Estamos asistiendo a la desaparición de la ciudad clásica. El paso del tiempo presenta una dimensión subjetiva distinta de aquellas en las cuales la modernidad entró arrolladoramente bajo los embates del consumismo y el “desarrollo”.
Anclados quedaron para siempre
nuestros sentires, intactos los arraigos, que hoy al recordar a Jaime Vejarano Varona
(q.e.p.d) despierta en mí, las añoranzas y vivas las costumbres para que ojalá, todos los habitantes de la ciudad nos convirtiéramos en expertos
“popayanejistas”, mediante el dominio de su historia. Esta amada ciudad se
precia de conservar lo que algunos antropólogos denominan “cultura tradicional”,
siendo parte de la idiosincrasia, su identidad, su “apodología” y su
“chismografía”.
En Popayán, el tiempo “pasa,
pero no corre”. Este fenómeno lo simboliza la Torre del reloj, mole de ladrillo
convertida en el punto de referencia físico del devenir payanés, metáfora de lo
perenne e inamovible donde la aguja marca cuando quiere, despaciosa y
evocadoramente, el ritmo de un orden social en el que las costumbres mezclan lo
nostálgico, lo utópico y lo moderno.
Desde ese hermoso campanario,
miro hacia atrás, cuando trazaron calles y repartieron solares en forma de la cuadrícula, muy geométrico y muy cartesiano, construyendo
en el centro, la plaza principal. El primer reparto
de solares se remonta al 9 de abril de 1537, hoy las particiones de terrenos son más con sentido mercantilista, que
lugares de convivencia ciudadana. Lástima
grande, la conciencia urbana dejó de lado nuestra tradición histórica.
Durante mucho tiempo, el casco antiguo, no se extendía
más allá de lo que hoy es la calle de los bueyes. Calles transitadas por niños
que fuimos: (carrera 3ª oriente), la calle de la lomita (cra 10ª al occidente),
la calle de la Pamba (calle 3ª al norte) y la calle del chirimoyo (calle 6ª al
sur). En el censo de 1807, había 871 casas, 491, aún eran bajas con techo de
paja, olfateando a cal y boñiga. Organizaron el espacio urbano y la vida civil,
por estratos: a los vecinos por sus antecedentes genealógicos;
militares, por sus oficios y a nobles por méritos al servicio de La Corona. Al
final del régimen colonial, la ciudad había definido su perfil urbano,
marcadamente religioso, una iglesia en cada cuadra: la catedral en la plaza
principal; el convento de San Francisco del que hay registro en 1574 con su
iglesia iniciada en 1775, la iglesia jesuítica de San José iniciada en 1642, el
templo de Santo Domingo 1588, el convento de La Encarnación que había sido
constituido en 1591, el convento de San Agustín hacia 1607 los puentes de “ la
Custodia ” (1713) y el de Cauca (1780), el Colegio de San Camilo (1765), el
templo de El Carmen (construido entre 1730 y1744) y el monasterio anexo, la
Casa de la Moneda (1748). Las torres de las iglesias y sus campanarios han sido
punto de referencia para las imágenes en aguafuertes, plumillas y acuarelas que
nos legaron los viajeros y los artistas durante los siglos XVIII, XIX y XX. Además de estas obras que alimentaron con
legados testamentarios, también las gentes del común, los notables invirtieron
en su prestigio y reconocimiento social a través de obras de beneficio público:
Las pilas, los chorros, el acueducto, el hospital, el matadero, la cárcel. Sin
duda, cada generación hará brotar nostalgias por siempre convertidas en
historias llenas de arraigos.
La incapacidad de la Corona para controlar fiscal y políticamente el
territorio, fue aprovechada por las élites económicas de la segunda mitad del
siglo XVIII, la última migración de españoles en busca de “fama, mujer y
fortuna” que se asentó en la ciudad. El mercado del oro facilitó a los nuevos
emergentes satisfacer sus intereses mediante la negociación y fusión con el
poder local. Entre 1775 y 1779 de 38 cabildantes, al menos 20 eran españoles y
muy pronto construyeron un poder endogámico (cruzamiento de razas) que se
habría de proyectar hasta Santafé y Cartagena e incluso habría de llegar hasta
la corte del rey cuando Don, Francisco Mosquera llegó a ser regente en los
albores de la independencia.
Entre 1774 y 1809 veinticinco grupos familiares de criollos y españoles
integrados por lazos de matrimonio y afinidad habían ocupado los cargos en el
cabildo con una frecuencia mayor a cinco oportunidades: Mosqueras, Rodríguez,
Caldas,Tenorios -Torijanos, Carvajal, Torres, Angulos, Jiménez de Ulloa,
Hurtados, Castrillón, Fernández-Moure ,Arboledas, Gruessos, Solís, Cajiao,
Larraondo, Perez de Arroyo, Pérez de Valencia, Pombo, Rivera, Velasco, Castro, García-
Rodayega, Lemos, Riva. Élite endogámica que habría logrado constituir intereses
propios, que sin duda tuvieron luego expresiones contradictorias y ambivalentes
cuando las expoliaciones de los ejércitos invasores, tanto realistas como
patrióticos, en el interregno de la Patria Boba y la consolidación de la
república pusieron en el límite sus recursos económicos y espirituales.
Reescribo temas que conciernen a la amada ciudad, para que, entre todos,
incluidos sus hijos ausentes, reanudemos el conocimiento y el afecto con
sentido de pertenencia que nos obligue a seguir amando este precioso y glorioso
terruño nuestro.
Civilidad: Retoñar entre cenizas de ayer para que jóvenes y
maestros aprendan a amar a Popayán.
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