Nadie nace con la comprensión esencial del tiempo, pues desde niños debemos
aprender a sincronizar y coordinar el comportamiento con el mundo. Cuando vemos
pasar los años, pareciera que el tiempo transcurre más rápido. Ahora con
más frecuencia oigo -o hago- el comentario: cómo pasa el tiempo, ya estamos en
febrero.
En
nuestras conversaciones, por lo general, nos referimos a ganar tiempo, perderlo
o ahorrarlo. Pero en realidad, el tiempo avanza infaliblemente. Frente al paso
o velocidad del tiempo no hay nada que podamos hacer. Imposible detener las
manecillas del reloj para alterar su curso o hacer que giren más rápido para
alcanzar el futuro. En fin, todos utilizamos el vocablo `tiempo` para
significar que lo perdemos, lo necesitamos o que vuela.
De este
tipo de tiempo, en su libro Alan Burdick, editor científico de la
revista New Yorker, describe cómo el organismo funciona en ciclos de 24
horas. “Típicamente cuando decimos: ‘el tiempo voló’, estamos significando
‘perdí la noción del tiempo’, dice el autor.
Sabemos
que el organismo tiene su propio reloj biológico. Casi todas las funciones
fisiológicas, desde los latidos del corazón hasta el crecimiento del pelo, se
dan en relación a ese ciclo circadiano. Está tan integrado en el ADN de las
células que quienes han sido trasplantados de riñón dicen que se acostumbraron a
orinar a las mismas horas en que lo hacía el antiguo dueño de ese órgano.
Entonces,
el tiempo lo empleamos para realizar la medición de lo que dura algo que es
susceptible de cambio. Ese periodo puede medirse o cuantificarse como tiempo. Así
escuchamos decir: “el estudiante “perdió el tiempo” cuando perdió el año en el
colegio; “está perdiendo el tiempo con
ese tipo”, cuando el novio no le ofrece
un buen porvenir a la dama. “Tenemos tiempo de sobra”. “Nos cogió el tiempo”.
“Llegó a tiempo”. “Ahora no tengo tiempo”. “Los tiempos cambian”. Etc., etc. De allí que todos solemos ajustar el tiempo al sistema de
unidades temporales estándar: minutos, horas y días de la semana.
En el
tiempo psicológico el asunto es más complejo. Todos en algún momento han podido
certificar cómo las horas pasan lento o rápido, dependiendo de las
circunstancias. A paso de tortuga, para enfermos en una clínica u hospital o
para los condenados en una prisión carcelaria, donde los minutos parecen durar "una eternidad". Sin
duda, pierden la noción del día y la noche y, con ello la percepción del
tiempo, como en la canción “Cautiverio” de Daniel Santos, cuando canta: “que
lentas pasan las horas en esta cautividad/Aquí se sufre y se llora…”. Al
contrario, sucede cuando el tic tac
suena en el corazón al pasar una tarde con una buena compañía.
Los enfoques,
de la infancia y la madurez conforman lo que William James denomina “el tiempo
psicológico”. Teoría que menciona que el tiempo no tiene porqué acelerarse
necesariamente cuando nos volvemos más viejos. En cierta medida, depende, de
cómo vivimos nuestras vidas y de nuestra capacidad para permitirnos seguir apreciando,
todo lo que nos rodea con ilusión y curiosidad.
Concluyo
diciendo con Séneca: “No es que tengamos poco tiempo, es que perdemos mucho
tiempo”
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