Desde la
cuna ese cuerpito es mío. Imposible olvidarlo, nací muy cerca de él, en el
Pabellón Primo Pardo, cuando Popayán también, era un pedacito de cielo. Allí, desde
la sala cuna, el sonar de la sirena alertó mis castos oídos. Años después, durante
mi infancia en el Barrio el Cadillal, un habitual toque anunciaba las doce del
día y tres las emergencias, adoctrinaron mis tímpanos. Desde siempre he querido
al Cuerpo de Bomberos de Popayán, cómo no quererlo si lo vi crecer. Recordemos
que nació en el corazón de Popayán bajo una ramada de zinc, en un pequeño lote
detrás del Hotel Monasterio.
Quien
esto escribe, apoyó su progreso. Siendo director de Comfamiliar, admitió la
compra de aquel lote con doble fin: construir un supermercado regulador de
precios de la canasta familiar y alejar del centro de la ciudad, al Cuerpo de Bomberos
para que pudiera construir el cuartel en el lugar donde hoy funciona.
Desde sus
inicios el Cuerpo de Bomberos se hizo pobre entre los pobres, pues allí
ingresaban sólo discípulos voluntarios; los poseedores de riquezas no fueron
hostiles, pero tampoco poco benefactores. Desde entonces, se instituyó la
mística y el coraje que dejaba atónito a cualquiera. Quienes querían subir a la
altura de sus máquinas debían renunciar a la prudencia para lanzarse al arrojo
de las llamas y los riesgos salvando bienes y vidas. Se exigía valentía para
desnudarse de su ropaje para vestir con honor las prendas bomberiles,
indispensables para desmantelar el peligro sin importar día, hora, arriesgando
hasta su propia vida. Acompañados en Cristo y de las hermanas humildad y
obediencia, recibían en ocasiones gratuitamente agresiones de insensatos que
nunca faltan.
En
verdad, el Cuerpo de Bomberos fue realmente un pobre feliz. Ofrecía sus servicios al prójimo en forma
altruista sin requerir nada a cambio. Tuvo corazón y actitud de pobre con amor
por el voluntariado para proteger la ciudad, bajo el lema de “Abnegación y
Servicio”. Las estadísticas de salvamento de vidas y de bienes muebles e
inmuebles son enormes; pero muchas veces no cuentan en el ideario de los
ciudadanos.
En su
septuagésimo aniversario, loor a su fundador Enrique Mosquera Wallis. Establecimiento bomberil que después de 70
años, (2020-1950) continúa salvaguardando la ciudad. Honor y gloria a los
sucesores: Marcelino Carrillo, Marco
Alirio Mosquera, y otros más, quienes debieron hacer uso de “totumas” en las
esquinas de Popayán para mendigar apoyo económico de los ciudadanos. Distinción a Pedro Sussman y José Joaquín
Salas (+), quienes le imprimieron desarrollo económico y financiero a la
institución. Aquí me incluyo como autor del acuerdo municipal que conjuntamente
con Oscar Orozco Pastrana y Diógenes Sarria lideramos la sobretasa en telefonía
y luego, en acueducto para el sostenimiento económico del Cuerpo de Bomberos. Fui
capitán de bomberos, sin recetas generalizables para combatir el miedo y temor
a las alturas. Mi estímulo positivo era sacar a la institución del espacio
financiero estrecho. Mi fuerte angustia como capitán administrativo fue
´apagar´ la inflamación financiera. Y a fe que salió de la crisis económica.
Hoy día
es un “cuerpazo” de bomberos, como ente privado sin ánimo de lucro que en
virtud de la Ley 1575 del 21 de agosto de 2012, reglamentó la Ley General
de Bomberos de Colombia con una estructura bomberil a nivel nacional,
departamental y distrital, con funciones específicas. Capítulo aparte, merece
el gran impulso y desarrollo empresarial que lleva hoy el Cuerpo de Bomberos, tanto
en máquinas de gran poder, como en la construcción de amplias y cómodas instalaciones
en estos últimos años.
El Cuerpo
de Bomberos, propiedad de toda la ciudadanía payanesa, se encuentra en buenas manos
y confiables. El representante legal CT, Juan Carlos Gañan y el subcomandante, CT,
Gustavo Adolfo Casas Fernández perseveran la institución benemérita, organizada
y dedicada a la prestación del servicio público esencial con atención efectiva
en la gestión integral del riesgo contra incendios y emergencias. En este
aniversario va para todos los bomberos que se confunden con el fuego por salvar
vidas, mi profundo reconocimiento y estimación por sus servicios prestados sin
distingos en mi bien amada ciudad de Popayán”.
Civilidad: Después de un desastre, cuando el peligro
pasa, el bombero desea que otros sepan que siempre pueden contar con él.