Buscar en El Viejo Farol

domingo, 25 de agosto de 2019

Reflexiones sobre el tiempo


De niños jugábamos a ser viejos. Nos gustaba aumentarnos los años para  que nos dejaran  entrar a cine a ver películas aptas para mayores de 18 años. Queríamos tener la edad de una persona vieja, no por curiosidad sino porque queríamos en realidad ser adultos para alcanzar las ventajas de los viejos.
 Me da vueltas y vueltas la cabeza llevándome directamente a pensar en el paso del tiempo. Inevitablemente, echo la vista hacia atrás y me mareo al darme cuenta de lo rápido que han pasado los años. Ahora comprendo que el reloj empieza a correr velozmente desde cuando se nace. En otras palabras, empezamos a morir desde cuando nacemos. En verdad, el tiempo pasa más rápido cuando somos felices, cuando nos divertimos. El tiempo es esa unidad de medida que determina los momentos que vivimos, que a veces se siente eterna y otras veces pareciera que solo durara un instante.
Los científicos intentan descubrir cómo perciben nuestras neuronas el paso de los minutos y por qué cuando estamos aburridos, los segundos parecen arrastrarse lentamente hacia el futuro. Como dice el bolero “que lentas pasan las horas en esta cautividad…”.  En cambio cuando nos divertimos o estamos felices el tiempo vuela. Cuando miramos  el reloj… ya es de noche; y cuando menos se acuerda ya es viernes y al menor descuido… se acabó el mes…. Y en un decir Jesús, llegó diciembre y, san se acabó el año. Así pasamos sin darnos cuenta 50, 60 o 70 años. Contando tantos calendarios, solemos preguntar, ¿dónde están nuestros amigos? Unos se fueron para no regresar, otros incapacitados para salir de su hogar, por el deterioro de los años.
Por eso, ahora que tengo tiempo, he dejado de concentrarme en el reloj. Ahora deseo que el tiempo se detenga y como no se detiene, voy por la vida viendo pasar lo inútil que son las horas. “Reloj detén tu camino” para encontrar a mis amigos y compañeros, para saber cómo están y en que andan, para decirles lo importantes que son para mí. Ahora que algunos amigos se han adelantado en el camino, reflexiono lo corta que es la vida, me doy cuenta que llegó el momento de no posponer nada. No hay que decir, después te visito, después lo hago, después cambio.
Cuando estamos en la lozanía, siempre dejamos todo para después.  Y después las cosas cambian… Después, el café se enfría. Después, los hijos crecen y se van. Después la gente envejece. Después la vida se acaba. Con el paso de los años, las agujas del reloj se tornan enloquecidas, parecieran que,  su paso sin el peso, las aligeraran. Pero en fin…, el cerebro humano en vez de un reloj interno, pareciera que posee una variedad de ellos.
Repensando, la vivimos en cambios constantes, por lo que nunca dejamos de aprender a vivir, de allí que la única forma de detener el tiempo es recordar el pasado.
Civilidad: Con las reminiscencias volvemos en el tiempo que ya pasó.





sábado, 17 de agosto de 2019

La noble Popayán


He dado un paseo por la lectura, para conocer sobre otras épocas de la historia.  Imposible cubrir el amplio abanico de temas, desde la época pre-colombina, haciendo referencia a los acontecimientos como república. Colombia como nación, es relativamente nueva, acaba de cumplir 200 años. Sin embargo, pocos conocen de ella, porque desde hace 32 años se dejó de enseñar la historia de Colombia como cátedra independiente y obligatoria.
Las ambiciones regionales y la avaricia, han estado presentes desde el período de la “Patria Boba”. Llamada así, por la pérdida de tiempo, que en realidad no fue tan “boba”, porque se dieron los primeros pasos para la conformación de la República. Cartagena y Popayán tenían los mismos títulos, inclusive más que Santa Fé de Bogotá para ser la capital. Pero, no fue así porque al primer congreso nacional, de provincias convocadas el 22 diciembre de 1810,  concurrieron Santa Fé, Mariquita, Neiva, Pamplona, Socorro y Novita (Chocó), dejando por fuera provincias tan importantes como Cauca, Antioquia, y Cartagena. Y, en noviembre de 1811 aprobaron el Acta de Confederación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, considerada la primera Constitución Nacional, documento que  fue redactado por nuestro coterráneo Camilo Torres.
Para que se conozca la grandeza de los próceres que han glorificado a Popayán, en las arquillas del Pateón de los Próceres, se guarda como un tesoro, las cenizas de figfuras de grandes hombres, hijos de mi ciudad, que dieron su sangre por la patria para fundirse en bronce de eternidad.
Para renovar esos sentimientos de amor por mi nativa ciudad, leamos el pensamiento  del Maestro Baldomero Sanin Calvo sobre Popayán. “En todos los sucesos de la historia de Colombia que tienen significado primordial, Popayán ha presentado sus hijos para la dirección de las gentes o para la consagración de las ideas, sellándolas con la propia sangre. Fue larga, penosa, para muchos incomprensible, aquella etapa de nuestra historia en que las ideas, los principios, en algunos casos excepcionales las ambiciones de hombres exclusivos, convirtieron en campamento el haz de la República, que en la mente de los fundadores debió ser palestra de la razón. La prueba de las guerras civiles no paralizó el andar de las naciones civilizadoras, como se ha creído erradamente. En esas luchas acabaron por afirmarse en el corazón de las gentes y en las instituciones la idea democrática y republicana y el amor a la paz. En aquellos años de prueba la historia de Popayán es acaso la más agitada y violenta. Ofrendó la vida y la actividad de sus mejores hijos en campamentos antagónicos para afirmar el destino de sus principios. De aquellas luchas la idea republicana salió ilesa. Y si en ocasiones la libertad pareció sufrir pasajeros eclipses, el equilibrio natural de las fuerzas humanas ha venido a hacer de este país el asilo natural de la libertad en todas sus manifestaciones, y de la tolerancia, que es la virtud máxima del hombre civilizado. En todo momento de nuestra carrera colombiana hacia el adelanto fundado en la justicia y en la moral, esta noble ciudad ha enviado sus hombres a la lucha mortal, a los parlamentos, a las legaciones, para mantener en alto la idea colombiana”.
Civilidad: Mis escritos sobre Popayán no tienen contenido nostálgico sino de  reflexión.

sábado, 10 de agosto de 2019

Osama Bin Ladeen vive en Popayán



Me saludó por mi nombre.  En principio no lo reconocí. Se había rasurado su larga barba que lo identificaba como Osama Bin Laden. Este señor bautizado como Fabricio Rodríguez, llegó hace 28 años de Yarumal Antioquia. Lo tocó, Afrodita, la diosa “patoja” del amor y hoy tiene detrás una mujer con cuatro hijos.  Es un trabajador de la economía informal con el consentimiento tácito de las autoridades.
Desde su punto de venta, en el semáforo de Campanario, moneda a moneda, consigue el sustento diario para mantener a su familia. Solo cuenta con eso, pero gracias a Dios, nunca le ha faltado para la comida de sus hijos. Por ello, bendice a Dios, a Popayán y, a todos los transeúntes que le ayudan en su faena diaria.
Elevando mi ego, me dijo: leo sus columnas y me gustan. Sin duda, es un hombre educado. Podría afirmar que es un letrado, pues, entre venta y venta, lee los periódicos que ofrece, entre ellos: el Nuevo Liberal.
En el “rebusque”, brinda trozos de dulce abrigo, que previa limpieza del espejo retrovisor de los vehículos, entrega a cambio de algún dinerillo. Promociona la Revista Motor, haciendo que los clientes no se aburran con él, porque en la variedad de los productos está la clave del éxito en las ventas ¡Paisa, al fin y al cabo! Esa es la vida de este trabajador informal, que se gana la plata, sudando la gota, echando pavimento para sacar lo de sus obligaciones; que cuando está bueno, recoge 50 o 60 mil pesos diarios. 
Este trabajador de la calle, tiene bien ganado un puesto público o privado en cualquiera de las entidades de la ciudad; o al menos, un pequeño lugar en caso de una reubicación a un centro comercial por sus bien ganados méritos de comportamiento durante largos años de prueba en Popayán.
Fabricio, es un hombre de cualidades. Hace parte de la realidad social y cultural de la ciudad. Al entablar conversación, demuestra estar al tanto del acontecer de la ciudad, el Cauca y Colombia, diferenciándose de los demás, como un hombre interesante. Procede de los estratos más humildes, de los barrios más desfavorecidos de la comunidad de Antioquia; seguramente desplazado por la violencia del país. Es uno de miles, que no han podido conseguir un empleo, que se aburrió de golpear puertas buscando una ubicación estable, aunque fuera en el puesto más humilde y, no lo consiguió.
Fabricio Rodríguez, alias Bin Laden, es un trabajador informal que no viola el Código de Policía porque no invade el espacio público con múltiples ventorrillos en cada acera o esquina de Popayán. Es un pajarillo que vuela de rama en rama, en busca de la comida, sin generar caos urbanístico. Este buen hombre, se encuentra bajo los derechos fundamentales básicos, como el derecho a la supervivencia, para procurar a sus hijos siquiera un pan y un agua de panela, para no hablar del derecho al trabajo y a una vida digna, de la cual carece el vendedor ambulante.
Civilidad:  Como el Estado no hace uso efectivo de la mano de obra desocupada, margina a esa población, que opta por generar ingresos de manera informal. Seguramente, si les dieran un chaleco o carnetizaran a los vendedores ambulantes, las autoridades podrían controlar el espacio público.



sábado, 3 de agosto de 2019

Popayán y sus maldiciones


Echando un vistazo hacia atrás, desde uno de los campanarios de la arcaica ciudad, me remonto a la época del reparto de maldiciones que tuvo Popayán a finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII.
En la historia de Popayán hubo un arzobispo, cuyo nombre no puedo acordarme. Acosado por las vicisitudes de los jesuitas, durante el gobierno presidido por Tomás Cipriano de Mosquera, quien, bajo pena de destierro, obligaba a los curas a presentar autorización del poder civil para ejercer el culto religioso. Ley que pretendía evitar que los sacerdotes provocaran revueltas usando su influencia sobre las masas. 
El cuento es que, fue tanto el fastidio de la oposición al arzobispo que, lograron volver contra él los fieles, hasta obligarlo a abandonar a Popayán. Este, ya en las afueras de la ciudad, se quitó las sandalias, maldijo, exclamando: “De Popayán, ni el polvo”.
En la creencia popular, las maldiciones tienen un papel destacado. Popayán, está llena de supersticiones, de mitos y leyendas que no se han contado. Con el correr del tiempo, esa maldición que fue el deseo maligno del arzobispo, dirigido a Popayán, en virtud del poder profético del lenguaje, lentamente se está cumpliendo. Las calles están llenas de rumores  y calumnias. Las maldiciones devoran la ciudad y son tenidos por culpables los que habitan en ella.
He ahí el porqué de la cruz de Belén, en la que se lee en sus cuatro costados: “Un Padre Nuestro a San José para que nos consiga buena muerte”; “Una Ave María a la madre de Misericordia para que no sea total la ruina de Popayán”; “Una Ave María a Santa Bárbara para que nos defienda de rayos”; “Un Padre Nuestro a Jesús para que nos libre del Comején”.
Poniéndole sentido a la lectura, la maldición se cumple por partes. Gracias al Ave María, el terremoto del 31 de marzo de 1983, sacudió la ciudad blanca, pero no logró arruinarla. La maldición es generacional y, apunta a las consecuencias que podemos estar pagando por el deseo del arzobispo. Como creyentes no podremos librarnos de tal condición, a menos que se le practique una liberación para romper esa atadura.
El “comején”, que dañaba las estructuras de madera y el encañado de las casonas, ahora son los fuereños que, con el estiércol del diablo, paulatinamente derruyen la arquitectura colonial. 
Popayán, otrora altar de la patria, no descansa de sus maldiciones. Está invadida del sentimiento destructivo parecido al odio: la envidia que corroe más que el cáncer. El comején (corrupción), considerado como una de las mayores plagas y de más difícil erradicación, se tomó la Universidad del Cauca.
Es la segunda universidad de Colombia, después de la de Cartagena,  creada  por el general Francisco de Paula Santander el 24 de abril de 1827, de la que, diecisiete egresados ocuparon la presidencia de Colombia.
¡Qué tristeza!, un docente con valor civil confesó irregularidades en la Facultad de derecho, al parecer extendidas a otros niveles.
Civilidad: Santo Ecce Homo, ayúdanos a destruir la ruina, miseria, pobreza, deudas, desempleo, inseguridad…