de este siglo, los que seguramente sin ser contribuyentes del fisco municipal, contribuyen a destruir el lugar donde vivimos: ensuciando paredes; contaminando la visual con publicidad en los postes de las redes de energía y, telefonía; aturdiendo auditivamente la ciudad, con ensordecedores ruidos de alto- parlantes en puntos comerciales o vehículos anunciantes por las calles; amas de casa amontonando basuras como una maldición, fuera de los horarios de recolección; criminales ecológicos ahogando con basuras los ríos que cruzan la ciudad; demoledores de la arquitectura colonial que, junto a la furia iconoclasta derriban muros y estatuas tratando de borrar la historia de la antigua Popayán. 

Civilidad: “Nací en ella y la quiero y por ella aunque muera, la vida yo la diera para no verla sufrir”: Carlos Aurelio Rubira Infante

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