Popayán, la ciudad de los apodos | El Nuevo Liberal
Mi dilecto profesor de literatura, Jesús Arcos Solano, me hizo recordar a
mi amada Popayán cuando teníamos la costumbre de llamar a cada persona
por su apodo. Aquí el apodo se heredaba de padres a hijos. Años atrás,
cuando aprendimos a escribir en pizarra, el remoquete, era moda. A las
personas se les reconocía más por la “chapa” que por el nombre de pila. Y
no era por falta de cultura, ésta era innata, aunque pocos podían
ilusionarse por una carrera universitaria. Los profesionales se contaban
en los dedos de las manos y sobraban dedos. Ahora pululan
universidades, pero se acabó la cultura, el ingenio y los motetes que
con orgullo se aceptaban. Las personas por cualquier cosa que hicieran o
dijeran, se ganaban un apodo.
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