Buscar en El Viejo Farol

sábado, 3 de julio de 2021

La ciudad de antaño

 


Estamos asistiendo a la desaparición de la ciudad clásica. El paso del tiempo presenta una dimensión subjetiva distinta de aquellas en las cuales la modernidad entró arrolladoramente bajo los embates del consumismo y el “desarrollo”.

Anclados quedaron para siempre nuestros sentires, intactos los arraigos, que hoy al recordar a Jaime Vejarano Varona (q.e.p.d) despierta en mí, las añoranzas y vivas las costumbres para que ojalá, todos los habitantes de la ciudad nos convirtiéramos en expertos “popayanejistas”, mediante el dominio de su historia. Esta amada ciudad se precia de conservar lo que algunos antropólogos denominan “cultura tradicional”, siendo parte de la idiosincrasia, su identidad, su “apodología” y su “chismografía”.

En Popayán, el tiempo “pasa, pero no corre”. Este fenómeno lo simboliza la Torre del reloj, mole de ladrillo convertida en el punto de referencia físico del devenir payanés, metáfora de lo perenne e inamovible donde la aguja marca cuando quiere, despaciosa y evocadoramente, el ritmo de un orden social en el que las costumbres mezclan lo nostálgico, lo utópico y lo moderno.

Desde ese hermoso campanario, miro hacia atrás, cuando trazaron calles y repartieron solares en forma de la cuadrícula, muy geométrico y muy cartesiano, construyendo en el centro, la plaza principal. El primer reparto de solares se remonta al 9 de abril de 1537, hoy las particiones de terrenos son más con sentido mercantilista, que lugares de convivencia ciudadana.  Lástima grande, la conciencia urbana dejó de lado nuestra tradición histórica. 

Durante mucho tiempo, el casco antiguo, no se extendía más allá de lo que hoy es la calle de los bueyes. Calles transitadas por niños que fuimos: (carrera 3ª oriente), la calle de la lomita (cra 10ª al occidente), la calle de la Pamba (calle 3ª al norte) y la calle del chirimoyo (calle 6ª al sur). En el censo de 1807, había 871 casas, 491, aún eran bajas con techo de paja, olfateando a cal y boñiga. Organizaron el espacio urbano y la vida civil, por estratos: a los vecinos por sus antecedentes genealógicos; militares, por sus oficios y a nobles por méritos al servicio de La Corona. Al final del régimen colonial, la ciudad había definido su perfil urbano, marcadamente religioso, una iglesia en cada cuadra: la catedral en la plaza principal; el convento de San Francisco del que hay registro en 1574 con su iglesia iniciada en 1775, la iglesia jesuítica de San José iniciada en 1642, el templo de Santo Domingo 1588, el convento de La Encarnación que había sido constituido en 1591, el convento de San Agustín hacia 1607 los puentes de “ la Custodia ” (1713) y el de Cauca (1780), el Colegio de San Camilo (1765), el templo de El Carmen (construido entre 1730 y1744) y el monasterio anexo, la Casa de la Moneda (1748). Las torres de las iglesias y sus campanarios han sido punto de referencia para las imágenes en aguafuertes, plumillas y acuarelas que nos legaron los viajeros y los artistas durante los siglos XVIII, XIX y XX.  Además de estas obras que alimentaron con legados testamentarios, también las gentes del común, los notables invirtieron en su prestigio y reconocimiento social a través de obras de beneficio público: Las pilas, los chorros, el acueducto, el hospital, el matadero, la cárcel. Sin duda, cada generación hará brotar nostalgias por siempre convertidas en historias llenas de arraigos.

La incapacidad de la Corona para controlar fiscal y políticamente el territorio, fue aprovechada por las élites económicas de la segunda mitad del siglo XVIII, la última migración de españoles en busca de “fama, mujer y fortuna” que se asentó en la ciudad. El mercado del oro facilitó a los nuevos emergentes satisfacer sus intereses mediante la negociación y fusión con el poder local. Entre 1775 y 1779 de 38 cabildantes, al menos 20 eran españoles y muy pronto construyeron un poder endogámico (cruzamiento de razas) que se habría de proyectar hasta Santafé y Cartagena e incluso habría de llegar hasta la corte del rey cuando Don, Francisco Mosquera llegó a ser regente en los albores de la independencia.

Entre 1774 y 1809 veinticinco grupos familiares de criollos y españoles integrados por lazos de matrimonio y afinidad habían ocupado los cargos en el cabildo con una frecuencia mayor a cinco oportunidades: Mosqueras, Rodríguez, Caldas,Tenorios -Torijanos, Carvajal, Torres, Angulos, Jiménez de Ulloa, Hurtados, Castrillón, Fernández-Moure ,Arboledas, Gruessos, Solís, Cajiao, Larraondo, Perez de Arroyo, Pérez de Valencia, Pombo, Rivera, Velasco, Castro, García- Rodayega, Lemos, Riva. Élite endogámica que habría logrado constituir intereses propios, que sin duda tuvieron luego expresiones contradictorias y ambivalentes cuando las expoliaciones de los ejércitos invasores, tanto realistas como patrióticos, en el interregno de la Patria Boba y la consolidación de la república pusieron en el límite sus recursos económicos y espirituales.

Reescribo temas que conciernen a la amada ciudad, para que, entre todos, incluidos sus hijos ausentes, reanudemos el conocimiento y el afecto con sentido de pertenencia que nos obligue a seguir amando este precioso y glorioso terruño nuestro.

Civilidad: Retoñar entre cenizas de ayer para que jóvenes y maestros aprendan a amar a Popayán.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario