Ser patojo es lo más parecido a un título de
nobleza de aquellas épocas pretéritas. Es
la esencia de una raza que existió en Popayán, digna de pocos y envidia de
muchos. Algo así como tener sangre azul, es decir: ´de familia aristocrática´. De todo lo captado en
la obra monumental del pintor Efraím Martínez. De caballeros de la realeza que
no salían al campo a trabajar, por tener la piel más pálida, a través de la
cual se les podían ver las venas. En contraste, con esa realidad hoy perdida, el
´patojo´ real es aquel nativo que tuvo niguas y que le corre pipián por las
venas.
Cuando llegaron los
colonizadores, ya había pobladores en este valle de Pubén que cultivaban las
niguas. Francisco
López de Gómara, el cronista español del siglo XVI, que insistió en la
Conquista de México y Centroamérica, las describió así:
“La nigua es como una pulga pequeñita,
saltadora y amiga del polvo; ni pica sino en los pies; se mete entre cuerpo y
carne; pare luego sus liendres en mayor cantidad que cuerpo tiene, las cuales
en breve engendran otras y, si las dejan, se multiplican tanto que no las
pueden agotar y remediar sino con fuego o con hierro. El remedio para que no
piquen es dormir con los pies descalzos o bien cubiertos. Algunos españoles
perdieron con esto los dedos de los pies y otros todo el pie” (Fco. López de G.
Historia General de las Indias, I Hispania Victrix, 1985, p.65).
Así que hace más
de 200 años, esta plaga invadió cada rincón de Popayán. Era un insecto llamado ´Nigua´
que se metía entre los pies de la gente que andaba descalza o con alpargatas de
fibras naturales, provocándole infecciones y una terrible picazón, que los hacía
caminar con los pies abiertos, como caminan las aves de este tipo.
Hoy
cariñosamente y sin ficción estética nos llaman “patojos”, por cuenta de esa plaga
que se propagó en Popayán y, por lo que los pobladores de Popayán: indígenas,
criollos, mestizos y mulatos, tenían morros de niguas en los dedos de los pies.
En semejante cuadro conmovedor, los afectados se rascaban en los “testigos”-
esquineros de piedra- colocados en las paredes manchándolas de sangre al haber sido
infectados por ese bicho. Estos esquineros como “testigos”,
hoy se conservan en el centro de la ciudad, otros se restauraron y reconstruyeron
después del terremoto de 1983, haciendo parte de la arquitectura del sector
colonial de Popayán, que bien podría ser considerados como símbolo de la
historia "patoja" contada mediante la expresión oral. Esquineros que
en tiempos arcaicos sirvieron también, para proteger las paredes y muros de las
vacas, mulas y caballos arreados desde los corrales de las ferias hasta el
matadero. -yo conocí una familia de arrieros apodados los “arbolitos”-
En la genialidad del gobierno de
la época, para matar esa “bacteria” de las niguas, decidieron pintar con cal todas
las edificaciones por fuera y por dentro.
Y como esa guerra contra la Nigua durara mucho tiempo, Popayán quedó
pintada toda de blanco, derivando su título de “Ciudad Blanca”.
Hoy todo ha quedado perpetuado
para siempre, todos los símbolos, bajo la magia de la leyenda. Y como Popayán
tiene una amplia cultura, mis antenas todos los días de mi existencia, seguirán
abiertas para ser receptivo y repetitivo de aquellas patojadas que me conmueven
a ser más patojo todos los días de Dios.
El gentilicio, indica la
procedencia de nacimiento. Pero yo, en mi sensibilidad humana, siendo natural
de Popayán, repito simplemente, y con auténtico orgullo que soy “Patojo” todos
los días porque amo a mi ciudad,
porque la respeto, porque me gusta narrar su historia y, sus tradiciones.
Civilidad: Patojo es aquel que, teniendo el atributo de haber nacido en Popayán,
exalta con inmenso vigor, todos sus rincones: paredes blancas, el poniente sol, torre del
reloj, el puente del humilladero y sus costumbres.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario