La corrupción se aviva a diario con distintas almendras
y en todas sus manifestaciones. Siempre escuchamos estos resbalones
verbales: “Por la restauración moral, a la carga”; “reduciré la corrupción a sus justas
proporciones”; “El que la hace la paga”.
En conciencia, la lucha contra la
corrupción requiere que no haya hipocresías en la sociedad. La corrupción ha estado desde siempre
presente en la vida nacional. No hay en el país una
región, que no padezca los efectos de esta realidad multifacética. Es un fenómeno
complejo, difícil de erradicar, que transmuta y que se reinventa diariamente. La corrupción –privada y pública– es un tema cotidiano.
Es una especie de jinete apocalíptico que aparece en medios de prensa, redes
sociales, círculos de amigos y reuniones familiares.
Dolores de Cospedal,
realizó un perfecto compendio de la filosofía hobbesiana, ha dicho que la
sociedad es tan corrupta como los partidos políticos, dado que el mal está
arraigado en cada individuo. Según Dolores de Cospedal, la corrupción es
«patrimonio de todos» ya que «si en una sociedad se realizan conductas
irregulares, se realizan en todos los ámbitos».
En la política, la corrupción, favorece el aumento de la inestabilidad
institucional y, permite el desgaste de las relaciones entre individuos, con
las instituciones del Estado. La pérdida de legitimidad política en las altas
esferas del Estado, la polarización del poder y la ineficiencia burocrática,
son el común denominador.
Todos somos proclives a ser parte del engranaje de la corrupción
como mecanismo para agilizar trámites u obtener beneficios. El “pago facilitador” es el modus vivendi, que permite a las
empresas públicas y privadas realizarlos como un tributo autoimpuesto, por y
para el mismo ciudadano, facilitando que al final, los trámites sean más caros,
pero realizables. La corrupción política genera ruido, ante la incapacidad
del Estado, pero no más. Tratan de combatirla con saliva y regulaciones jurídicas,
pero “norma dictada, trampa inventada”. Los ciudadanos tienen una gran
incidencia en la corrupción que perjudica a la inmensa colectividad. Y navegamos
en un mar de legislación, con un centímetro de aplicabilidad.
Estamos tan mal, que tiene que ver con el altísimo costo para quien de
manera limpia y sincera denuncia y combate la corrupción, y las reacciones
cargadas de agresividad que tiene que soportar. Las
evidencias son concluyentes, abundan las muestras de deterioro, de olvido; peor
aún, de indiferencia en cuanto al respeto a esas formas de comportamiento
asociados a la moral y la honestidad.
Resulta denigrante, pero ¡todos somos un montón de
corruptos! Político es sinónimo de corrupción, pero, carecemos de la autocrítica.
Nos quejamos de los ladrones de “cuello blanco”,
pero los apoyamos. La corrupción es costosa,
por eso, como las escaleras, hay que barrerlas de arriba hacia abajo. La mayor cantidad de actos de corrupción, no
solo se concentran en el contacto con las
altas esferas del poder, sino también, en el proceder
de las personas. Si queremos que las cosas cambien
debemos empezar por casa. Si tenemos la ilusión ciudadana de recomponer
al país, adoptemos una política integral desde la familia, los centros
educativos, el ámbito laboral, deportivo, mediático, cultural, financiero,
académico, legal, policía, ejército, etc.
No es disculpa, pero el sinfín de
impuestos causa indignación, reduce la honestidad y las
buenas costumbres. De allí surge todo tipo de acciones que NO son parte del ADN
de los colombianos, pero se aprenden. Los buenos o malos sentimientos y
cualidades, no nacen con la persona, se forman durante un proceso educativo que
empieza a temprana edad, siendo ejemplo, la actitud de la familia como factor
principal para lograr individuos honestos. Desconocerlo sería fatal.
La
corrupción empieza saltándose la fila, parqueándose en lugar prohibido, sacando
basuras a destiempo, no pagando impuestos, pedir que no le facturen, colarse en
el bus. Etc., pésimas formas que son actitudinales. En la pérdida de valores, es
oportuno reflexionar sobre esa condición, que constituye una actitud hacia
nosotros mismos. Un sujeto es honesto consigo mismo, cuando tiene un grado de
autoconciencia siendo coherente con lo que piensa. Contrario a la honestidad es
la deshonestidad, maña asociada a la corrupción, al delito y a la falta de
ética. Por ello, entre más incipiente es un sistema democrático, más alto será el nivel de corrupción.
Perdimos de nuestros abuelos
y padres eso que llamaban, “dar la palabra”, como regla de oro, que no era más que,
comprometerse a cumplir lo acordado, sin firmar un papel, pues, estaba de por
medio la honestidad. Hoy, firman “pactos de transparencia”, presumiendo de cumplidores
de la palabra al hacer un trato, que luego, no cumplen. Otros, reacios no pagan
préstamos, unos más, fanfarronean fingiendo ser honestos, estando muy lejos de
ello.
Civilidad: El que es honesto, acepta su error o
equivocación sin culpar nunca a alguien más por ello. Ser franco y tener el
valor de decir la verdad, es asumir que la verdad es solo una y que no depende
de personas o consensos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario