Ante el irregular suministro de
electricidad a que nos tiene sometidos la empresa de energía en Popayán, las
máquinas de escribir no han pasado a la historia. Continúan siendo vitales. Todavía es posible
escuchar el tecleo, ese inconfundible: “clack, clack, clack” de los
mecanógrafos. Sonidos que están en 'peligro
de extinción', debido a nuevas tecnologías. Ya no son escuchados en la vida
diaria y son desconocidos para los más jóvenes, que ahora conviven con la resonancia
de las comunicaciones de las redes sociales.
Así que, desempolvando mi antigua máquina
de escribir, volví a la práctica de la dactilografía, que es el arte de escribir con teclados mecánicos. Con ello, vino
también, a mi memoria, la forma en que en mis tiempos adquirí la pericia en esa
práctica. Acaricio mi antigua máquina de
escribir y pienso que no ha quedado obsoleta. Por eso mis manos y mis dedos la
buscan y la manosean. Al tecleado como el pianista, la acaricio y le interpreto
su sonido que es como la contestación a lo que en ella escribo.
Devolví también a mi memoria, el pequeño salón
ubicado en el barrio Modelo, carrera 9ª, donde funcionaba un centro de
capacitación, en la residencia del profesor Liborio Gómez, quien, apoyado por
una secretaria, instruía a los alumnos en materia tan importante de la
mecanografía. Recuerdo que el salón contaba con una veintena de vetustas
máquinas, desde luego, importadas, marca: Remington, Underwood, Royal, por
consiguiente de alto valor. Hoy los precios de ellas están disparados en la
medida en que son más buscadas por los coleccionistas. Son antigüedades que ya no
se fabrican en ningún lugar del mundo.
No se conoce una sola fábrica que siga produciéndolas. No hay duda, son
populares entre aquellos que desean una pieza para decorar su sala o su
oficina, para conseguir ambientes estéticamente agradables.
En aquellas calendas, era tan necesario saber
escribir a máquina que, se constituía en requisito indispensable para trabajar
en cualquier empresa. Esa fue pues, mi primera meta alcanzada. Orgullosamente
graduado en mecanografía escribiendo 80
palabras por minuto. Prueba monitoreada con cronómetro. Esta explicación radica en aquellas
rudimentarias máquinas, que la mayoría
de niños, jóvenes y aún adultos de hoy día no saben su funcionamiento. No
tienen por qué saber la forma de colocar el papel ni la tinta a dos colores
(rojo y negro) que se usaba en tiempos idos.
Termino este homenaje a mi vieja máquina de
escribir con la anécdota que cabe aquí, sobre el uso de la cinta color rojo. En
épocas de fervor político, era costumbre inveterada que el viejo caudillo del
partido liberal remitiera cartas de recomendación, escritas totalmente con
tinta roja, para dar mayor énfasis a sus solicitudes, significando con ello que
el recomendado gozaba de todo el apoyo para el nombramiento en la entidad donde
existiese la vacante.
Hoy, con el avance de la
tecnología, la escritura a mano y en máquinas de escribir manuales, parece
haber quedado sólo para los románticos, a los que les cuesta separarse de su pluma y su cuaderno. Siempre
habrá preferencia, por la computadora como ocurre con los libros electrónicos,
pues, la comodidad de estos dispositivos es innegable, pero nunca podrá superar
el olor de las páginas de un libro y el placer de hojearlas; del mismo modo que
ningún teclado, ni ningún lápiz electrónico conseguirá ser mejor que la visión
de una pluma derramando palabras sobre el papel.