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sábado, 30 de noviembre de 2019

Llamado a la Civilidad


Angustiado escribo el primer día del mes de la alegría, pero imposible sustraerme de hacerlo ante los trances impulsivos y disturbios generados en las jornadas de paro, marchas, manifestaciones, protestas estudiantiles, besotones, caceroladas, plantones, etc., etc. ¡La realidad es que las cosas no van bien!
Por eso, alzo mi voz y empuño la pluma con todas mis fuerzas de luchador democrático para clamar desde esta columna al Señor Presidente Duque para que escuche la voz del pueblo y, para que, decrete un tratamiento distinto a la fuerza. Llamo también, la atención a mis leyentes para que construyamos conversaciones que contribuyan a restablecer el sosiego en la ciudad y el país.  Entendiendo que un país democrático como el nuestro, debe tener una institucionalidad avanzada y fuerte, cuanto más eficientes sean las leyes que se aplican, y cuanto menos los ciudadanos se desvíen de ellas.
En la línea de pedir, se reclama al gobierno nacional para que el presupuesto alcabalero “esculpido en mármol”, se distribuya en partidas suficientes, apropiándolas a las tantas necesidades y a la serie de problemas incubados durante varios años. Coincidimos y apoyamos plenamente la decisión de manifestarse, siempre y cuando, sea pacíficamente, como un ejercicio de verdadera acción cívica para expresar de forma pública la inconformidad. Existe insatisfacción porque Colombia cada vez retrocede a la época medieval, con su modelo económico afianzado sobre los pilares de la alcabala y la represión por las armas. ¡Vaya! decadencia ideológica, atropellar con impuestos a la ciudadanía.
Pero, Popayán no puede tornarse en campo de batalla, cuando ni siquiera se han cerrado los caminos de diálogo, y se mantienen las libertades y garantías para ejercer los derechos de movilización, aunque la resolución del conflicto esté en la capital de la república. El papel de la desobediencia asumido por los protestantes, quebranta la libre circulación, mal interpreta la teoría constitucional del artículo 24; vulnera el derecho a vivir en condiciones de paz y tranquilidad (art.86). Además, destruyen o menoscaban los bienes de propiedad ajena, sea pública o privada, conllevando a acciones delictivas que no se pueden tolerar.
Si los estudiantes querían llamar la atención del gobierno nacional, ya lo hicieron permitiendo el uso de capuchas o pasamontañas, siempre ligadas a la violencia. Me niego a creer que desde nuestra Alma Mater, acreditados docentes inciten a los universitarios; como tampoco se puede entender que entre los “infiltrados” estén metidos agentes de la fuerza pública.  Repudiamos los hechos vandálicos contra la amada “Ciudad Blanca” que recibe y atiende maternalmente a los universitarios. Tensos momentos vivió Popayán, tras el operativo de desalojo de una vía del centro histórico de la ciudad. Vandálicos, expresión precisa para catalogar a quienes rompen vidrios, pintan, rayan las paredes y arrojan bombas incendiarias contra el palacio municipal. Lanzar papas bombas, es un atentado criminal, contra los hombres del Esmad, que son un recurso extremo establecido constitucionalmente. En principio, las autoridades no deben acudir a este tipo de mecanismos para disolver cualquier protesta. Por lo que deben ser ajustados los protocolos del Esmad para desarticular a los violentos. Pero, claro, hay límites. Si son atacados, provoca reacciones de ese escuadrón que cumple el deber de ponerle el pecho no solo a las protestas, sino también a los desórdenes de cualquier índole. Entre tanto, la ciudadanía se conmueve porque estudiantes y policías son un mismo pueblo, por lo que no deben tratarse entre sí, como enemigos.
Entonces, es preciso reconstruir el diálogo nacional para construir y no destruir, con argumentos económicos y sociales confrontados con la realidad financiera del país. Con cifras y soportes en un análisis crítico para reexaminar las políticas del gobierno formulando acuerdos. Si bien es cierto, el paro es masivo y dilatado, constituye un duro revés para el gobierno, pero no compartimos la idea de los radicales que piensan que lo termine tumbando. No creo, porque, no hay sede vacante, lo que existe es sed de vacante y porque las centrales obreras son históricamente democráticas que buscan interlocución con el gobierno para negociar soluciones en sostenido dialogo conciliador y proactivo. Además, porque el civilismo y profesionalismo de las Fuerzas Armadas son pilares sobre los cuales reposa la democracia en Colombia.  
Civilidad: La muerte de cualquier colombiano, estudiante o policía, es un hecho que asombra a la ciudadanía y oscurece la protesta social.


sábado, 23 de noviembre de 2019

Desde la Torre del reloj


Mis escritos de evocación, para recontar que hubo en Popayán una época que muchos ignoran. Su historia en mi estilo, como un aporte a la solución para no alejarnos de la realidad, manteniendo ciudadanos informados, críticos, pensantes que reflexionen sobre la situación actual que nos ha llevado a estar en el punto en que nos encontramos.
Fue el Maestro Guillermo Valencia quien bautizó como ‘la nariz de Popayán’, a la dominante Torre del Reloj, erguida en la esquina del Parque Caldas. Construida durante nueve años (1673-1682) con 90.000 ladrillos que conforman su estructura. Habían pasado de 55 años de su edificación, (1737) cuando colocaron el reloj de fabricación inglesa accionado por dos pesas de plomo que, durante la independencia de Colombia, en 1814 Antonio Nariño reemplazó por dos moles de piedra con el fin de utilizar el metal para fabricar municiones.
La mayoría de la gente desconoce la tradición de este campanario que es un ícono, referente que nos otorga sentido de pertenencia con Popayán. La arquitectura de la ciudad con el paso de los años, ha sufrido grandes variaciones en sus materiales y en su estética, adaptándose al tiempo y civilización “moderna”. Los símbolos de la ciudad, tienen valores para la comunidad, que definen la idea de pertenecer al lugar y distinguirnos de él. Mi deseo, entonces, porque la historia tenga un significado para los niños, jóvenes y adultos, como una herramienta para comprender mejor el presente de un pasado y aprender a intervenir en el futuro de un presente.
Antiguamente, el tañer de las campanas, era el reloj de mano de nuestros abuelos; por el toque sabían en qué hora vivían. Las campanas eran el sistema de alarma cuando había un peligro. Las campanas eran el despertador y su toque ponía fin al día. También, para reunir a los vecinos y para anunciar las fiestas, es decir, todo un sistema de comunicación a distancia sin cables.
Los habitantes y transeúntes de la ciudad no han caído en cuenta, o no aprendieron a leer el reloj de un solo puntero de la torre, seguramente porque ya no enseñan los números romanos en la escuela o el colegio. Hace ya muchos años, hice una pregunta a mi profesor a la que le dio cierta importancia, revelando que los números romanos del reloj de la Torre, no estaban mal, que no era un error del constructor del reloj.
El sistema de numeración romano, se basa en el método aditivo. Es decir, I más I eran II, V más I eran VI, y II más II eran IIII. Con el paso del tiempo, decidieron usar el método sustractivo, o sea, al número anterior se resta su cantidad al siguiente. Así que, en lugar de escribir 4 como la suma de 2 más 2 (IIII), se escribe como la resta de 5 menos 1 igual (IV). Sobre esto, hay muchísimas historias. La más creíble es la que cuenta que, en el año 1370, el relojero Henry de Vick recibió el encargo del rey para construir un reloj que se colocaría en la torre del Palacio Real de Francia -conocido como La Conciergerie o el Palais de la Cité-. El rey Carlos V de Francia recriminó al artesano por haber representado el 4 como IV y no como se escribía III en aquel tiempo. El relojero le señaló que era así como se escribía, pero Carlos V respondió irritado: “El Rey nunca se equivoca”, por algo era apodado El sabio. Por esa orden perentoria, el reloj fabricado por de Vick continúa colocado allí con el uso del número IIII.
La otra versión relata que, un relojero suizo confeccionó el reloj encargado por su soberano, cometiendo la equivocación de representar el número 4 como IIII y no IV, por lo que el rey mandó ejecutar al artesano y, como protesta por tal hecho, y como homenaje, todos los colegas de profesión del relojero decidieron utilizar el IIII en vez de IV.
Pero la explicación más convincente sobre la preferencia del IIII, en vez del IV en los relojes de numeración romana, es la que apunta a razones estéticas de simetría, pues el IIII, armoniza con el VIII, aunque, el Big Ben de Londres lleva el IV.
En Popayán, mantenemos la cultura tradicional sobre la percepción del tiempo, la cual presenta una dimensión subjetiva distinta de aquellas en las cuales la modernidad ha entrado arrolladoramente bajo los embates del consumismo. ¡En Popayán el tiempo pasa, pero no corre! Este fenómeno está simbolizado en la Torre del reloj, una mole de ladrillo convertida en el punto de referencia físico del acontecer payanés, una metáfora de lo perenne e inamovible donde la aguja marca cuando quiere, despaciosa y evocadoramente el ritmo de un orden social en el que las costumbres combinan lo nostálgico, lo utópico y lo moderno en la ciudad perturbada.
Civilidad: En Popayán el tiempo fluye hacia atrás


