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domingo, 22 de noviembre de 2020

La corrupción patrimonio de todos

 


La corrupción se aviva a diario con distintas almendras y en todas sus manifestaciones. Siempre escuchamos estos resbalones verbales: “Por la restauración moral, a la carga”; “reduciré la corrupción a sus justas proporciones”; “El que la hace la paga”.

En conciencia, la lucha contra la corrupción requiere que no haya hipocresías en la sociedad. La corrupción ha estado desde siempre presente en la vida nacional. No hay en el país una región, que no padezca los efectos de esta realidad multifacética. Es un fenómeno complejo, difícil de erradicar, que transmuta y que se reinventa diariamente. La corrupción –privada y pública– es un tema cotidiano. Es una especie de jinete apocalíptico que aparece en medios de prensa, redes sociales, círculos de amigos y reuniones familiares.

Dolores de Cospedal, realizó un perfecto compendio de la filosofía hobbesiana, ha dicho que la sociedad es tan corrupta como los partidos políticos, dado que el mal está arraigado en cada individuo. Según Dolores de Cospedal, la corrupción es «patrimonio de todos» ya que «si en una sociedad se realizan conductas irregulares, se realizan en todos los ámbitos».

En la política, la corrupción, favorece el aumento de la inestabilidad institucional y, permite el desgaste de las relaciones entre individuos, con las instituciones del Estado. La pérdida de legitimidad política en las altas esferas del Estado, la polarización del poder y la ineficiencia burocrática, son el común denominador.

Todos somos proclives a ser parte del engranaje de la corrupción como mecanismo para agilizar trámites u obtener beneficios. El “pago facilitador” es el modus vivendi, que permite a las empresas públicas y privadas realizarlos como un tributo autoimpuesto, por y para el mismo ciudadano, facilitando que al final, los trámites sean más caros, pero realizables.  La corrupción política genera ruido, ante la incapacidad del Estado, pero no más. Tratan de combatirla con saliva y regulaciones jurídicas, pero “norma dictada, trampa inventada”. Los ciudadanos tienen una gran incidencia en la corrupción que perjudica a la inmensa colectividad. Y navegamos en un mar de legislación, con un centímetro de aplicabilidad.

Estamos tan mal, que tiene que ver con el altísimo costo para quien de manera limpia y sincera denuncia y combate la corrupción, y las reacciones cargadas de agresividad que tiene que soportar. Las evidencias son concluyentes, abundan las muestras de deterioro, de olvido; peor aún, de indiferencia en cuanto al respeto a esas formas de comportamiento asociados a la moral y la honestidad.

Resulta denigrante, pero ¡todos somos un montón de corruptos! Político es sinónimo de corrupción, pero, carecemos de la autocrítica. Nos quejamos de los ladrones de “cuello blanco”, pero los apoyamos. La corrupción es costosa, por eso, como las escaleras, hay que barrerlas de arriba hacia abajo.  La mayor cantidad de actos de corrupción, no solo se concentran en el contacto con las altas esferas del poder, sino también, en el proceder de las personas. Si queremos que las cosas cambien debemos empezar por casa. Si tenemos la ilusión ciudadana de recomponer al país, adoptemos una política integral desde la familia, los centros educativos, el ámbito laboral, deportivo, mediático, cultural, financiero, académico, legal, policía, ejército, etc.

No es disculpa, pero el sinfín de impuestos causa indignación, reduce la honestidad y las buenas costumbres. De allí surge todo tipo de acciones que NO son parte del ADN de los colombianos, pero se aprenden. Los buenos o malos sentimientos y cualidades, no nacen con la persona, se forman durante un proceso educativo que empieza a temprana edad, siendo ejemplo, la actitud de la familia como factor principal para lograr individuos honestos. Desconocerlo sería fatal.

La corrupción empieza saltándose la fila, parqueándose en lugar prohibido, sacando basuras a destiempo, no pagando impuestos, pedir que no le facturen, colarse en el bus. Etc., pésimas formas que son actitudinales. En la pérdida de valores, es oportuno reflexionar sobre esa condición, que constituye una actitud hacia nosotros mismos. Un sujeto es honesto consigo mismo, cuando tiene un grado de autoconciencia siendo coherente con lo que piensa. Contrario a la honestidad es la deshonestidad, maña asociada a la corrupción, al delito y a la falta de ética. Por ello, entre más incipiente es un sistema democrático, más alto será el nivel de corrupción.

Perdimos de nuestros abuelos y padres eso que llamaban, “dar la palabra”, como regla de oro, que no era más que, comprometerse a cumplir lo acordado, sin firmar un papel, pues, estaba de por medio la honestidad. Hoy, firman “pactos de transparencia”, presumiendo de cumplidores de la palabra al hacer un trato, que luego, no cumplen. Otros, reacios no pagan préstamos, unos más, fanfarronean fingiendo ser honestos, estando muy lejos de ello.

Civilidad: El que es honesto, acepta su error o equivocación sin culpar nunca a alguien más por ello. Ser franco y tener el valor de decir la verdad, es asumir que la verdad es solo una y que no depende de personas o consensos.

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