sábado, 16 de noviembre de 2019

La plaza de Caldas


Llamada así la plaza principal de Popayán, en  honor a Francisco José de Caldas prócer de la independencia, cuya estatua se erige en el centro del parque. Personas cercanas a Sebastían de Belalcázar fueron los encargados de gobernar a Popayán y de señalar los solares donde debían construir sus primeras casas los españoles que hasta entonces habitaban las chozas de los pubenenses. Diseñaron la plaza rodeda de los principales edificios, el Palacio Municipal, la sede del gobierno departamental y, la iglesia catedralicia de culto católico dedicada a la Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción de Popayán. Quisieron además,  que la plaza mayor estuviera rodeada de calles y caserones simbolizado por el trazado físico de un “tablero de ajedrez”.
Rápidamente la sociedad colonial se organizó en una estructura jerárquica en que predominaba el modelo ideal de la conformación de dos “repúblicas”. La de los blancos en los núcleos urbanos ordenados en ciudades. Y otra, en  villas y lugares para los indios y los negros, imponiendose el interés por cumplir normas y preceptos urbanísticos.
El trazado resultante era bastante sencillo. Alrededor de la Plaza Mayor, que generalmente era una manzana vacía, empezaba la cuadrícula que servía de esquema para permitir la extensión de la ciudad en todas las direcciones, siguiendo la norma del año 1523, recogida en las ordenanzas de Felipe II, que textualmente ordenaba: “Que, aunque la población vaya en gran crecimiento, se pueda siempre proseguir y dilatar en la misma forma”. Se contemplaba que el modelo no se alteraría, ni siquiera por las dificultades del terreno. Simplemente las manzanas se cortaban para adaptar el borde de la ciudad a las formas irregulares de la naturaleza.
A lo largo de toda su historia, Popayán no se ha caracterizado por el número de sus habitantes, sino por las actividades de los hombres que residen, por sus rasgos particulares de estatus económico, político, de sociabilidad y de cultura. La ciudad se ha diferenciado del medio que la circunda, y en éste, ella es el punto de residencia del poder. “El Estado crea la ciudad. Sobre la ciudad el Estado toma lugar”. Así fue como concedieron licencia y facultad para poder hacer en esta provincia una fortaleza en conveniencia para la defensa de los españoles que en ella residieran y, en la parte que mejor les pareciera.
Debido a este carácter, la ciudad asumió el papel de ser un gran escenario donde se representaba el poder, y por ello el espacio urbano se dispuso de cierta manera. Por sus estructuras, la ciudad mostraba lo que se concebía como el orden: los ángulos rectos, las aguas canalizadas (para la gente de origen popular porque las personalidades tenían sus propios chorros de agua). Los emblemas como las plazas y las fuentes de agua, surgieron como las victorias de la cultura sobre la naturaleza. El esplendor de la vida urbana se proyectaba en el campo, el cual producía para la ciudad alimentos y materias primas, además de pagar impuestos. Esta riqueza se acumulaba en la ciudad. La ciudad atraía la opulencia y a los hombres que producían esta opulencia.
En este modelo, la Plaza Mayor era el elemento fundamental que estructuraba el espacio urbano. Era el centro de la ciudad, el centro geométrico, simbólico y vital. Era el elemento generador de lo urbano y, toda la ciudad se organizaba a partir de éste. Por ello, las ordenanzas de Felipe II dictaminaban que, “comenzando desde la plaza mayor y sacando desde ella las calles”. En este centro confluía toda la vida de la ciudad. Era una sociedad cultural, donde el contacto personal era fundamental, en la que, la palabra ocupaba un puesto de primer orden, la plaza era el lugar de encuentro para todas las funciones sociales públicas, tanto las derivadas del ejercicio del poder como las fiestas y diversiones. Por ello en el marco de la plaza se ubicaban los edificios del poder civil y los religiosos. Allí se administraba y se hacía justicia, se celebraban las ferias, los mercados y, se conmemoraban las celebraciones fiestas.
Entonces, Popayán bella joya colonial, fue ubicada justo, en medio de una arboleda, cruzada por los ríos Cauca y Molino, que se funden en uno solo, dándole importancia a la plaza central y al seductor paisaje de fondo con sus sierras nevadas del lado derecho y el radiante sol al lado opuesto.
Civilidad: Hablar de la Popayán que se nos fue, es alucinante.

sábado, 9 de noviembre de 2019

Entre la polarización y la indignación


La historia de Popayán se partió en dos a partir de 1983 cuando renació de sus propios escombros convirtiéndose en ciudad coloniense. Según la mitología griega, el Ave Fénix, se desvanece para renacer con toda su gloria. Desde entonces, sin importar de qué raza o cultura sea, la ciudad lo acepta como uno más. Esa es la razón, de porqué las tradiciones y costumbres perdieron fuerza con el paso del tiempo. La gente cambió sus opiniones, su modo de entender la ciudad y el sentido de su vida como resultado de nuevas experiencias y conocimientos de la sociedad, en la necesidad de adaptarse y por la influencia de otros grupos sociales con los que a diario establece contacto.
En tal sentido, es muy importante recordar nuestro pasado, para ejercer un correcto control social y las rutas de la ciudad en su conjunto. Es necesario también, discutir sin acalorarnos con qué criterios aceptamos o rechazamos las costumbres y tradiciones de otros pueblos. Hay que acercarse a esta realidad, manteniendo ciudadanos informados, críticos, pensantes, que reflexionen sobre la situación actual que nos ha llevado a estar en el punto en que nos encontramos, para en conjunto, cambiar nuestra actitud a fin de no cometer los mismos errores.
Ahora situémonos en el proceso democratizador de la Constitución Nacional vigente hace 30 años. Preguntemos por las cualidades para administrar en la elección popular. ¿Era mejor la designación de mandatarios por decreto presidencial o por decisión popular? Y lo que se torna urgente preguntar: ¿cuántas trabas surgen de hecho y de derecho en medio de este ambiente leguleyesco en que vivimos?
Se promovieron nuevas formas de hacer política con el constante interés por acceder a las dignidades públicas. Sin embargo, frente a la participación en la decisión electoral, resulta todavía bastante limitada la representación de la mujer, como muestra de una política más incluyente y menos discriminatoria.
Estamos pasando por una crisis multidimensional que traspasa las fronteras de lo económico y lo político. Hay una aguda descomposición social a causa del enriquecimiento fácil. Nos agobian: la polarización a causa de las fuerzas en conflicto y la extensión de los enfrentamientos armados quedando en medio las comunidades, resultando afectadas por un accionar armado atomizado. Se generalizó la “ guerra sucia”. Se multiplicaron las formas de violencia que se entrecruzan sórdidamente, incluyendo la guerra en las calles, en las redes sociales, la delincuencia común, hasta la guerra generada por el narcotráfico. La crisis en la justicia, la pérdida de credibilidad en las principales instituciones, -particularmente en el Congreso-  la ausencia de liderazgo político y la pérdida ideológica de los partidos menoscaban nuestra frágil democracia. Todos estos fenómenos en conjunto, deben analizarse con cabeza fría, después de haber configurado el mapa del poder local y regional.
En poco tiempo estaremos en elecciones parlamentarias. Sin embargo, el acontecer político no ha colmado las expectativas del bienestar de los ciudadanos, porque la ocupación de una curul en el congreso, no se ha entendido como la oportunidad de construir. Y en ese sentido, la única forma de poder que debería obsesionar a los políticos, es la de poder hacer. Por eso, los partidos tradicionales, entraron crisis, perdieron poder; ya no son capaces de imponer candidatos con chance real de triunfo. El viejo sistema de castas políticas dominantes enfrenta dificultades para conservar su monopolio del poder con la llegada de uno nuevo, marcado por liderazgos personales en medio de una ola de indignación o polarización.
No hay duda, tanto en la política, como en muchas otras actividades humanas, se requiere la renovación de ideas. En este punto no hay que enfocarse hacia el descrédito del ejercicio de los funcionarios públicos y políticos, evitando caer en lugares comunes asociándolos con la corrupción porque no todos son pecadores. Pero eso sí, la comunidad debe contar con la madurez suficiente para llamar desde las urnas al retiro de sus representantes.




sábado, 2 de noviembre de 2019

Y se cumplió un sueño


Pasados 28 años de la expedición de la Constitución de 1991, a muchos se nos olvidó o no queremos entender que Colombia dio apertura al reconocimiento de la diversidad cultural. Recordemos que Popayán y sus grandes construcciones del sector histórico fueron levantadas por la mano de obra de esclavos. Estos se encontraban en una situación de inferioridad en cuanto al trato por parte de la Corona, comparado con la legislación protectora de los indios.
La diversidad cultural y multiétinica, es una característica esencial de la humanidad, factor clave del desarrollo que se expresa en una gran pluralidad de identidades y de manifestaciones culturales de los pueblos y comunidades que forman la nación. Las culturas no son aisladas, menos en la era de la globalización en el cual nos encontramos. Pero, corregir esta situación y valorar la existencia de múltiples culturas, ha sido una tarea  incansable de los grupos étnicos y culturales que disienten de la “cultura dominante”.
Se han dado, intercambios de saberes, puntos de encuentro y desencuentro que son neceariamente relaciones interculturales. Sin olvidar sus reclamos por mejores condiciones para los grupos indígenas y afrodecendientes. Los conflictos interculturales se han hecho más comunes ante la búsqueda de soluciones a las necesidades insatisfechas, tanto para campesinos como para pueblos indígenas y comunidades afrocolombianas.
Después de la Constitución Política, se dieron las primeras disposiciones reglamentarias, tendientes a proteger sus derechos. Entonces, el Estado se  percató que debía promover la protección e implementación de otros, tendientes a brindar una integración adecuada de esas “minorías”, mediante acuerdos como el derecho a la tierra, la salud, educación, entre otros.
Con el surgimiento de la Corte Constitucional, vigilante del correcto cumplimiento y aplicación de la Constitución, sus fallos lograron interpretar los nuevos postulados constitucionales, dirigidos al reconocimiento de la diversidad cultural.
El departamento del Cauca y especialmente Popayán, ha sido reconocida gracias a su legado histórico, político, social y cultural; pero los mestizos olvidamos que también llevamos sangre de cimarrones.
¡Los nortecaucanos siempre soñaron! Y llegaron a promover, sin resultado, la independizacion del Cauca con la creación del departamento de Obando, en pro de la conservación de sus usos y costumbres más relevantes y desde luego, para proteger el derecho a la diversidad.
Colombia es una pirámide social pigmentocrática, porque las desigualdades sociales han sido y son el resultado combinado de la clase social  y el color de piel. Casi todos los países de las Américas son  pigmentocracias, siendo Colombia el segundo país, después de Brasil, con mayor número de población afrodescendiente en América Latina.
Lo anterior,   como incorregible ciudadano optimista, me hace pensar que por fin, el Cauca ha dado el gran paso para erradicar la pigmentocracia. Era necesario hacerla explícita para efectos de problematizar la ideología del mestizaje asociada a una democracia racial. Una manera de frenar esa exclusión, es comprendiendo que los afrodescendientes siempre estuvieron aquí con una historia traumática y dolorosa.
En la construcción de una historia diferente, en el Cauca actual, tratando de  recuperar la memoria y la visibilización de expresiones afroculturales, dándole aporte afro a la administración pública con hombres y mujeres afrodescendientes que le  inyecten importantes dinámicas desde distintos ámbitos, no podemos negar el origen de la idea.
Si no hubiese habido un Martin Luther King, un Barack Obama y un Senador con humanismo universalista, como Temìstocles Ortega, hoy el Cauca no tendrìa el primer gobernador afrodescendiente. Es un hecho histórico. Una verdadera gesta política, haber elegido a Elías Larrahondo en esta región, otrora principal centro esclavista, en donde los negros se encontraban privados de voz y, menos, para participar en la vida pública.   Ortega Narvaez,  con su cauda electoral, quizo reafirmar su condición de “barón electoral”, echándose solo al hombro, la candidatura afrocaucana. Y para convertir en realidad el sueño de Elìas Larrahondo, votaron 235.500 caucanos: “Blancos, indios y negros una sola ilusión/ Hijos de la misma tierra/ Frutos de la misma flor”.